sábado, 4 de marzo de 2017

Una breve historia de la propiedad privada

La propiedad privada

1. De la recolección al cultivo, de la propiedad común a la propiedad privada



Existe el Mito de la Edad de Oro, según el cual en tiempos antiguos no existía la propiedad privada, que todos los bienes se obtenían y utilizaban en común. No había ricos ni pobres, ni avaricia ni codicia, y los seres humanos eran pacíficos.
Durante incontables milenios nuestros ancestros se alimentaban a través de la caza, la pesca y la recolección de frutos. Solo hace 10 milenios la agricultura y el pastoreo se convirtieron en los mecanismos habituales para obtener alimentos. Desde el punto de vista de la evolución de nuestra psicología la enorme etapa de cazadores-recolectores aún permanece como un sustrato de nuestra conducta social. Atiborrarse de comida, por ejemplo, es una herencia de esta etapa, en la cual la caza era azarosa y cuando aparecía una fuente de alimentos, animal o vegetal, la gente devoraba esas primicias, ignorantes de cuándo podría repetir el festín.
Algo de cierto tiene ese Mito.   En la época de los recolectores-cazadores nadie era dueño de las tierras ni de las manadas de animales, nadie sembraba semillas, nadie preparaba el terreno para la siembra, nadie poseía herramientas para la cosecha. Solo algunos bienes personales, un abrigo, algún arma- hachas o lanzas-  o algún objeto de adorno eran propiedad individual.
El respeto a la propiedad no dispondría ciertamente de gran arraigo entre las bandas de cazadores y recolectores en cuyo seno cualquiera que descubriera una nueva fuente de alimentación o un más seguro refugio quedaba obligado a comunicar su hallazgo al resto de sus compañeros. (Friedrich Hayek, La fatal arrogancia)
El problema era que en esa “edad”, nada era parecido a la paz y la armonía del Mito. La gente moría antes de los treinta años y se necesitaban enormes espacios para sustentar a unos pequeños grupos nómades que recorrían selvas y bosques en búsqueda de animales y frutos.
Pero, había un serio problema, tal como describe Hans-Herman Hoppe en   ECONOMÍA Y ÉTICA DE LA PROPIEDAD PRIVADA:
Sin embargo la vida de cazadores y recolectores enfrentaba un desafío fundamental. Las sociedades de cazadores‐recolectores llevaban esencialmente vidas parásitas. Es decir, no agregaban nada al suministro de productos entregados por la naturaleza. Sólo agotaban las fuentes de bienes. No producían (fuera de algunas herramientas) sino que consumían solamente. No cosechaban ni criaban sino que tenían que esperar a que la naturaleza regenerara y reaprovisionara. Esta forma de parasitismo implicaba el problema inatajable del crecimiento de la población. Para mantener una vida cómoda, la densidad demográfica tendría que haber seguido siendo extremadamente baja. Se ha estimado que una milla cuadrada de territorio era necesaria para sostener confortablemente una o dos personas, e inclusive, en regiones menos fértiles eran necesarios terrenos más grandes aún
El crecimiento de la población puso en crisis el sistema de cazadores-recolectores.
 El asentamiento, por consiguiente, permitía un crecimiento demográfico mucho más rápido, y una población creciente intensificaba la caza y la recolección locales, lo cual hacía que los alimentos en estado natural escasearan más y más. Esto significaba que los grupos sedentarios acabarían encontrándose probablemente atrapados en un modo de vida cada vez más laborioso, trabajando primero en pequeños huertos y luego en campos más extensos al disminuir los frutos de la caza y la recolección a la antigua usanza.
 (J. R. McNEILL, y W. H. McNEILL, Las redes humanas. Una historia global del Mundo.)


Las soluciones fueron dos:
1)       Apropiarse de terrenos para siembra y pastoreo y de manadas para criar animales.
 Se puede decir que el primer paso hacia la solución de la trampa Maltusiana que enfrentaban con su crecimiento las sociedades de cazadores‐recolectores, fue exactamente el establecimiento de la
propiedad de las tierras. Presionados por el descenso en el estándar de vida, como resultado de la
superpoblación absoluta, los miembros de la tribu sucesivamente (por separado o colectivamente) se apropiaron, cada vez más, de naturaleza (tierra) no‐poseída previamente. Esta apropiación de la tierra tenía un efecto doble inmediato. Primero, se producían más bienes y por consiguiente se podían satisfacer más necesidades que antes. De hecho, este fue el motivo real detrás de la apropiación de las tierras: la idea de que la tierra tenía una cierta conexión causal con la satisfacción de necesidades humanas y podía ser controlada. Controlando la tierra, el hombre realmente empezaba a producir bienes en vez de simplemente consumirlos.(Hope,id.)

“Fue probablemente la necesidad de disponer de una mínima unidad productiva viable lo que dio lugar a que la propiedad de la tierra pasara de colectiva a privada”(Hayek, id.)

2)  Crear unas unidades de producción de seres humanos, las familias. Hasta ese momento los hijos no tenían padre reconocido, hombres y mujeres se apareaban indiscriminadamente y nadie “poseía” hijos propios. Los que nacían eran simplemente, hijos de la tribu. Estos hijos de la tribu incrementaban la población, con lo cual se ponía en crisis el inestable equilibrio comida-población.
“Sin embargo, la economía en la tierra era solamente parte de la solución al problema que se presentó por la presión del aumento poblacional. Con la apropiación se hizo un uso más eficaz de la tierra, teniendo en cuenta que sustentaba un tamaño mayor de población. Pero la institución de la propiedad de la tierra en sí no afectó el otro lado del problema: la proliferación continuada de descendientes. Este aspecto del problema requería también una solución. Tenía que encontrarse una institución social que pusiera esta proliferación bajo control. La institución diseñada para lograr esta tarea fue la institución de la familia” (Hope)

En efecto, cono señala Yuval Harari, existe la presunción de que en esa etapa  no existía la familia.
“Algunos psicólogos evolutivos aducen que las antiguas bandas de humanos que buscaban comida no estaban compuestas por familias nucleares centradas en parejas monógamas. Por el contrario, los recolectores vivían en comunas carentes de propiedad privada, relaciones monógamas e incluso paternidad. En una banda de ese tipo, una mujer podía tener relaciones sexuales y formar lazos íntimos con varios hombres (y mujeres) simultáneamente, y todos los adultos de la banda cooperaban en el cuidado de los hijos. Puesto que ningún hombre sabía a ciencia cierta cuál de los niños era el suyo, los hombres demostraban igual preocupación por todos los jóvenes”
(Yuval Harari, "Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad "
)

O, mejor dicho, la  misma despreocupación. De hecho podría afirmarse que los machos humanos no tenían ninguna preocupación o interés por sus cachorros: no le enseñaban nada, nada heredarían ellos de él.
La idea de la propiedad privada está fuertemente asociada a la idea de  continuidad temporal a través de los hijos. Solo la familia y los hijos garantizan que el hombre se preocupará por adquirir y preservar una propiedad que será su legado al futuro.
Imaginemos una sociedad sin propiedad (en verdad no sería una sociedad). ¿Por qué voy a sembrar una tierra o construir una casa si luego cualquiera puede venir a cosechar los frutos o a instalarse en mi casa? Como no tengo un derecho para excluirlos no podría evitar esas circunstancias, por lo que mejor desisto de sembrar o construir y veo de consumir lo que otro haya cosechado o construido. Así, estaríamos de vuelta en un mundo de cazadores-recolectores o menos aun porque ni siquiera podríamos sostener la propiedad sobre otros bienes o herramientas necesarias para ello (armas para cazar, por ejemplo). Ese sería un mundo pobre, que solo podría sostener a un pequeño número de seres humanos, lejos de los siete mil millones de hoy.
Precisamente porque alguien, gracias al derecho de propiedad, puede ‘excluir’ a otros de su uso es que se convierte también en un ‘protector’ que buscará cuidar y multiplicar el recurso. Resulta entonces que pese a que la propiedad ‘excluye’ recursos del acervo global, en verdad los multiplica y los devuelve con creces.
(Martin Krause)

Con la propiedad de tierras y manadas y la propiedad de crear hijos propios, reconocibles, termina el comunismo primitivo. Nadie mejoraría su parcela de tierra para que otro se quedara con sus frutos. Nadie criaría animales para que los comiera un desconocido. Nadie traería hijos al mundo, futuros productores y consumidores, si no había certeza de que esos hijos pertenecían a determinados padres, es decir, trabajarían en la unidad productiva independiente formada por padres e hijos, con funciones productivas y de crianza de niños y de soporte a los viejos.
 Mientras los grupos humanos errantes consumieron los alimentos que encontraban a mano y los compartieron entre  todos sus miembros, el esfuerzo extra necesario para cultivar huertos careció de atractivo y, sobre todo, el almacenamiento de semillas para la cosecha del próximo año fue poco práctico. Sólo cuando las unidades familiares se convirtieron en consumidores independientes de alimentos se hizo posible el despegue de la agricultura. (McNeil, id.)
O sea, que es evidente la correlación entre la creación de la institución familiar, la transformación de la familia en unidad de producción y consumo, y la creación de la agricultura, y por ende el nacimiento de la propiedad privada.
La agricultura y la ganadería crean entonces la propiedad privada- de terrenos, de animales, de instalaciones productivas, de herramientas- como único mecanismo que permite identificar y personalizar el trabajo productivo. En vez de depredar al bosque, ahora hay que apropiarse de la tierra fértil, garantizar su uso exclusivo para la agricultura, separado del uso para la ganadería, preparar la tierra, ararla, sembrar, cosechar, guardar,acopiar semillas para la próxima cosecha y, por último, intercambiar en el mercado los excedentes de grano o de carne, por otros bienes comestibles o de uso como textiles, cacharrería, adornos, herramientas, armas, etc.
 La invención de la agricultura permanente inyectó tipos nuevos de información a la red humana. Los aprendices de agricultor intercambiaban permanentemente habilidades, conocimientos, semillas y ganado de crianza con las comunidades vecinas.  (McNeil, id.)

2. La Revolución neolítica: agricultura y ciudad
Frente al Mito de la Edad de Oro, según la cual la naturaleza entregaba sus dones sin mayor trabajo humano, la Revolución Neolítica, o sea, la capacidad humana de organizar la producción de alimentos vegetales y animales, criando y cultivando obligó a la humanidad a “trabajar con el sudor de la frente”. Para alimentar a una población creciente, evitar las hambrunas por malas cosechas o por plagas y enfermedades que aquejaran al ganado las personas tuvieron que adquirir nuevas habilidades. Las viejas destrezas de la caza y la pesca (rastrear, acechar, matar) no servían ya para las complejas tareas del cultivo y la crianza.

La introducción de una economía productora de alimentos afectó, como una revolución, las vidas de todos los involucrados en ella lo bastante para reflejarse en  la curva de la población.(…) La comunidad de recolectores  de alimentos tenía limitada su magnitud por la provisión de alimntos disponibles- el número real de animales de caza, de peces, de raíces comestibles y de bayas que crecían en su territorio-. Ningún esfuerzo humano, ni tampoco  conjuro mágico alguno, podía aumentar esta provisión. (…) Las poblaciones cazadoras se muestran muy bien ajustadas a los recursos que disponen. El cultivo rompe, de una vez, con los los límites así impuestos. Para incrementar la provisión de alimentos, sólo es n ec esario sembrar más semillas, cultuivadndo mayor extensión de tierras.Si exustyen más bocas por alimentar, también se tienen más brazos para trabajar los campos.( Gordon Childe, Los orígenes de la civilización)

 Por otra parte, por primera vez, el ser humano alteraba sustancialmente la Naturaleza. La selección de los mejores granos, los más resistentes o los más sustanciosos, generó un proceso de “selección artificial” por el cual, en pocos milenios, se crearon variedades de cereales y leguminosas nuevas. El trigo, por ejemplo, ya no tenía nada que ver con el antiguo cereal silvestre.
 Al principio este trigo silvestre se cosechaba regularmente pero no se sembraba; más tarde empezó también a sembrarse con regularidad. El trigo en cuestión era escandía, antepasado del trigo moderno que, junto con el centeno (originariamente una mala hierba de los trigales), la cebada, la avena, el mijo y la espelta, crecía en estado silvestre en el Mediterráneo oriental. Allí también se refinó para adaptarlo al hombre.  (Hugh Thomas, Una historia del mundo)
 Tuvo lugar entonces un aumento del número de personas y del número de plantas y animales domésticos, porque la dependencia mutua permitió que unos y otros obtuviesen mucha más energía de la faz de la tierra de la que ésta les había proporcionado hasta entonces. Los seres humanos y algunos de sus animales domesticados – no todos- tuvieron que trabajar con más ahínco y cambiar el entorno de forma más radical que antes, creando así más riesgos para sí mismos: hambruna, enfermedades y guerra (McNeil, id.)


Las tareas agrícolas implicaban eliminar las malas hierbas, roturar el terreno con azadas, utilizar el fuego para desbrozar el terreno y mejorar la fertilidad, la utilización de una hoz para cosechar, atar las gavilla de cereal cosechado, pisar el cereal, machacarlo, etc. Todo esto significa mucho trabajo y organización del trabajo: nada es dado graciosamente por la Naturaleza.
Lo mismo, los animales. Los hombres aplicaron la selección artificial, matando, por ejemplo, a los ejemplares demasiado agresivos de las manadas de bovinos, creando así variedades sumisas y fácilmente manejables. No existirían hoy las vacas, ovejas o caballos si no se entendiera este proceso de selección activa que los humanos operaron sobre el medio natural.
Encerrar el rebaño durante la noche y protegerlo de otros predadores cuando pastaba durante el día era esencial para la nueva relación entre los seres humanos y los animales. Al igual que en el caso de los cereales el resultado fue una adaptación radical por ambas partes.(…) Desde el punto de vista de los animales , las armas humanas ofrecían sin duda mejor protección que los cuernos. Pero los pastores sólo podían ofrecer un liderazgo  real matando a los animales desafiantes, con lo que, sin darse cuenta, fomentaran de manera selectiva un comportamiento sumiso (McNeil,id.)

3. Los cereales: la creación del mercado, de la ciudad y del poder del Estado
Cada tipo de agricultura tiene sus condicionamientos geográficos y sociales. La agricultura tropical es descentralizada: cada aldea panta y consume sus tubérculos. No hay un tiempo de cosecha, no hay que almacenar semillas, etc. Por lo tanto, poblaciones aisladas, remotas, han seguido viviendo en el aislamiento en algunos casos hasta el siglo XX.
Además, como explica Gordon Childe, la agricultura no significa necesariamente asentamientos permanentes. En especial, la agricultura de azada, con su gran explotación y agotamiento de los terrenos implica la necesidad de emigrar cada tanto, con lo cual no tiene sentido la construcción de viviendas permanentes.
En cambio la agricultura del cereal implica la necesidad de una gran cantidad de mano de obra trabajando junta tanto en la siembra como en la cosecha. Exige grandes depósitos centrales. El grano no se pudre, por lo cual puede ser trasladado sin peligro de pérdida: Todos estos componentes de los cereales implican que su cultivo es un fenómeno sociopolítico que incluye a los productores agrarios y a los consumidores urbanos.
La ciudad solo se explica por la existencia de trigo, en Europa, y arroz en Asia oriental. El cereal crea relaciones complejas de intercambio, dominación, gobiernos, impuestos, obras públicas, caminos,  es decir todos los componentes que estallarían hace 5 mil años en la creación de la ciudad.
En este contexto de mayor especialización, enriquecimiento del lenguaje, mejora en las habilidades intercambio con poblados vecinos, etc. el trueque se instala como mecanismo de intercambio de excedentes. Eso significó que comenzara a haber una valoración explícita de los diversos bienes. Cuanto más escaso y necesario fuera un tipo de bien, más bienes para intercambiar demandaría. Eso implica un necesario desarrollo del lenguaje, de las interacciones humanas, de la gestión de acuerdos, de la existencia de un imprescindible clima de paz, que permita que el trueque reemplace al robo. Y la existencia de alguna autoridad arbitral que resuelva en los conflictos entre compradores y vendedores.


4. El dinero
El trueque era un avance en relación al robo o la autarquía y el aislamiento, pero estaba lejos de ser perfecto como mecanismo de intercambio.
En principio, se necesitaba que el que ofrecía huevos y pretendía granos encontrara a un excedentario en granos que a su vez pretendiera huevos. Esta combinación muchas veces no se encontraba, con lo cual se frustraba el intercambio. Había que encontrar a un excedentario y un deficitario justamente en los bienes específicos que se demandaban. Y ¿con qué pagar a unos obreros que ayudan a construir tu casa, con “partes de la casa”? Como señala Rothbard, los dos problemas básicos del trueque son la “indivisibilidad” y la “falta de coincidencia en cuanto a necesidades”.
Es por ello que naturalmente se pasó a una nueva creación, el dinero. El intercambio indirecto.
 Pero el hombre, en su interminable proceso de ensayos y fracasos, descubrió el camino que posibilita alcanzar una economía de gran expansión: el intercambio indirecto. Mediante el intercambio indirecto, uno vende su producto, no a cambio de un bien que se precisa directamente sino a cambio de otro bien que, a su vez, es vendido a cambio del bien que uno necesita.  (Rothbard, )
O sea desaparece el problema de la indivisibilidad y el problema de la no coincidencia de necesidades complementarias que tiene el truque.
Y esos “bienes intermedios” que se compran, son las monedas, el dinero. Por sus dos gallinas, el granjero obtiene en el mercado 5 rupias (o taleros, o pesos, o como se llame). Y con esas 5 rupias compra lo que andaba necesitando: una herramienta para podar sus arbustos.
No deberíamos pensar en dinero como monedas de oro acuñadas por el rey, al menos durante miles de años. Esa fue solo una de las formas que el  dinero adoptó históricamente. Como se sabe, hubo bienes utilizados como dinero, tales como tabaco, azúcar, sal, ganado, clavos, cereales, etc. Se han registrado conchillas como medios de pago en poblaciones del Pacífico, hace 8000 años.
Pero luego de ensayos y errores, en todo el mundo conocido, el oro y la plata fueron reconocidos como el dinero por excelencia, por lo cual el “peso” (de oro o de plata) fue la manera de estandarizar su uso: conocido el “peso” (una libra, una onza, etc.) se podía entonces negociar un precio de intercambio: cuantos “pesos” te costará mi kilo de pescado.
Con la existencia de dinero, una mercancía que pertenece a un individuo, no hay “comunismo primitivo” posible. MIS monedas de oro ME servirán para criar mejor a MI hijo. Tantos pronombres posesivos aun asustan a ciertos profetas de la igualdad. Pero lo cierto es que la posesión de dinero independiza al individuo de ciertas servidumbres, es un bien universal que le permite adquirir cualquier producto o servicio.
Como es obvio, es más fácil robar – o perder- dinero que una propiedad inmueble. Poseer dinero implica un riesgo, mucho mayor que poseer una propiedad inmueble. En realidad, toda propiedad mueble (ganado, dinero, granos) tiene mayor riesgo de robo, pérdida o destrucción que cualquier propiedad  territorial.

5. La ciudad
La ciudad supone una concentración de funciones simbólicas-religiosas, la instalación de un poder político , la creación de una clase de funcionarios (recaudadores, contables, escribas, soldados, sacerdotes, consejeros del Rey, etc.) y artesanos (fundidores, talabarteros, ceramistas, constructores, etc.) , por lo tanto, la existencia de recursos excedentes, que son arrancados por la fuerza (impuestos, tributos) a los agricultores. Se calcula que en una ciudad mesopotámica 7,000 funcionarios y artesanos vivían a costa de 25,000 agricultores.
La sumisión de esos 25,000 agricultores se basaba en que el  Poder distribuía remedios religiosos- bendiciones, pasaportes a la inmortalidad-,  regulaba la distribución de agua, el gran recurso escaso, organizaba obras públicas que requerían miles de trabajadores (canales, presas, desmonte, etc.)  y ofrecía protección frente a las bandas de pastores-guerreros que, montados en sus caballos o camellos, ejercían fuerte presión sobre los campesinos , pueblos y ciudades. 
Los pastores tenían experiencia en protección de sus ganados, lo cual se transformó rápidamente en entrenamiento militar: poseían la capacidad de reunirse rápidamente y asaltar los depósitos de grano de los campesinos. En este contexto, los campesinos requerían protección de los soldados profesionales urbanos, a cambio de parte de sus granos.
 Los grupos locales de agricultores no podían igualar la violencia organizada que normalmente ejercían los soldados profesionales pastoriles y urbanos. La sumisión era inevitable y preferible a la resistencia, ya que las rentas e impuestos más o menos previsibles eran más fáciles de soportar que el pillaje desenfrenado. Por consiguiente este sistema pasó a ser el habitual. En efecto, los pastores crearon junto a los soldados profesionales y los gobernantes de los estados agrarios un mercado extraoficial pero eficaz de costes de protección, y fijaron pagos de rentas e impuestos en un nivel que garantizaba la supervivencia de los habitantes de los poblados dejándoles un margen, en los años normales, para protegerse de la posible pérdida de cosechas. Después del año 2500 AEC este tipo de mercado de protección subordinó a los campesinos y sostuvo las civilizaciones urbanas durante los milenios siguientes hasta casi la época presente.(McNeill, Las redes humanas)
La suma del poder religioso, militar y económico se concentraba, entonces,  en la Ciudad. Y esas tres dimensiones estaban íntimamente relacionadas.
Cada dios tenía  su morada terrenal, el templo en la ciudad, una propiedad territorial, servidores humanos, y la corporación sacerdotal. Los documentos descifrables más antiguos de Mesopotamia son, en efecto, las cuentas llevadas por los sacerdotes acerca de los ingresos de los templos. Por ellas se pone de manifiesto que el templo no solo era el centro de la vida religiosa de la ciudad, sino también el núcleo de la acumulación de capital. El templo funcionaba como un gran banco; el dios era el  principal capitalista del territorio (Gordon Childe, Los orígenes de la Civilización)

El Templo, era ,a la vez, la casa de Dios en la ciudad y el deposito que concentraba los tributos que las familias debían pagar.
Cada ciudad era sede de un Dios. Pero ¿Cómo se decidía el sitio de la ciudad? No solo por consideraciones geográficas. Antes de decidirse por este o aquel lugar existía una creencia, el sentimiento de que ciertos lugares son sagrados. El espacio no era homogéneo: había lugares en que habitaba el Cosmos- el orden divino- y lugares aun caóticos- meramente producto de la naturaleza.
 Como ha demostrado Eliade, se establecían en lugares donde lo sagrado se había manifestado en una ocasión, rompiendo la barrera que separaba los dioses de la humanidad (…)
Una vez que se experimentaba un lugar como sagrado, era radicalmente separado de sus alrededores profanos. Como allí se había revelado lo divino, el lugar se convertía en el centro de la Tierra (…) era uno de los lugares donde se podía entrar en contacto con lo divino, lo único que daba realidad y significación a sus vidas.
(Karen Armstrong,  Historia de Jerusalén)
El carácter sagrado de las ciudades, como resulta evidente, es la base de su poder simbólico. Las humildes familias de campesinos llegan, digamos, a  Jerusalén, o Sidón, o Babilonia. Contemplan sus murallas infranqueables, las torres de vigilancia, los palacios del  rey, el Templo, morada de Dios. Su sorpresa se transforma rápidamente en veneración y se someten así, casi sin dudarlo, a la protección de la Ciudad. Como resume Karin Armstrong:
 Después de que Marduk creó el mundo, los dioses y los humanos trabajaron juntos para edificar la ciudad de Babilonia en el centro de la tierra. En Bab-ilani (“la puerta de los dioses”) las divinidades se podían reunir cada año para participar en el consejo de los dioses: era su casa en el mundo terreno de hombres y mujeres, quienes sabían que podían tener acceso a ellos. En el centro de la ciudad edificaron también el gran templo de Esagila dedicado a Marduk, su palacio en la ciudad. Allí vivía e imponía el orden divino a través de su lugarteniente, el rey.  
El Poder se inviste así, desde el inicio, de un halo de divinidad que justifica sus decisiones. Nadie puede cuestionar las decisiones de Dios, transmitidas y ejecutadas por medio del Rey, su representante en el mundo.
La Ciudad, además, era inestable. Había años buenos y años de magras cosechas, años de paz y años de invasiones de pueblos extraños. Había años de tranquilidad y años de rebelión contra los poderosos. Frente a ese cambio permanente, a esa inestabilidad, se reforzaba la creencia en dioses, leyes e instituciones permanentes que aportaban cierta idea de continuidad y estabilidad. El Poder, obviamente, reforzaba ese sentimiento. Fiestas, celebraciones, homenajes, festivales, días sacros, entierros reales, bodas, nacimientos reales eran todos instrumentos de diferenciación entre los reyes y sus vasallos. El lujo, la ostentación de joyas y vestidos, armas y cabalgaduras eran todos símbolos que se exhibían para ampliar la brecha entre los simples humanos y los Reyes, representantes de Dios en la Tierra.
El rey debía no solo construir templos para los dioses. Debía cumplir deberes más cotidianos: fortificar la ciudad, proveerla de acceso al agua, defenderla de los enemigos,. Y tenía que imponer la Ley, una creación divina “que los dioses habían revelado al rey”.
El Rey no solo debía construir murallas, debía –aplicando sabiamente la Ley-mantener el orden social, impedir el descontento dentro de la ciudad, proteger a los débiles, viudas y huérfanos, el bienestar de sus habitantes. Controlar así que un campesinado explotado se rebelara contra el poder y rompiera las murallas de la ciudad.
De este modo, la complejidad creciente de las primeras civilizaciones impuso serios límites a la propiedad privada.
Si bien  en algunos casos los campesinos eran propietarios de sus parcelas, debían entregar buena parte de sus cosechas al Poder, a fin de asegurarse la pertenencia a la Ciudad, que , como hemos visto, es un requisito para garantizar su protección y su misma condición humana, como perteneciente a una comunidad de fieles al Dios de la Ciudad. No se podía sobrevivir en soledad. Solo siendo súbdito del Rey se tenía acceso a bienes terrenales-   riego, protección- y a bienes espirituales como la protección  de los dioses.
Sabemos que el antiguo Egipto la propiedad era del Faraón, y que éste podía premiar a sus generales o ministros con parcelas propias. Pero era una “propiedad delegada”, y así como faraón la cedía , podía recuperarla con un simple decreto real.
Hubo que esperar al nacimiento de normas de defensa de la propiedad privada para que la civilización comenzara su andadura:
Dice F. Hayek:
 … parece razonable también situar el punto de partida del proceso civilizador en las regiones costeras de Mediterráneo. Las posibilidades facilitadas por el comercio a larga distancia otorgaron ventaja relativa a aquellas comunidades que se avinieron a conceder a sus miembros la libertad de hacer uso de la información personal sobre aquellas otras en las que era el conocimiento disponible a nivel colectivo o, a lo sumo, el que se encontraba en poder de su gobernante de turno el que determinaba las actuaciones de todos. Fue, al parecer, en la región mediterránea donde por primera vez el ser humano se avino a respetar ciertos dominios privados cuya gestión se dejó a la responsabilidad del correspondiente propietario, lo que permitió establecer entre las diferentes comunidades una densa malla de relaciones comerciales. Surgió la misma al margen de los particulares criterios o veleidades de los jefes locales, al no resultar posible entonces controlar eficazmente el tráfico marítimo.  
Lo importante es advertir que el desarrollo de la propiedad plural (privada) ha sido en todo momento condición imprescindible para la aparición del comercio y, por lo tanto, para la formación de esos más amplios y coherentes esquemas de interrelación humana, así como de las señales que denominamos precios. El que fueran los individuos, las “familias” (en el sentido amplio del término), o los grupos formados voluntariamente quienes detentaran los derechos de propiedad tiene transcendencia menor que el hecho de que cada actor pudiera en todo momento identificar a quién correspondía determinar el uso a dar a sus bienes.

 . Desgraciadamente, tarde o temprano, los gobernantes tienden a abusar de los poderes a ellos confiados para coartar esa libertad que deberían defender y para imponer su supuestamente más acertada interpretación de los acontecimientos, no dudando en justificar su comportamiento afirmando que simplemente tratan de impedir “que las instituciones sociales evolucionen arbitrariamente”

En suma, la propiedad privada surge en el contexto de
- la aparición de la agricultura y la ganadería
- la institución de la familia como grupo productor y consumidor organizado
-el desarrollo de  redes de comercio incipientes que significaron normas para realizar y hacer cumplir contratos entre compradores y vendedores
- El reconocimiento de derechos de propiedad en manos de individuos, familias o grupos, o sea la facultad de asignar ciertos fines a determinados bienes

- Un poder político, asentado en las ciudades, que provee- por vía del monopolio de la coerción- seguridades a la propiedad, asediada por asaltantes, ejércitos extranjeros, etc. La dialéctica de conflicto entre el ámbito privado y el poder político- encargado de su seguridad- terminó, por lo general, con éste interviniendo y limitando la libertad.  El Estado, dependiente de los impuestos de los propietarios pasa de ser un sumiso delegado a un amo irascible sobre la base de deificar su conformación como poder sobrehumano. Este Estado-Dios fue – y sigue siendo- el más formidable enemigo de la propiedad privada.