martes, 27 de septiembre de 2016

Camboya, 1975-79: el culto a la muerte



El poder de los Kmer rojos en Camboya permite sin ningún resquicio de duda contemplar en su expresión más extrema y total, la degradación de la condición humana de la cual el stalinismo y el maoismo fueron antecedentes.pero allí se llegó al límite.

En China hubo 20 millones de muertos en los campos de concentración, pero estaba prohibida la tortura física (no la psicológica) y era raro el fusilamiento: la gente infraalimentada moría de hambre, de agotamiento y de enfermedad. Era obvio que el poder sabía que así terminarían sus rehenes, pero de alguna manera dejaban un resquicio de defensa: morían por su culpa, no en manos de sus captores.

El Gulalg era una empresa productiva de varios millones de esclavos que trabajaban en condiciones de penuria extrema y morían de frio, hambre y agotamiento. “culpa suya” dirian los guardianes. Stalin fusiló a “solo” dos millones de rusos: los otros cuarenta murieron de hambre con la colectivización rural, en los “traslados” de pueblos enteros a Siberia, en la construcción de canales, ferrocarriles, en la tala de bosques, en las minas: murieron “produciendo” riqueza, lo cual indicaba que había cierta preocupación por no acelerar la muerte de prisioneros tan útiles. El 10% de la economía soviética se basaba en estos esclavos: nadie mata a los esclavos, se le mueren de agotamiento, hambre, frío, enfermedades o se suicidan.

Además, hay una cierta “discriminación”: en la URSS no todas la categorías eran enemigas: la represión se centraba en ciertas etnias (tártaros, alemanes), categorías sociales (kulaks, vagabundos) , políticas (opositores socialistas o anarquistas, purgas periódicas) y solo excepcionalmente se reclutaban esclavos al azar (aunque hubiera ciertamente casos así).

Se lee en capitulo sobre Camboya de El Libro Negro del Comunismo, escrito por Jean-Louis Margolin:

“En la Kampuchea democrática no había cárceles, ni tribunales, ni universidades, ni institutos, ni moneda, ni correos, ni libros, ni deporte, ni distracciones…En una jornada de 24 horas no se toleraba ningún tiempo muerto. La vida cotidiana se dividía del modo siguiente: doce horas de trabajo físico, dos horas para comer, tres horas para el descanso y la educación, siete horas de sueño. Estábamos en un inmenso campo de concentración. Y no había Justicia. Era el Angkar el decidía todos los actos de nuestra vida “



“Debía acostumbrarse uno a la desaparición total de la enseñanza, la libertad de desplazamiento, del comercio lícito, de la medicina digna de ese nombre, de la religión, de la escritura, así como la imposición de estrictas normas indumentarias ( blusa negra, de largas mangas , abotonadas hasta el cuello) y de comportamiento ( nada de demostraciones de afecto, nada de peleas o de injurias, ni de quejas ni de lagrimas). Había que obedecer en forma ciega a las consignas, asistir (fingiendo escuchar) a las interminables reuniones, gritar o aclamar cuando se ordenaba, criticar a los demás y autocriticarse. (…) Es comprensible que los primeros tiempos del régimen hayan estado marcados por una epidemia de suicidios”

(...)

“El horror no necesita cifras para resultar obvio. (…) Lo que queda por cuantificar, es comprender lo siguiente: si ninguna categoría de la población se salvó ¿cuál era la más apuntada?¿Donde y cuando ocurrió eso?¿Como situar la tragedia de Camboya entre todas las de este siglo XX, y en el seno de su propia historia?”



Los diversos estudios varían en la estimación de víctimas entre uno y dos millones, para una población sobreviviente, en 1979, de 5.200.000 habitantes. Aun en 1990 no se había superado la cantidad de habitantes de 1970: una catástrofe humanitaria única, con cerca de un 20% de la población asesinada.

“La ruralización forzosa de los habitantes de las ciudades causó, como máximo, 400,000 víctimas, probablemente menos. La ejecuciones son el dato más inseguro, y su cifra media gira en torno a unas 500,000. (…) Las enfermedades y el hambre fueron, sin duda, las causas de mortalidad más importantes, con unos 700,000 probablemente por lo menos. Sliwinski señala la cifra de 900,000, incluyendo en ella las secuelas directas de la ruralización.”


La “política” de desarrollo económico produjo la reducción en un 50% del área de cultivos. Cuenta un testigo:


“ A ambos lados del camino se extendían hasta el infinito arrozales baldíos.

Busqué inútilmente labores de trasplante. Nada, salvo un grupo de muchachas al cabo de una decena de kilómetros.

¿Dónde estaban los cientos de jóvenes de brigadas móviles de las que hablaba todos los días la radio?

De vez en cuando, grupos de hombres y mujeres deambulaban, con aspecto ausente y un hatillo a la espalda. (…) Estos antiguos habitantes de las ciudades habían sido enviados en un primer momento, a las regiones desheredadas del sureste, donde frente a la indigencia total, debían hacerse una “nueva concepción del mundo”. Y, mientras tanto, las regiones fértiles permanecían sin mano de obra. La gente se moría de hambre en todo el país ¡y solo se explotaba una quinta parte de las tierras sembradas!

¿ A dónde había ido a parar la antigua mano de obra que trabajaba en aquellas tierras? Muchas preguntas quedaban sin respuesta.”



La clave proyecto económico eran las grandes obras de regadío, diques y canales: “Muchas obras se las llevó la primera crecida, hicieron discurrir o fluir el agua contra su sentido natural, encenegaron en unos meses. “las obras eran dirigidas no por ingenieros- clase de intelectuales despreciada como todas las demás- sino por campesinos sin experiencia. La Oficina Central – con fatal arrogancia de la omnisciencia- determinaba los calendarios de las tareas agrícolas desde lejos, independientemente de las condiciones locales. Se talaban árboles frutales – que cobijaban gorriones- dejando así sin alimento a los campesinos. “Junto a esto, mandos distantes, nimbados de omnipotencia, que apenas trabajaban con sus subordinados y daban órdenes sin tolerar la menor discusión”.

El resultado fue que la ración histórica de Camboya, de 400 gramos por día para un adulto, se transformó en menos de 250 gramos…cuando se la podía conseguir. El mercado negro adquirió un valor vital, lo mismo que la búsqueda individual de alimento, globalmente prohibida. La gente robaba alimentos públicos, los pocos gallineros privados y emprendía una caza de cangrejos, ranas, caracoles, ratas, lagartos, serpientes junto con brotes y tubérculos del bosque que devoraban crudos y fueron causa de gran número de muertes.

El hambre, obviamente, era el mejor argumento para obtener la sumisión total de una población debilitada, a fin de desterrar toda idea de fuga o resistencia.

“ La subalimentación crónica, que debilitaba los organismos, favoreció el conjunto de enfermedades (en particular la disentería) y acentuó su gravedad.” El edema generalizado por el aporte de excesiva sal, hacía su obra. “ Esta muerte relativamente tranquila (uno se debilita, luego zozobra en la inconciencia) acabó siendo tenida como envidiable por algunos”.

Los enfermos eran sospechados de holgazanería: “los hospitales eran lugares de eliminación de la población más que de curación”: allí se reducía la ración a la mitad y la falta de higiene propagaba infecciones letales.

El canibalismo se hizo presente. Era una practica aceptada entre los Kmeres rojos: “ En una cárcel se cuenta la extirpación del feto de una embarazad asesinada,. El feto se tira, y el resto se lo llevan acompañándolo con la siguiente reflexión, ”Para esta noche ya tenemos carne suficiente”!.(…) En este recurso a la antropofagia ¿no estamos ante un caso límite de un fenómeno mucho más general: el hundimiento de los valores, de los puntos de referencia morales y culturales, y en primer lugar de la compasión, virtud tan cardinal en el budismo? Paradojas del régimen de los Khmer rojos: afirmó querer crear una sociedad de igualdad, de justicia, de fraternidad, de olvido de uno mismo, y, como los demás poderes comunistas, provocó un frenesí inaudito del egoísmo, del cada uno para sí, de la desigualdad convertida en poder, de la arbitrariedad. Para sobrevivir, en primer lugar y sobre todo, había que saber mentir, robar y permanecer insensible”.

martes, 20 de septiembre de 2016

La Libertad en cuestión: la mirada de Hayek y Alberdi





La defensa de la libertad tiene que ser dogmática, sin necesidad de justificarse.   (Frederick Hayek)

Sabido es que la revolución francesa, que sirvió a todas las libertades, desconoció y persiguió la libertad de comercio
(Juan Bautista Alberdi)


La amenaza a la libertad se viste hoy con las ropas de la libertad. Nadie está contra la libertad. Todos queremos la libertad. Socialistas, nacionalistas, liberales, democristianos, todos – dicen- están a favor de la libertad. No hay problemas, entonces, con la libertad.
Descreo de esa complaciente actitud. Estamos lejos del mundo de la década del 30 cuando nadie, siquiera, decía defender la libertad, una palabra desgastada y mal utilizada, cuando las masas se disponían a seguir a los Jefes en un ejercicio colectivo de desprecio por el individuo y de exaltación de la clase, la nación, la raza o la religión.
Sin embargo, demasiadas cosas indican, tanto en América latina como en Europa o Medio Oriente, la crisis de la libertad no es una fantasía, sino una amenaza cierta.
Ahora la amenaza se llama “defensa de los derechos”. Todos corren a encontrar “su” derecho (a las vacaciones, a aplicar la Ley Sharía, a encontrar comida vegana en todos los restaurantes, en exigir subsidios, a prohibir esto o aquello porque afecta la salud, la cultura, o el medio ambiente).
Es tiempo de recuperar el valor de la libertad. Es tiempo de volver a reflexionar sobre su significado. Es tiempo de poner en cuestión la libertad para desgajarla de tantos significados ambiguos y recuperar su verdad. Para ello es este breve trabajo, basado en las ideas de dos pensadores distantes en tiempo y espacio, pero que han compartido la misma pasión por la libertad, la misma capacidad de ver más allá de lo evidente, el mismo rigor y honestidad intelectual, la misma fe en la libertad: Juan Bautista Alberdi y Frederick Hayek.
Alberdi, quizás valga la pena recordar, fue el Padre Fundador de la Constitución argentina de 1853, el pensador liberal más importante del siglo XIX en nuestra América. Jurista, abogado, legislador, estudioso del Derecho, periodista, escritor, político. Una poderosa mente, un prócer que hoy se recuerda en alguna calle, pero es olvidado sistemáticamente por la Universidad, la Academia, el periodismo, el Gobierno. Sus verdades duelen aun, y conviene dejarlas a un lado.
Frederick Hayek no necesita presentación. Su obra es la cumbre del pensamiento liberal del siglo XX. Es autor del renacimiento del liberalismo de cara al siglo XXI, fuente de innumerables ideas, algunas de ellas aun por desarrollar.
En algún lugar del tiempo, ambos deben estar discutiendo.



1- Libertad y coacción


La libertad como concepto ha sido fuente de agregados, modificaciones y excesos que han ido minando su significado inicial.
La definición “clásica” de libertad no se entiende sin su concepto opuesto, la esclavitud. El esclavo es un ser humano que carece de proyecto propio, es herramienta del proyecto de otro. En oposición a este significado, la palabra “libre” se refiere a toda persona que tiene la posibilidad de planear su vida  
El estado en que un hombre no se halla sujeto a coacción derivada de la voluntad arbitraria de otro o de otros se distingue a menudo como libertad “individual” o “personal”, y cuantas veces pretendamos recordar al lector que utilizamos la palabra “libertad” en tal sentido, emplearemos dicha expresión. En ocasiones, el término “libertad civil” se utiliza con idéntica significación, pero debemos evitarlo porque se presta demasiado a ser confundido con la denominada “libertad política”; inevitable confusión que se deduce del hecho de que lo “civil” y lo “político” derivan respectivamente, de palabras latinas y griegas que significan lo mismo.
(F. Hayek, Los fundamentos de la libertad. Salvo indicación en contrario, todas las citas del autor son de esa obra)


2- Libertad individual y Libertad política


La libertad se refiere únicamente a una relación de hombres con hombres, a la independencia frente a la voluntad arbitraria de un tercero.
En ese sentido cabe diferenciar este concepto del de “libertad política”- concepto central en el proceso de instauración de las democracias desde hace tres siglos, al punto que ese sentido es el que ha ido impregnando el significado original de libertad.
Hablar hoy de libertad es hablar de la necesidad de que el pueblo elija a sus gobernantes, de la necesidad de que una nación sea libre- independiente- de otras, de la necesidad de que el pueblo participe del proceso político, de la extensión del derecho al voto, etc. Pero nos recuerda Hayek:

Pero en este sentido, un pueblo libre no es necesariamente un pueblo de hombres libres

Y, a la inversa, no tener derecho a voto por razones de edad o por ser extranjero no afecta en lo más mínimo la libertad de esos individuos excluidos de la decisión electoral.
La confusión entre los dos significados del término “libertad” no es gratuita.
Como señaló Juan Bautista Alberdi en 1880:
Sus individuos, más bien que libres, son los siervos de la patria.
            La patria es libre en cuanto no depende del extranjero; pero el individuo carece de libertad en cuanto depende del estado de un modo omnímodo y absoluto. La patria es libre en cuanto absorbe y monopoliza las libertades de todos sus individuos, pero sus individuos no lo son, porque el gobierno les tiene todas sus libertades.
(JB Alberdi, La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual)

Se puede vivir en una patria libre, pero ser esclavo del Gobierno nos dice Alberdi.
La lucha por la independencia nacional- ligada en muchos casos a la lucha por la libertad individual- protagonizó episodios en los cuales se consigue la “liberación” del yugo extranjero, pero señala Hayek,

A veces tal esfuerzo ha llevado a un pueblo a preferir el déspota de su propia raza al gobierno liberal de la mayoría extranjera, y a menudo ha facilitado el pretexto para despiadadas restricciones a la libertad individual.(F.H.)

En nuestra América, como señala Alberdi, la necesidad de lograr la independencia como tarea esencial de la primera mitad de siglo XIX llevó a la exaltación de la libertad política, pero relegó a un segundo plano la necesidad del progreso económico basado en libertad individual.
 En ese período, en que la democracia y la independencia eran todo el propósito constitucional; la riqueza, el progreso material, el comercio, la población, la industria, en fin, todos los intereses económicos, eran cosas accesorias, beneficios secundarios, intereses de segundo orden, mal conocidos y mal estudiados, y peor atendidos por supuesto. No dejaban de figurar escritos en nuestras constituciones, pero sólo era en clase  de pormenores y detalles destinados a hermosear el conjunto.
(JB Alberdi, Bases y puntos de partida para la organización nacional,1852)


3- Libertad individual y libertad interior


La libertad “interior” es la  libertad de decidir en forma razonable, no acuciado por presiones circunstanciales. No ser “forzado” por las circunstancias. Esta libertad no debe confundirse con la libertad individual, ya que su restricción no es producto de una coacción ajena, sino de la influencia de emociones temporales, debilidad moral o intelectual. En ese sentido está fuera del campo de lo social y se refiere a la lucha interna de cada individuo por tomar las mejores decisiones, sin ceder a fuerzas interiores que lo llevan al error, al fracaso. Un adicto carece de libertad, pero no porque sufra coacción de otro sino por está a merced de procesos mentales que lo dominan o condicionan.

4- Libertad y poder


La más peligrosa de las alteraciones del concepto originario de libertad es aquella que la identifica con el “poder”: ser libre es poder hacer cosas aun desafiando las leyes físicas o humanas. La utilización política de ese concepto ha transformado a la libertad en su contrario: la libertad de la mayoría para imponer sus políticas a las minorías, la libertad del Estado para coaccionar a los ciudadanos. El atractivo de la palabra libertad se utiliza para sustentar las acciones que atentan contra ella.
Dijo Malinowski- citado por Hayek-:

Si cometiéramos el descuido de identificar libertad con el poder, obviamente amamantaríamos la tiranía, de la misma forma que incurrimos en la anarquía cuando equiparamos libertad con la falta de limitaciones

La resignificación de libertad como libertad del poder para actuar ha tenido efectos nefastos. La queja de los dictadores es que determinados “poderes” le restringen su libertad de…hacer feliz al pueblo. La cláusula  de la Constitución peronista de 1949 que afirma que “El Estado no permitirá la libertad de los que atentan contra la libertad”  permite que el Gobierno, libre de ataduras, defina “quién” atenta contra la “libertad”, con lo cual obtiene poder para clausurar periódicos, perseguir a opositores – lo que realmente sucedió en el gobierno peronista de 1945-1955-  constituyendo  un ejemplo claro de esta desviación conceptual.
Identificar libertad con “derecho” a afectar la libertad de otros, a afectar la paz, la institucionalidad, el orden, es otra falacia muy extendida. Se justifica cualquier atropello o violencia como “ejercicio de la libertad”, como señalara Alberdi:
Pero la libertad que enriquece a las naciones, no es la libertad de mentir, no es la libertad de insultar por la prensa, ni la libertad de derrocar o hacer gobiernos a cañonazos, ni la libertad de quemar las leyes, ni es tampoco la libertad de fusilar, de confiscar, de desterrar, etc.; es decir, no es la <libertad política>, como se llaman a sí mismas esas libertades antieconómicas. La libertad que enriquece a las naciones es la libertad de trabajar y producir, de adquirir y gastar, de ganar y perder, de disponer de su persona, de su tiempo, de sus bienes, de viajar o estarse quieto, de salir del país o volver al país, de contratar, de casarse, de testar, la libertad de pensar, de hablar, de escribir, de acusar, de defenderse; en una palabra: la libertad social o civil, la libertad del hombre, natural y distintiva del hombre”.(JB Alberdi, “Escritos económicos”)

5- Libertad y riqueza


Se intenta identificar libertad con riqueza: la riqueza nos permite tener poder, poder de ser libres. O sea, supuestamente no hay libertad sin recursos.
El que yo sea o no dueño de mí mismo y pueda o no escoger mi propio camino, y el que las posibilidades entre las que yo deba escoger sean muchas o pocas, son dos cuestiones totalmente distintas. El cortesano que vive lujosamente, pero subordinado a la voz y mandato de su príncipe, puede ser mucho menos libre que el pobre labriego o artesano;  menos capaz de vivir su vida y de escoger sus propias oportunidades.(F. H.)

La libertad no debe ser objeto de “gustos”, hay gente que prefiere cederla a cambio de otros valores como seguridad o riqueza. La libertad no es un artículo opinable, no se la puede ofrecer en grados. La libertad no garantiza riqueza ni felicidad, no nos exime de errores, no nos otorga bienes o nos da una vida ausente de males. Se puede ser libre y pobre, y rico y esclavo. La mayoría puede no ver ninguna ventaja en la libertad y desear seguridad económica por encima de libertad para ser dueño de su vida. Afirma Hayek:
La libertad debe ser deseable aunque no todas las personas obtengan ventajas de ella.

6-Libertad e igualdad


La libertad genera desigualdades.
La igualdad inextricablemente unida a la libertad, es la igualdad ante la ley.  Es la única igualdad que no atenta contra la libertad. Este es exactamente el concepto de Popper cuando señala:
Así es como la idea de libertad conduce irremisiblemente a la idea de igualdad. Pero esta idea de igualdad plantea algunos peligros para la idea de libertad.
Si la tarea del Estado consiste  en velar por la igualdad de los derechos y deberes de los ciudadanos, el poder del Estado se convierte en un peligro para la libertad.(Popper, 1984)

La libertad supone que, efectivamente, los ciudadanos NO son iguales. La libertad de autómatas idénticos sería un contrasentido. Justamente porque no somos iguales es necesario que reine la libertad, para que esas diferencias enriquezcan la sociedad. La libertad no supone que los seres humanos son iguales sino que lo son frente a la ley, que poseen los mismos derechos, no los mismos atributos.
La justificación de la igualdad sobre la base de que supuestamente las personas son iguales es peligrosa, además. Se dice que “todos somos iguales” cuando se trata de que una minoría nacional o religiosa sea tolerada, como si “ser distinto” justificara la discriminación que sufren.

Es esencial afirmar que se aspira a la igualdad de trato no obstante el hecho cierto de que los hombres son diferentes.

Desconocer la diversidad humana, cultural, de aptitudes y actitudes es un prólogo a los proyectos totalitarios de crear un “hombre nuevo”, una única categoría de gente con los mismos valores, los mismos intereses, las mismas aptitudes. Es cortar con la misma tijera la variedad y riqueza humanas para crear un “modelo único”, una versión platónica de la “idea” pura, incontaminada, perfecta. Todas las fantasías de “Comunidad Organizada” y otras utopías parten de la necesidad de uniformar a la humanidad a fin de operar más fácilmente sobre ella desde el Poder.
Solo un ámbito de libertad plena y de igualdad frente a la ley, permite ensayar- y equivocarse al hacerlo- diversas estrategias de vida. En vez de pontificar sobre la existencia de solo una estrategia de vida admisible, enriquece mucho más la existencia el probar, con entera libertad, estrategias distintas, siempre que no afecten a terceros.  La insistencia en asegurar la “igualdad” conduce al Gobierno a tratar diferenciadamente a diversos sectores de la población bajo el objetivo, aparentemente positivo, de disminuir las desigualdades sociales.
Estas palabras de Alberdi resumen el drama de nuestra época:

La libertad no garantiza resultados. La libertad no asegura el sustento. La libertad no puede quitar a unos para dar a otros. Está inhibida para actuar en defensa de los más pobres, de los marginados, de los desocupados. Esta autolimitación es la paradoja y la riqueza de la libertad.
La igualdad deja de existir desde que hay prerrogativas, fueros o privilegios, que todo es igual, ya emanen de la sangre, ya de la edad, del sexo o de  la miseria. Al capital excluido, oprimido, vencido por el privilegio, poco le importa que sea un noble  o un menor el vencedor: la iniquidad es la misma a los ojos de la igualdad proclamada base  obligatoria y constitucional de la moderna ley civil.
(JBA, “Sistema…”)


7- Trascendencia de las desigualdades humanas


Hay un trasfondo biológico: la naturaleza quiere asegurarse diversidad: que cada ser individual tenga una combinación genética exclusiva, lo cual garantiza la diferencia y la riqueza de la especie. Se sabe que la procreación sexual garantiza esa diversidad. Hay especies con reproducción no sexual: cada “hijo” es un clon, una copia perfecta de su padre. Esta solución “elimina” muchos problemas asociados a la reproducción sexual, desde la competencia entre los machos para conseguir el mayor número de hembras hasta los problemas de crianza y división de roles entre sexos. Pero estos “problemas” evitan la uniformización genética de la prole, y la potencian una mayor capacidad de adaptación y cambio, al tiempo que evitan que cualquier defecto genético sea transmitido de generación a generación. La estrategia de la naturaleza es la diferenciación, no la igualdad entre individuos.
Como oposición a las teorías raciales, que plantean la “superioridad” de una raza sobre el resto, sobrevino otro exceso: creer que no hay un componente genético, heredado, en la conformación de cada ser humano y que todas sus capacidades –o taras- son producto del “medio”, de la educación.
Esto tiene una inmediata traducción política: si creemos que solo hay “desigualdades” producto del medio, el Estado actuará sobre el medio para disminuir las desigualdades, pero al hacer esto, paradójicamente, incrementará la desigualdad.
Es, obviamente, central esta discusión. Lo que Hayek afirma es que la lucha por la menor desigualdad- que es un valor deseable- no justifica la coacción gubernamental para – supuestamente- obtenerla. En realidad la observación de la realidad del mundo indica que en los países donde más se coacciona para obtener la deseada igualdad, más diferencias hay entre clases de individuos y, que, por el contrario, los países que no “buscan” la igualdad mediante la coacción obtienen a la larga una disminución de la diferencia entre los más pobres y los más ricos.

La gran pregunta es ¿“Estamos de acuerdo en que todas las desigualdades que se apoyan en el nacimiento o en la herencia deberían abolirse y respetar únicamente lo que fuese consecuencia del talento o industria superior”?
La postura “igualitarista” tiende a diferenciar entre capacidades “naturales”, heredadas y las capacidades basadas en la “educación”. Las primeras están fuera de control, por lo que el esfuerzo se centra en las segundas: en garantizar que todos tengan un medio (familiar, educativo) similar. Pareciera que tener cualidades por herencia genética no es reprobable, pero tener cualidades por haber nacido en un medio con recursos para una mejor educación entraña alguna sombra de desagrado: los niños ricos tienen mejores oportunidades, por lo tanto habría que terminar con esas odiosas desigualdades debido al medio familiar y cultural en el que se nace.
Esta forzada demanda, expresada ahora en la consigna “educación gratuita y de calidad” es simplemente de cumplimiento imposible. A menos que se prohíba a los padres más pudientes enviar a sus hijos a escuelas de excelencia, o que simplemente se cierren dichas escuelas, “no hay manera de impedir que solo algunos gocen de aquellas ventajas. “
Hace un siglo la pretensión del liberalismo no era que todos tuvieran la misma posición sino que todos tuvieran acceso a una educación provista por el Estado. Una “carrera abierta a los talentos”, implicaba remover los obstáculos puestos por algunos para impedir el acceso a la educación y garantizar que los recursos del Estado para este propósito llegaran a todos, sin exclusiones, discriminaciones o trabas de ninguna clase. Esto estaba lejos de la pretensión de que todos partieran del mismo punto y que todos obtuvieran similares resultados.
Esta visión ha sido reemplazada por una mucho más activa y exigente:
… según la cual hay que asegurar a todos el mismo punto de partida e idénticas perspectivas. Esto equivale a decir que el gobernante, en vez de proporcionar los mismos medios a todos, debiera tender a controlar las condiciones relevantes para las posibilidades especiales del individuo y ajustarlas a la inteligencia individual hasta asegurar a cada uno las mismas perspectivas que a cualquier otro.(F.H.)

Llevado a un extremo, esto implicaría que el gobierno debería evitar a toda costa que solo algunos desarrollen capacidades extraordinarias, una forma sublimada de envidia.

Si en verdad todos los deseos no satisfechos implican el derecho a acudir en queja a la colectividad, la responsabilidad individual ha terminado.



8 - Una Libertad

Suponer que la libertad es “divisible” entre diversos “tipos” de libertades (libertad como  poder obtener bienes, libertad interior para derrotar nuestras limitaciones culturales o mentales) es no entender que la libertad no es una suma de “libertades”, que se conceden graciosamente. La libertad es una e indivisible y confundir su concepto claro (la libertad es no sufrir coacción para manejar nuestra vida) con sus sucedáneos de poder, recursos y capacidad de hacer lo que a uno le plazca es el camino para vaciar de contenido y deformar el concepto, con consecuencias graves para el sistema social. La libertad individual no es la suma de “las” libertades, no es un agregado sino un concepto totalmente distinto al de libertad política, poder o capricho individual.
Todo aquello que permite hacer cosas específicas no es libertad, a pesar de designarlo como “una libertad”; en tanto que la libertad es compatible con la no permisión para hacer ciertas cosas específicas, se carece de ella si uno necesita permiso para llevar a cabo la mayor parte de cuanto puede hacer. La diferencia entre libertad y libertades es la que existe entre una condición en virtud de la cual se permite todo lo que no está prohibido  por las reglas generales y otra en la que se prohíbe todo lo que no está explícitamente permitido(F.H.)

La libertad es un concepto “negativo”, en el sentido que no tiene contenido alguno. La libertad no es “libertad para”, es simplemente libertad.
Ello es verdad en el sentido de que la paz también es un concepto negativo o de que la seguridad o la tranquilidad o la ausencia de cualquier impedimento o mal, son negativos. La libertad pertenece a esta clase de conceptos, ya que define la ausencia de un particular obstáculo: la coacción que deriva de la voluntad de otros hombres. La libertad únicamente se convierte en positiva a través del uso que de ella hacemos. No nos asegura oportunidades especiales, pero deja a nuestro arbitrio decidir el uso que haremos de las circunstancias en que nos encontremos .Ahora bien, aunque los usos de la libertad son muchos, la libertad es una sola.(F.H.)

Este concepto  es claro. La libertad “positiva” es la puerta de entrada de la coacción (favorecer a un grupo que exige cierta libertad a expensas de otro). Cada grupo social puede reclamar “determinada” libertad y, si es capaz de generar apoyo, puede influir sobre el parlamento para que dicte leyes “especiales” dirigidas a favorecer a determinado grupo y al desfavorecer a otros.
Esta organización es  negativa en su mayor parte; consiste en la abstención reducida a sistema, en decretos paralelos de los  del viejo sistema prohibitivo  que lleven el precepto de dejar hacer a todos los puntos en que los otros  hacían por sí, o impedían hacer ¿Qué auxilio exige de la ley el productor en la distribución de los provechos? - El mismo que la  producción: la más completa libertad del hombre; la abstención de la ley en regular el provecho, que  obedece en su distribución a la justicia acordada libremente por la voluntad de cada uno
(JB Alberdi, “Sistema…”)



9- Libertad, coacción y ley


La coacción es la presión que una persona ejerce en la esfera de otra. Para evitar males mayores la persona “coaccionada” actúa limitando o modificando su proyecto originario, acoplándose, contra sus deseos, al plan de otro. Así, pierde poder para imaginar y proponerse un plan propio, de perseguir sus propios fines. La coacción es un mal porque inhibe la inteligencia y la voluntad de una persona y la transforma en herramienta de otra.
Sin embargo, la coacción no puede evitarse totalmente, ya que para impedirla hay que ejercer una amenaza de coacción hacia el agresor. De allí que, en una sociedad civilizada el Estado tiene el monopolio de la fuerza, es el único agente con poder para amenazar con la coacción a aquellos que intentan ejercerla contra otros.
Esta coacción estatal se reduce al mínimo cuando está subordinada a normas universales conocidas, ya que los individuos saben que realizando determinadas acciones se hacen pasibles de ser reprimidos por la coacción legal y legítima que ejerce el Estado.


1 - Razones para la libertad


Los argumentos favorables a la libertad descansan principalmente en el reconocimiento de nuestra inevitable ignorancia de muchos de los factores que fundamentan el logro de nuestros fines y nuestro bienestar (F.H)

Si el hombre fuera omnisciente no sería necesaria la libertad: siempre se sabría qué hacer para obtener determinado fin. No tendría que tomar decisiones sino cumplir con un protocolo preexistente. La libertad, por el contrario, es necesaria justamente por nuestra ignorancia o incertidumbre sobre la realidad, sobre el futuro. La libertad permite incorporar lo imprevisible, le da lugar al ensayo y al error, permite que alguien- no se sabe quién- tenga la oportunidad de realizar un hallazgo, encontrar una nueva verdad, dar un nuevo valor a la sociedad. Cuantos más actúen en forma independiente para generar nuevo conocimiento, más se acrecienta la capacidad humana de lidiar con la realidad.
Hay un factor imprevisible que está tras el avance de la civilización: la casualidad. O sea, la ocurrencia del azar justo ante los ojos de quien sea capaz de aprovechar esa experiencia para mejorar. La casualidad- ese factor que hiere la soberbia humana- estuvo tras muchos descubrimientos. Lo importante es fomentar el azar, crear las condiciones para que la casualidad aparezca y sea aprovechada.
Todas las instituciones de la libertad son herramientas para lidiar con la ignorancia básica que impide afrontar el futuro con probabilidades, no certezas, aprovechando la experiencia acumulada por la humanidad.
No se trata de aumentar la imprevisibilidad de los sucesos creando instituciones absurdas, mal diseñadas. Por el contrario, el objetivo de la gestión social es “manejar las instituciones humanas con vistas a acrecer las posibilidades de correcta previsión.
La libertad es el mecanismo para capturar el conocimiento disperso, para lograr que millones de individuos libres se esfuercen por alcanzar experiencias y conocimientos a un punto que ningún sabio, en forma individual, puede soñar alcanzar.
La libertad, por lo tanto, no es solo un valor éticamente deseable, sino el único mecanismo que asegura el progreso de la civilización, el ámbito en el que los individuos, motivados por cualquier razón- éxito económico, reconocimiento, prestigio- se esfuerzan y se arriesgan a la innovación, al descubrimiento, a encontrarse con la casualidad creadora.  (F.H.)

El conocimiento nuevo que surge de la libertad de investigación es claro y está bien documentado en el caso de la investigación científica. Allí es evidente que la libertad de experimentación, y la combinación imprevista de azar y aptitudes, de práctica y teoría, crean las condiciones para el desarrollo de la Ciencia.
Pero esta libertad intelectual es imprescindible no solo para el progreso científico sino para cualquier ámbito humano. Pero esto no es tan evidente ya que la historia deja de lado los aspectos que han permitido generar una nueva idea, no se puede más que…
“mostrar sobre modelos simplificados la clase de fuerzas en acción y apuntar a los principios generales más bien que al carácter específico de las influencias que operan (…) Aunque a veces somos capaces de trazar el proceso intelectual que ha conducido a una nueva idea, escasamente podemos reconstruir siempre la secuencia y combinación de aquellos aportes que no han contribuido a la adquisición de conocimiento explícito. (…) Nuestros esfuerzos hacia el entendimiento de esta parte del proceso sólo pueden ir poco más allá de mostrar sobre modelos simplificados la clase de fuerzas en acción y apuntar a los principios generales más bien que al carácter específico de las influencias que operan. (F.H.)

No hay registro de las infinitas combinaciones de tradiciones, inteligencia, actitud, azar, conocimiento, experiencia, deseos, etc. que hay detrás de los hábitos, reglas e instrumentos que mostraron ser los más exitosos para el crecimiento humano. Muchas de esas herramientas escapan a la conciencia por lo cual no queda registro ni siquiera en la mente de los protagonistas. De hecho, suele despreciarse y aun tomar como elementos negativos, “irracionales”, aquellos factores no conscientes .El sustrato de instituciones, conductas, reglas que se aplican casi inconscientemente son la condición para el surgimiento de nuevas ideas.
La libertad consiste en darle la oportunidad a todos. Lo complejo del asunto es que no se puede aplicar la libertad solo sobre seguro: la libertad no se concede solo si se sabe de antemano que fructificará, y no se concede a los pocos que supuestamente serán capaces de usarla para bien, sino que se concede a todos, aun a riesgo de no obtener beneficios tangibles.  Las ventajas de la libertad no tienen que ver con el número de individuos que quieran aprovecharla: no es un tema de mayorías o minorías. La libertad para todos es la única. La peor es la libertad solo para las mayorías o para las minorías.
Si no se concediese la libertad incluso cuando el uso que algunos hacen de ella no nos parece deseable, nunca lograríamos los beneficios de ser libres, nunca obtendríamos esos imprevisibles nuevos desarrollos cuya oportunidad la libertad nos brinda (F.H.)

La libertad no se puede “administrar”. Sus resultados, incluso, pueden implicar cosas negativas, pero eso no es un argumento en contra de la libertad. Solo algunos conservadores lo esgrimen mostrando así su miedo a la libertad. El riesgo de resultados negativos es, en balance, menor a la potencialidad de cosas positivas que brinda la libertad.
Además no se trata de mi libertad. Se trata de la libertad para todos- incluso para los que no la demandan- ya que sus beneficios se extienden a todos: a los que desconfían de la libertad, a los que no la usan, a los que la mal usan.
Los que no son libres, se benefician de los que lo son. La libertad no se relaciona con la cantidad de individuos que quieran utilizarla, no se relaciona con un “estado de opinión” que puede o no ser partidario de la libertad. Una libertad vigilada, débil a gusto de alguna mayoría no es libertad, aunque la deseen todos.
El proceso espontáneo de acumulación de miles de pequeños cambios, ajustes con efecto positivo en algún momento se pude traducir en reglas verbalizadas que pueden transmitirse de persona a persona.
El proceso intelectual es, efectivamente, solo un proceso de elaboración, solución y eliminación de ideas ya formadas. En gran medida, el afluir de nuevas ideas proviene de la esfera en donde la acción, a menudo acción no racional, y los sucesos materiales chocan la uno con los otros. Tal proceso se agotaría si la libertad se limitara a la esfera intelectual(F.H.)

La libertad solo puede preservarse ateniéndose a ciertos principios y se destruye siguiendo la mera conveniencia.
El “problema de la libertad” es que como el valor de la libertad se basa en las oportunidades que proporciona para realizar acciones no previstas e impredecibles no suele apreciarse lo que se pierde con una restricción particular a la libertad.
Si la elección entre libertad y coacción, entre una mera probabilidad y una meta cierta, se trata como una cuestión de eficacia, la libertad se verá sacrificada en todos los casos. Los efectos "beneficiosos" de una intervención directa en el mercado son claramente apreciables, mientras que sus efectos negativos, más indirectos y remotos,  no son percibidos. Los unos son concretos, palpables y los otros requieren capacidad para anticipar los efectos, son discutibles y de largo plazo. En un contexto cortoplacista la tentación de “limitar algunas libertades” se incrementa.
Al desconocerse los efectos de la libertad, hacer que la decisión dependa de los resultados previsibles produce la destrucción de la libertad.
La libertad solo se conserva si se la considera un Principio supremo, o sea no sacrificarla por conveniencias particulares.

11- Libertad y egoísmo


Ha habido siempre una confusión entre libertad individual y egoísmo: la libertad del individuo ha sido caracterizada como un obstáculo para el “bien común”, el reino del deseo individual imponiéndose a la necesidad colectiva. Por lo tanto, el altruismo a veces se impone como un bien que debe ser deseado por todos, como un “deber ser” obligatorio y general. Pero esto es un contrasentido; muchos individuos libres son altruistas y muchos grupos sociales son egoístas.
El altruismo es un ideal perseguido por muchas personas, así como la preocupación por la familia y la preocupación por el bienestar de amigos o vecinos.
Esto es central. El “altruismo” estatal define de una vez y para siempre a quienes “beneficiar”, a quienes el resto de la sociedad debe “ayudar” prioritariamente. No hay libertad para elegir a quien beneficiar o ayudar, de quienes preocuparse. Es imponer una escala única de valores, un menú único que todos deben cumplir obligatoriamente.
 Con la libertad se puede hacer el mal, se puede no hacer nada o se puede hacer el bien. No hay garantía que de que “todos” hagan el bien. Es el riesgo de la libertad. Algunos la usarán para hacer el mal.
Esta idea es la que separa aguas, definitivamente, entre liberales y conservadores. Para estos, la Ley moral es la única bajo la cual es posible la libertad. “Dentro de la Ley todo, fuera de la Ley nada” (una vieja consigna del General Perón) ilustra perfectamente la postura conservadora: la libertad es una subclase de conducta solo permitida bajo el acatamiento de la ley. Todo lo demás, es punible. Hayek rompe el límite: la libertad debe ser admitida aun cuando sea usada para el mal (en ese caso, entraran a funcionar los mecanismos de la Justicia, si el uso de esta libertad genera coacción o invade la esfera de libertad de los otros)



12- El disgusto por la libertad


La carga de la responsabilidad individual se ha incrementado a medida que la civilización se fue despegando de la realidad tribal, comunitaria y desarrollando relaciones complejas, entre personas que no se conocen. De unas pocas habilidades necesarias para reconocer fácilmente oportunidades- en el ámbito de la pequeña comunidad- se ha pasado a un problema mucho más complejo como es el del “uso” de esas habilidades.
El fracaso, el resentimiento, por la imposibilidad de desperdiciar las habilidades propias porque nadie se percata de ellas es, como afirma Hayek,
el más grave reproche dirigido contra el sistema de libertad y la fuente del más amargo resentimiento (…) La necesidad de encontrar una esfera de utilidad, un empleo apropiado para nosotros mismos, es la más dura disciplina que la sociedad libre nos impone (F.H.)

Pero las “soluciones” a esa tensión son peores que la “enfermedad” que supuestamente combaten.
Se trata del problema estratégico de la libertad: sin coacción estatal sobre los oferentes de empleo, no hay forma de garantizarle a todos un empleo digno de sus capacidades. Pero con esa coacción, la libertad- que no es divisible entre “económica” y “civil”- desaparece y es reemplazada por algún sistema colectivista que impone la coacción  universal.
Es evidente que en el esclavismo no hay “desocupación”: siempre habrá un contratista privado o público que conchabará coactivamente mano de obra gratis. En el feudalismo, el Señor local garantizaba trabajo para todos. Solo los discapacitados, los viejos o los niños caían en la mendicidad. En los sistemas socialistas no hay, oficialmente, desocupados, pero eso a costa de bajos índices de productividad: se garantiza una elemental supervivencia a cambio de delegar en el Estado todas las decisiones, a cambio de carecer de una prensa libre, a cambio de no poder salir de las zonas de residencia asignadas (para radicarse en el Moscú soviético o en La Habana hay que conseguir un permiso especial, difícil de obtener)


13- La libertad como principio moral


Las creencias “morales” no son buenas o beneficiosas per se. Un grupo dirigente puede imponer su “moral”, la cual será sumisamente acatada por toda la sociedad y esto no prueba que sea buena para el conjunto. Una moral errónea puede llevar a la destrucción a un grupo o nación. “Solo los resultados pueden demostrar si los ideales que guían a un grupo son beneficiosos o destructivos.”
Pero una sociedad libre- abierta- construye sus propios mecanismos de defensa frente a estas “morales destructivas”. En esas sociedades las tendencias se corregirían a sí mismas.
Se trata de acatar las reglas morales que han permitido el éxito a un grupo o nación, no cualquier tipo de reglas, en especial las que llevan al fracaso. El mejor ámbito para probar el éxito o fracaso de una determinada regla moral es la sociedad libre, donde deben competir con otros ideales, donde deben demostrar su efectividad.

14- Responsabilidad: soportar las consecuencias de las acciones libremente elegidas


Hay un “fastidio” por la palabra responsabilidad basado en la idea de que la posición en la vida se debe a circunstancias sobre las que este no tiene control, por lo tanto el no es “responsable” de haber nacido en un medio adverso. La responsabilidad hace hincapié justamente en lo contrario, en la  existencia de circunstancias que el propio individuo crea o controla. La responsabilidad inspira temor, como la libertad, ya que esta implica la posibilidad de asumir las consecuencias de sus elecciones.
La interpretación de la realidad humana como “determinada” por fuerzas que los humanos no controlan está en la base del rechazo de la responsabilidad individual. Somos sujetos pasivos de factores que no controlamos, por lo tanto, no somos responsables de nuestras acciones.
La ciencia natural- basada en leyes deterministas- se aplicó a las ciencias humanas: el hombre como sujeto de la Naturaleza tiene tanta libertad de elección como una hormiga…
Es lo que Popper señala, de otro modo:
La metafísica historicista permite aligerar a los hombres del peso de sus responsabilidades. Si se sabe de antemano que las cosas habrán de pasar indefectiblemente, haga uno lo que haga, ¿de qué vale luchar contra ellas?(…) . La tendencia del historicismo ( y de las posiciones afines) a defender la rebelión contra la civilización puede obedecer al hecho de que el historicismo es en sí mismo, con mucho, una reacción contra el peso de nuestra civilización y su exigencia de responsabilidad individual.(Karl Popper, “Miseria del Historicismo”)

 La conducta responsable no es, necesariamente, una conducta correcta: aun previendo, dentro de los límites de la razón y el conocimiento, unos resultados positivos puede darse lo contrario. El ser humano no es infalible, pero lo que exige la necesidad de asumir la responsabilidad es…
 una cierta capacidad mínima humana para aprender a prever, para guiarse por el conocimiento de las consecuencias de sus acciones” (…) “La atribución de responsabilidad no se basa en lo que sabemos que es verdad en un caso determinado, sino en lo que creemos que serán las probables consecuencias de estimular a la gente a comportarse racional y consideradamente. Se trata de un recurso que la sociedad ha desarrollado para competir con nuestra incapacidad de ver lo que hay adentro de la mente de otros y para introducir orden en nuestra vida sin recurrir en la coacción(F.H.)

Esto es clave: no aplicaremos la coacción social, siempre que las personas obren responsablemente. Los niños- que no pueden entender las consecuencias de sus actos- deben ser, de alguna manera coaccionados a hacer o no hacer determinada cosa, ya que, se supone, los adultos sí sabrán comprender las consecuencias futuras de determinada conducta.
Esto implica que libertad y responsabilidad son un par de conceptos dependientes, que no es posible permitir la libertad si no hay responsabilizad y que, por el contrario, no podemos exigir responsabilidad a quien no actúa libremente o no es capaz de entender las consecuencias de sus actos.


15-  Organización y libertad


Cooperación y competencia no son opuestos. La acción individual y la acción organizada no están enfrentadas. 
El proceso de selección se realiza sobre la base de la competencia: aquellas herramientas que más aseguren la supervivencia y el desarrollo terminan imponiéndose. Pero la competencia puede ser entre individuos o grupos, entre grupos organizado o desorganizados. Nada impide la cooperación en un marco de competencia.

La distinción relevante no está entre la acción individual y la acción de grupo, sino, por una parte, entre condiciones de acuerdo con las cuales pueden intentarse modos de obrar alternativos basados en diferentes puntos de vista o prácticas, y condiciones, por otra parte, según las cuales una organización tiene el derecho exclusivo de actuar y poder impedir a otros que actúen(F.H.)

La libertad no es lo opuesto a la organización, sino a las organizaciones cerradas, privilegiadas, monopolísticas que utilizan la coacción para impedir que otros traten de hacerlo mejor. La supuesta “verdad” de ciertas teorías, impuesta como un bloqueo al surgimiento de visiones opuestas, tiende a congelar el pensamiento, a secar las fuentes del cambio. Una sociedad organizada de tal modo que la razón reine, imponiendo restricciones a todo pensamiento que amenazara los supuestos compartidos y solo se desarrollaran nuevas ideas que no contradigan esos supuestos parecería un mundo previsible, donde nada alteraría el modo de hacer las cosas y de pensar soluciones. Pero ese estado congelado impediría la eclosión de lo impensado, de nuevas ideas y conocimientos.

16- Libertad y desarrollo económico


La Argentina que Alberdi imaginó hacia 1852, cuando redactó su libro “Bases y puntos de partida para organización nacional” era ya una realidad 50 años después. El país deshabitado de 1850, con solo un millón de habitantes,  había alcanzado los 4 millones en 1895 y los 8 millones en 1914. La exportación que era de 62 millones de pesos oro en 1881 alcanzó los 400 millones hacia 1914, un crecimiento de 6 veces. Los ferrocarriles, que en 1880 llegaban a 3000 km de vía, alcanzaban para 1914 los 30.000 km. Argentina era en 1910 el sexto país del mundo en Ingreso per cápita.
Este crecimiento explosivo no fue casual, sino el producto de un diseño constitucional que Alberdi propuso y que fue  la directiva que, como política de Estado, se implementó, en  especial una vez resuelto el problema de la federalización de la ciudad de Buenos Aires, en 1880.
El diseño constitucional de Alberdi se basa, simplemente, en garantizar la libertad:, tal como se escribe en el artículo 14 de la Constitución:

 Todos los habitantes de la Confederación gozan de los siguientes derechos  conforme a las leyes que reglamentan su ejercicio, a saber: de trabajar y ejercer toda industria  lícita; de navegar y comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y  salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y  disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y  de aprender.”

Esta enumeración es la clave del desarrollo argentino entre 1860 y 1915.Implica, en la práctica la libertad de comerciar, de desplazarse, de publicar en la prensa, de culto, de demandar a las autoridades. Garantiza la seguridad de los habitantes frente a cualquier abuso de autoridad. Usar y disponer de la propiedad supera por lejos la tradición jurídica que permite la propiedad pero limita y condiciona su uso: alquiler, venta, mejoras edilicias, sesión gratuita, hipoteca, todo esto está garantizado por la Constitución.

Siendo el desarrollo y la explotación de los elementos de riqueza que contiene la República Argentina el principal elemento de su engrandecimiento y el aliciente más  enérgico de la inmigración extranjera de que necesita, su Constitución debe reconocer,  entre sus grandes fines, la inviolabilidad del derecho de propiedad y la libertad completa del trabajo y de la industria. Prometer y escribir estas garantías, no es consagrarlas. Se  aspira a la realidad, no a la esperanza. -Las constituciones serias no deben constar de  promesas, sino de garantías de ejecución.
Así la Constitución argentina no debe limitarse  a declarar inviolable el derecho privado de propiedad, sino que debe garantizar la reforma  de todas las leyes civiles y de todos los reglamentos coloniales vigentes, a pesar de la República, que hacen ilusorio y nominal ese derecho. Con un derecho constitucional  republicano y un derecho administrativo colonial y monárquico, la América del Sud  arrebata por un lado lo que promete por otro: la libertad en la superficie y la esclavitud en  el fondo.
(JB Alberdi, “Sistema …”) 

El diseño alberdiano implica no solo proclamar una Constitución liberal sino derogar la herencia legal del imperio español: siglos de disposiciones legales tendientes a ahogar el comercio, restringir la movilidad de personas y capitales, prohibir las exportaciones no dirigidas a España, generar perpetua inseguridad jurídica sobre personas y sus bienes, ahogar con gabelas e impuestos a los que intentan trabajar.
Generar leyes orgánicas con un sentido derogatorio, que impulsen leyes contra las prohibiciones y no leyes que introduzcan nuevas prohibiciones. Leyes que faciliten los trámites para utilizar propiedades como garantía de préstamos, que igualen a todos los ciudadanos ante la ley, terminando con la esclavitud, el mayorazgo, la inhabilitación de la mujer como agente económico, la libertad de cultos para fomentar la inmigración europea, la seguridad  jurídica de personas y sus bienes.


17.Libertad y progreso


El Progreso como concepto ingenuo, la fe en un lineal y progresivo desarrollo de la Humanidad, está desde hace décadas en crisis. La creencia de que todo lo que se hace es, en definitiva, un paso hacia el progreso, o la fe en que uno pueda conocer las “leyes del progreso”  que permitirían predecir las condiciones para el avance social, todo eso ha entrado en crisis. Es casi de mal gusto hablar de “progreso”.
La historia de la civilización es el relato del progreso que en el corto espacio de menos de ocho mil años ha creado casi todo lo que consideramos característico de la vida humana. Después de abandonar la vida de cazadores, nuestros antepasados, en el comienzo de la cultura neolítica, se dedicaron a la agricultura y luego a la vida urbana hace considerablemente menos de tres mil años o un centenar de generaciones. No es sorprendente que en algun aspecto el equipo biológico humano no haya marchado al paso con ese rápido cambio, que la adaptación de la parte no racional se haya rezagado algo y que muchos de sus instintos y emociones están todavía más conformados con la vida del cazador que con la civilización.
Este acelerado proceso no fue acompañado por una adaptación de la parte no racional de los hombres .(F.H., La Fatal arrogancia)

Este rezago está en la base de una nostalgia por lo “natural”, en la crítica a lo artificial de la civilización, del disgusto por el cambio que la industrialización ha traído, incluyendo aspectos sociales, culturales,  estéticos.
El “problema del progreso” no es negarlo- cosa que solo hacen los reaccionarios- sino “entenderlo”: ¿puede guiarse el progreso, hay “leyes del progreso” que se cumplen estrictamente?
Se debería reservar , dice Hayek, la palabra “progreso” a cualquier esfuerzo humano-personal o colectivo- orientado a cumplir “fines” específicos y reservar la palabra “evolución” para describir el desarrollo de la civilización.
Al respecto, Hayek cita explícitamente a Popper- en su obra La pobreza del historicismo- al negar la posibilidad de descubrir supuestas “leyes del progreso” para guiar nuestros pasos. Dice Popper:
El cuidadoso examen de esta cuestión me ha conducido al convencimiento de que estas profecías históricas de largo alcance se hallan completamente fuera del radio del método científico. El futuro depende de nosotros mismos y nosotros no dependemos de ninguna necesidad histórica. (…) Afirman estos sistemas que todo el mundo procura utilizar su razón para predecir los hechos futuros(…) A su juicio, la tarea general de la ciencia consiste en formular predicciones(…) También creen haber descubierto ciertas leyes de la historia que les permite profetizar el curso de los sucesos históricos. Bajo el nombre de historicismo, he agrupado las diversas teorías sociales que sustentan afirmaciones de este tipo. (…) Se basan en el olvido de la distinción que debe realizarse entre una predicción científica y una profecía histórica.(Karl Popper, “Miseria del historicismo”)

El progreso no admite “planificación”. “Únicamente conociendo lo que antes no sabíamos nos hacemos más sabios”.
El progreso fue la bandera de los constructivistas: el diseño racional del futuro: desde las utopías fantasiosa que describían con lujo de detalles la Ciudad Ideal, hasta el marxismo con su insistencia en que había “descubierto las leyes del progreso” y auguraba la inevitable llegada del Socialismo.
Frente a los “profetas de la verdad”- buena parte de los filósofos y la totalidad de los políticos-  lo que nos plantea Hayek es que justamente es nuestra ignorancia la que acelera el conocimiento: sabemos que no sabemos, y queremos saber. El reaccionario cree que sabe. El ignorante no sabe que no sabe.
Este proceso de descubrimiento no es lineal ni puede ser planeado. H. cita a Bailey (1921)
  Es condición necesaria de la ciencia humana el que tengamos que aprender muchas cosas inútiles con el fin de conocer aquellas que nos sirven. Como resulta imposible conocer el valor de nuestras adquisiciones con anterioridad a la experiencia, la única forma que la humanidad tiene de asegurar todas las ventajas del conocimiento es la prosecución de las investigaciones en todas las direcciones posibles. No hay mayor impedimento al progreso de la ciencia que la perpetua y ansiosa referencia de cada paso a la utilidad palpable.

El progreso debe ser entendido no como planificación utópica del futuro sino como despliegue de la civilización basado en fuerzas que impulsan la libertad, el descubrimiento, el ajuste paulatino y lento de las expectativas, la aceptación de normas que promueven la convivencia y el descubrimiento.

18. Progreso y desigualdad


Los resultados del progreso no se difunden inmediatamente a la sociedad, pasan por etapas de prueba, adaptación y esfuerzos para que sean de uso general.
Esto significa que habrá gente que se beneficie de las nuevas conquistas con antelación al resto de los mortales

Es justamente la desigualdad la que acelera el progreso. Los nuevos conocimientos no se reparten equitativamente entre todos los miembros de la sociedad. Algunos reciben antes los nuevos bienes, los prueban, les dan nuevos usos no previstos, financian con sus compras anticipadas nuevas mejoras del esos bienes, que de otra manera no hubiera sido posible desarrollar.
El nuevo conocimiento carece de límites. Se trata de un recurso novedoso, no básico y con propósitos limitados, sino que puede ser usado, probado, adaptado, mejorado solo porque algunos lo adoptan tempranamente y se convierten así en un banco de pruebas. “Los logros de aquellos que han marchado a la cabeza facilitan el avance de los que les siguen”.
Dos o tres bienes básicos, que caracterizan el explosivo desarrollo de las comunicaciones en nuestro siglo han seguido ese derrotero. Los celulares, al principio, eran objetos caros, “de lujo”, solo a disposición de una minoría con recursos. Había todo un “folklore” que denostaba a los que hacían exhibición de sus celulares. Veinte años después estos productos no cuestan 5,000 dólares como en 1990, sino 100, y no son utilizados solo por ejecutivos exitosos sino por señoras de la limpieza, plomeros o adolescentes. Nuevos usos se han ido probando y ensayando: SMS, escucha de música, fotografía, envío y recepción de emails , navegación por la Web, etc. Hoy día ya casi nadie recuerda su uso “telefónico”, sino que se han transformado en ayudas para cualquier uso informativo que se le quiera dar, desde localización geográfica, brújula, reloj, audio hasta acceso a las redes sociales y comunicación con contactos.
Pero sin su temprana disposición para una minoría rica, estos desarrollos hubieran sido imposibles.
“Los lujos de hoy son las necesidades de mañana”. El alto costo que al principio tienen las novedades tecnológicas solo pueden ser costeados por una minoría. Los “costes de experimentación” corren a cargo de los ricos.
Esta idea es básica, ya que toca uno de los “lugares comunes” del pensamiento convencional basado en supuestas solidaridades e igualdades. Se deprecia el lujo de los ricos, como conducta antisocial y derrochadora. Se enaltece el “bajo consumo”- recordar al Padre Leonardo Boff y su consejo de vestir una tela barata y solo comer un plato de arroz por día-. Tanto socialistas, como cristianos, ecologistas y populistas coinciden en la común condena del lujo como despilfarro y exhibicionismo.
Hayek da vuelta el argumento y demuestra que es justamente el “costo de experimentación” que financia la minoría, el que permite que una década después las masas se vean favorecidas por nuevos y económicos bienes, que mejoran su calidad de vida. Automóviles, televisores, computadores, celulares son otros tantos ejemplos de este proceso de mejora de las condiciones de vida a partir de las “extravagancias” de una minoría de ricos consumidores.
La función de “banco de pruebas” que realizan los más ricos tiene que ser reemplazada en el socialismo por otro mecanismo. En el socialismo, la “revolución científico-tecnológica” es una consigna de hierro y, supuestamente tendría que suponer que antes de lanzar un nuevo producto a la canasta de bienes racionados para las masas  debería haber un período de prueba, protagonizado no ya por los ricos, sino por otros miembros de la sociedad “igualitaria”.
La desigualdad es flagrante e insostenible cuando se trata de bienes masivos convencionales, commodities como alimento, vivienda o vestido, bienes que YA existen. Pero el problema es que el progreso, para ser tal, está siempre a la busca de nuevos bienes, que mejoren o abaraten la satisfacción de necesidades sociales. Y es aquí, en el descubrimiento y la exploración, la prueba y la mejora,  donde la desigualdad juega un papel indelegable.
El problema de la desigualdad cede en apasionamiento si se considera no la desigualdad al interior de nuestra sociedad sino la desigualdad entre países. “No existe razón alguna para considerar el producto del mundo como resultado de un esfuerzo unificado de la humanidad colectivamente considerada.”
A nadie- aunque siempre hay delirantes- se le ocurre que el problema de la desigualdad entre países se supere con un “gobierno mundial” , que planificaría los esfuerzos de toda la humanidad. Y es en las diferencias entre países ricos y países pobres donde “el papel” de la desigualdad se explica más fácilmente.
Estas ideas, escritas en 1959, cuando nadie suponía lo que estaba por venir muestra un cierto carácter anticipatorio. En esos años ni Japón, ni Corea del Sur, ni Taiwán, ni Singapur, ni mucho menos China o India parecían en ruta para que, en pocos décadas igualaran el nivel de vida de Europa. En aquella época profundas diferencias de ingreso, de instituciones, de cultura, hacían de la epopeya del desarrollo un proceso lleno de incertidumbres y a muy largo plazo. La realidad cumplió en exceso lo que en Hayek era, más bien, un planteo teórico.
Todos se aprovechan, merced a las comunicaciones instantáneas de la actualidad, del progreso logrado en los países de vanguardia, aun países sin libertades, que tratan de imitar la tecnología occidental.
Este mismo concepto se puede aplicar al problema del planeamiento territorial. Las ciudades tienen una capacidad de minimizar el costo de las transacciones y ofrecen tal variedad de bienes tangibles e intangibles, tantas oportunidades de obtener relaciones y contactos que nadie puede discutir su rol como impulsoras del progreso. En la ciudad se ensaya, prueba, adapta, mejora, crea, difunde, la novedad. La civilización es impensable sin la ciudad.
Pero puede pensarse que algunos “igualitaristas” pueden plantear la necesidad de una equidistribución de los recursos en todo el territorio. La ciudades, dirían, reciben unas condiciones de partida – unos privilegios heredados- mucho más ricas que las aldeas de montaña. Y eso es injusto. Debería dividirse la riqueza en todo el territorio, de tal modo que las ciudades dejen de tener ventajas. Este sueño feudal, de aldeas autosostenidas, obviamente no puede ser sostenido ni por los más acérrimos partidarios de las soluciones colectivistas. Sin embargo, desde un punto de vista teórico, es posible esa utopía. Su resultado sería, indudablemente, la decadencia del país que ensayara semejante quimera. Otro tema es que hay que lograr que las disparidades regionales se atenúen, que las ciudades derramen su riqueza, de algún modo, a las comarcas del interior.
Este mismo problema se planteó en la Rusia revolucionaria. La tensión entre sumar recursos a la cabeza del Imperio para consolidar la Revolución o descentralizar el poder entre los territorios nacionales tuvo, finalmente, una resolución clara: Rusia como cabeza de la Unión Soviética centralizó el poder y acumuló ingentes recursos de todo el espacio soviético. Las “repúblicas” fueron poco menos que entidades formales e irrisorias.
De algún modo el símil de las disparidades sociales con las disparidades geográficas pone en el tapete la lógica del progreso: no hay progreso si algún segmento social no se pone en la delantera, paga el costo de experimentación y goza de “privilegios” que, para muchos, resultan ofensivos.
Los países ricos se benefician de tener una amplia clase alta que actúa como vanguardia para el desarrollo de nuevos productos y servicios. La equidistribución social en los países pobres retrasa el proceso de adquisición de conocimiento. Los pocos ricos no son capaces de cumplir esa función.
La función niveladora de ingresos- propia de las propuestas socialdemócratas- tiene fuertes efectos negativos en el largo plazo.
Nuevamente, Hayek en 1959 parece estar describiendo la actual crisis mundial del siglo XXI, con una Europa que no crece, henchida de “políticas igualitarias”, redistribucionistas - y sus correspondientes déficit fiscales-  que no han hecho más que quebrar el espinazo de la innovación y la competitividad, mientras el desigual “sur” (China, India, Taiwan, etc.), sediento de desarrollo, protagoniza el crecimiento de la economía mundial.



Conclusiones

Los países de América latina, casi en su totalidad, practican la libertad política sin restricciones: el pueblo elige a sus autoridades ejecutivas y legislativas, es libre de expresarse y manifestar, hay prensa libre, libertad de cultos, libertad de cátedra, libertad sindical, hay libertad para viajar, entrar y salir del país, establecer comercios e industrias, contratar, alquilar, comprar, vender.
Casi podríamos decir que América latina ha cumplido el sueño de sus libertadores.
Pero sabemos que esto no es cierto.
Sabemos que hay inflación, desnaturalización de la Justicia, clientelismo, maquinarias políticas y sindicales que coartan de hecho la libertad, leyes impositivas que ahogan la posibilidad de inversión, programas sociales que además de ser fuente se corrupción política, generan clientelismo político y desalientan la motivación para capacitarse y encontrar empleo a millones de beneficiarios, políticas regulatorias que limitan la inversión extranjera, políticas de trabajo que impiden el despido libre y encarecen la contratación de nuevos trabajadores.
No hay fomento de la innovación, hay enormes complicaciones burocráticas para iniciar una actividad económica, con requisitos, exigencias, demandas, apercibimientos permanentes a comerciantes, profesionales, industriales, inversores, ahorristas.
La Educación premia a los memoriosos y desalienta a los creativos, favorece a los gremios docentes más que a los alumnos y sus padres, baja contenidos desactualizados y, usualmente, “estatalótratas” y nacionalistas.
 La inversión es perseguida, el consumo fomentado artificialmente por el manejo estatal de las tasas de interés,  la obra pública asignada a amigos del poder y fuente de corrupción.
La justicia es lenta, ineficiente y muchas veces corrupta. Empresas estatales ineficientes, burocráticas y deficitarias abonan el déficit de Presupuesto.
La corrupción de funcionarios nunca se sanciona. Policía y justicia aparecen implicadas con el narcotráfico, hay “zonas liberadas” para los delincuentes y  presos son utilizados como mano de obra barata para cometer robo.
La pobreza, la desocupación, las crisis económicas son endémicas, protagonistas siempre de promesas políticas que nunca se cumplen.
¿Cómo puede ser que unos países “libres” admitan tantas lacras en su interior?
 Porque no son libres, en el concepto alberdiano. Han liberalizado su legislación solo en la esfera política pero tienen una profunda aversión a la libertad de comercio, de mercado, de trabajo, de inversión.
Un siglo de libertad económica, por lo menos,  será necesario para destruir del todo nuestros tres siglos de coloniaje monopolista y exclusivo (JBA, “Sistema…)

 Menos de un siglo reinaron las ideas liberales en Argentina, que pasó del sexto puesto en el ranking de desarrollo hacia 1910 al 40 en el siglo XXI.
Nuestras naciones arrastran una cultura antiliberal, producto de siglos de colonialismo español barnizada con las luces de la ilustración, pero recapturada merced al populismo y al socialismo.
El populismo recrea la idea de un Pueblo unido contra enemigos externos, de la homogeneidad de la nación, del rechazo a la idea liberal cosmopolita.
La Justicia Social es el gran aglutinador y la justificación de todas las transgresiones a la libertad de mercado.  “Alguien” tiene que hacerse cargo de las desigualdades que genera la libertad. El Estado es el gran “reparador”, el gran agente de redistribución que afecta la libertad económica. Sus ayudantes son los sindicatos, burocracias aliadas a las políticas de “salario mínimo” que son generadoras de desocupación. La cátedra universitaria colabora naturalizando la idea de que los “fallos de mercado” tienen que ser corregidos mediante la acción del Estado interventor. La Iglesia otorga legitimidad a esta transgresión del libre albedrío en nombre de la “solidaridad”.
En Argentina el 50% declara que el Estadio debe ser el principal agente económico, un 40% que debe limitarse a actuar  en sectores clave y solo un 10% afirma que el Estado no debe intervenir en la economía. A eso ha quedado reducido el apoyo a estas palabras de Alberdi:
Tal sistema desnaturaliza y falsea por sus bases el del gobierno de la Constitución sancionada y el  de la ciencia, pues lo saca de su destino primordial, que se reduce a dar leyes (poder legislativo), a  interpretarlas (judicial), y a ejecutarlas (ejecutivo).
Para esto ha sido creado el gobierno del Estado, no  para explotar industrias con la mira de obtener un lucro, que es todo el fin de las operaciones industriales. La idea de una industria pública es absurda y falsa en su base económica.

 (JB Alberdi, “Sistema…”)


Solo resta difundir, enseñar, fomentar la lectura de los clásicos como Hayek, Alberdi, Mises, Bastiat y otros y retomar la senda revolucionaria que el viejo liberalismo significó en le Europa contenida por los absolutismos reales. Hay que recrear la ilusión juvenil por la libertad, y demostrar que no se trata de proteger a los “ricos”, sino de permitir que surjan millones de nuevos ricos, motivados por el éxito, enamorados de su producto, en busca de un mercado que lo valore.