La propiedad privada
1. De la recolección
al cultivo, de la propiedad común a la propiedad privada
Existe el Mito de la Edad de Oro, según el cual en tiempos
antiguos no existía la propiedad privada, que todos los bienes se obtenían y
utilizaban en común. No había ricos ni pobres, ni avaricia ni codicia, y los
seres humanos eran pacíficos.
Durante incontables milenios nuestros ancestros se
alimentaban a través de la caza, la pesca y la recolección de frutos. Solo hace
10 milenios la agricultura y el pastoreo se convirtieron en los mecanismos
habituales para obtener alimentos. Desde el punto de vista de la evolución de
nuestra psicología la enorme etapa de cazadores-recolectores aún permanece como
un sustrato de nuestra conducta social. Atiborrarse de comida, por ejemplo, es
una herencia de esta etapa, en la cual la caza era azarosa y cuando aparecía
una fuente de alimentos, animal o vegetal, la gente devoraba esas primicias,
ignorantes de cuándo podría repetir el festín.
Algo de cierto tiene ese Mito. En la época de los recolectores-cazadores
nadie era dueño de las tierras ni de las manadas de animales, nadie sembraba
semillas, nadie preparaba el terreno para la siembra, nadie poseía herramientas
para la cosecha. Solo algunos bienes personales, un abrigo, algún arma- hachas
o lanzas- o algún objeto de adorno eran
propiedad individual.
El respeto a la propiedad no dispondría ciertamente de gran arraigo
entre las bandas de cazadores y recolectores en cuyo seno cualquiera que
descubriera una nueva fuente de alimentación o un más seguro refugio quedaba
obligado a comunicar su hallazgo al resto de sus compañeros. (Friedrich
Hayek, La fatal arrogancia)
El problema era que en esa “edad”, nada era parecido a la
paz y la armonía del Mito. La gente moría antes de los treinta años y se necesitaban
enormes espacios para sustentar a unos pequeños grupos nómades que recorrían
selvas y bosques en búsqueda de animales y frutos.
Pero, había un serio problema, tal como describe Hans-Herman
Hoppe en ECONOMÍA Y ÉTICA DE LA PROPIEDAD PRIVADA:
Sin embargo la vida de cazadores y recolectores enfrentaba un desafío
fundamental. Las sociedades de cazadores‐recolectores llevaban esencialmente
vidas parásitas. Es decir, no agregaban nada al suministro de productos
entregados por la naturaleza. Sólo agotaban las fuentes de bienes. No producían
(fuera de algunas herramientas) sino que consumían solamente. No cosechaban ni
criaban sino que tenían que esperar a que la naturaleza regenerara y
reaprovisionara. Esta forma de parasitismo implicaba el problema inatajable del
crecimiento de la población. Para mantener una vida cómoda, la densidad
demográfica tendría que haber seguido siendo extremadamente baja. Se ha
estimado que una milla cuadrada de territorio era necesaria para sostener
confortablemente una o dos personas, e inclusive, en regiones menos fértiles
eran necesarios terrenos más grandes aún.
El crecimiento de la población puso en crisis el sistema de
cazadores-recolectores.
El asentamiento, por
consiguiente, permitía un crecimiento demográfico mucho más rápido, y una
población creciente intensificaba la caza y la recolección locales, lo cual
hacía que los alimentos en estado natural escasearan más y más. Esto
significaba que los grupos sedentarios acabarían encontrándose probablemente
atrapados en un modo de vida cada vez más laborioso, trabajando primero en
pequeños huertos y luego en campos más extensos al disminuir los frutos de la
caza y la recolección a la antigua usanza.
(J. R. McNEILL, y W. H. McNEILL, Las redes
humanas. Una historia global del Mundo.)
Las soluciones fueron dos:
1)
Apropiarse de terrenos para siembra y
pastoreo y de manadas para criar animales.
Se puede
decir que el primer paso hacia la solución de la trampa Maltusiana que
enfrentaban con su crecimiento las sociedades de cazadores‐recolectores, fue
exactamente el establecimiento de la
propiedad de las tierras. Presionados por el
descenso en el estándar de vida, como resultado de la
superpoblación absoluta, los miembros de la tribu
sucesivamente (por separado o colectivamente) se apropiaron, cada vez más, de
naturaleza (tierra) no‐poseída previamente. Esta apropiación de la tierra tenía
un efecto doble inmediato. Primero, se producían más bienes y por consiguiente
se podían satisfacer más necesidades que antes. De hecho, este fue el motivo
real detrás de la apropiación de las tierras: la idea de que la tierra tenía
una cierta conexión causal con la satisfacción de necesidades humanas y podía
ser controlada. Controlando la tierra, el hombre realmente empezaba a producir bienes en vez de simplemente consumirlos.(Hope,id.)
“Fue probablemente la
necesidad de disponer de una mínima unidad productiva viable lo que dio lugar a
que la propiedad de la tierra pasara de colectiva a privada”(Hayek, id.)
2) Crear unas unidades de producción de seres
humanos, las familias. Hasta ese momento los hijos no tenían padre
reconocido, hombres y mujeres se apareaban indiscriminadamente y nadie “poseía”
hijos propios. Los que nacían eran simplemente, hijos de la tribu. Estos hijos
de la tribu incrementaban la población, con lo cual se ponía en crisis el
inestable equilibrio comida-población.
“Sin embargo, la economía en la tierra era
solamente parte de la solución al problema que se presentó por la presión del
aumento poblacional. Con la apropiación se hizo un uso más eficaz de la tierra,
teniendo en cuenta que sustentaba un tamaño mayor de población. Pero la
institución de la propiedad de la tierra en sí no afectó el otro lado del
problema: la proliferación continuada de descendientes. Este aspecto del
problema requería también una solución. Tenía que encontrarse una institución
social que pusiera esta proliferación bajo control. La institución diseñada
para lograr esta tarea fue la institución de la familia” (Hope)
En efecto, cono señala Yuval Harari, existe la presunción de
que en esa etapa no existía la familia.
“Algunos psicólogos evolutivos aducen que las antiguas bandas de
humanos que buscaban comida no estaban compuestas por familias nucleares
centradas en parejas monógamas. Por el contrario, los recolectores vivían en
comunas carentes de propiedad privada, relaciones monógamas e incluso
paternidad. En una banda de ese tipo, una mujer podía tener relaciones sexuales
y formar lazos íntimos con varios hombres (y mujeres) simultáneamente, y todos
los adultos de la banda cooperaban en el cuidado de los hijos. Puesto que
ningún hombre sabía a ciencia cierta cuál de los niños era el suyo, los hombres
demostraban igual preocupación por todos los jóvenes”
(Yuval Harari, "Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad "
)
O, mejor dicho, la misma despreocupación. De hecho podría
afirmarse que los machos humanos no tenían ninguna preocupación o interés por
sus cachorros: no le enseñaban nada, nada heredarían ellos de él.
La idea de la
propiedad privada está fuertemente asociada a la idea de continuidad temporal a través de los hijos.
Solo la familia y los hijos garantizan que el hombre se preocupará por adquirir
y preservar una propiedad que será su legado al futuro.
Imaginemos una
sociedad sin propiedad (en verdad no sería una sociedad). ¿Por qué voy a
sembrar una tierra o construir una casa si luego cualquiera puede venir a
cosechar los frutos o a instalarse en mi casa? Como no tengo un derecho para
excluirlos no podría evitar esas circunstancias, por lo que mejor desisto de
sembrar o construir y veo de consumir lo que otro haya cosechado o construido.
Así, estaríamos de vuelta en un mundo de cazadores-recolectores o menos aun
porque ni siquiera podríamos sostener la propiedad sobre otros bienes o
herramientas necesarias para ello (armas para cazar, por ejemplo). Ese sería un
mundo pobre, que solo podría sostener a un pequeño número de seres humanos,
lejos de los siete mil millones de hoy.
Precisamente porque
alguien, gracias al derecho de propiedad, puede ‘excluir’ a otros de su uso es
que se convierte también en un ‘protector’ que buscará cuidar y multiplicar el
recurso. Resulta entonces que pese a que la propiedad ‘excluye’ recursos del
acervo global, en verdad los multiplica y los devuelve con creces.
(Martin Krause)
Con la propiedad de tierras y manadas y la propiedad de
crear hijos propios, reconocibles, termina el comunismo primitivo. Nadie
mejoraría su parcela de tierra para que otro se quedara con sus frutos. Nadie
criaría animales para que los comiera un desconocido. Nadie traería hijos al
mundo, futuros productores y consumidores, si no había certeza de que esos
hijos pertenecían a determinados padres, es decir, trabajarían en la unidad
productiva independiente formada por padres e hijos, con funciones productivas
y de crianza de niños y de soporte a los viejos.
Mientras los grupos humanos
errantes consumieron los alimentos que encontraban a mano y los compartieron
entre todos sus miembros, el esfuerzo
extra necesario para cultivar huertos careció de atractivo y, sobre todo, el
almacenamiento de semillas para la cosecha del próximo año fue poco práctico.
Sólo cuando las unidades familiares se convirtieron en consumidores
independientes de alimentos se hizo posible el despegue de la agricultura.
(McNeil, id.)
O sea, que es evidente la correlación entre la creación de
la institución familiar, la transformación de la familia en unidad de
producción y consumo, y la creación de la agricultura, y por ende el nacimiento
de la propiedad privada.
La agricultura y la ganadería crean entonces la propiedad
privada- de terrenos, de animales, de instalaciones productivas, de
herramientas- como único mecanismo que permite identificar y personalizar el
trabajo productivo. En vez de depredar al bosque, ahora hay que apropiarse de
la tierra fértil, garantizar su uso exclusivo para la agricultura, separado del
uso para la ganadería, preparar la tierra, ararla, sembrar, cosechar, guardar,acopiar
semillas para la próxima cosecha y, por último, intercambiar en el mercado los
excedentes de grano o de carne, por otros bienes comestibles o de uso como
textiles, cacharrería, adornos, herramientas, armas, etc.
La invención de la agricultura
permanente inyectó tipos nuevos de información a la red humana. Los aprendices
de agricultor intercambiaban permanentemente habilidades, conocimientos,
semillas y ganado de crianza con las comunidades vecinas. (McNeil, id.)
2. La Revolución neolítica:
agricultura y ciudad
Frente al Mito de la Edad de Oro, según la cual la
naturaleza entregaba sus dones sin mayor trabajo humano, la Revolución
Neolítica, o sea, la capacidad humana de organizar la producción de alimentos
vegetales y animales, criando y cultivando obligó a la humanidad a “trabajar
con el sudor de la frente”. Para alimentar a una población creciente, evitar
las hambrunas por malas cosechas o por plagas y enfermedades que aquejaran al
ganado las personas tuvieron que adquirir nuevas habilidades. Las viejas
destrezas de la caza y la pesca (rastrear, acechar, matar) no servían ya para
las complejas tareas del cultivo y la crianza.
La introducción de una economía productora de alimentos afectó, como
una revolución, las vidas de todos los involucrados en ella lo bastante para
reflejarse en la curva de la población.(…)
La comunidad de recolectores de
alimentos tenía limitada su magnitud por la provisión de alimntos disponibles-
el número real de animales de caza, de peces, de raíces comestibles y de bayas
que crecían en su territorio-. Ningún esfuerzo humano, ni tampoco conjuro mágico alguno, podía aumentar esta
provisión. (…) Las poblaciones cazadoras se muestran muy bien ajustadas a los
recursos que disponen. El cultivo rompe, de una vez, con los los límites así
impuestos. Para incrementar la provisión de alimentos, sólo es n ec esario
sembrar más semillas, cultuivadndo mayor extensión de tierras.Si exustyen más
bocas por alimentar, también se tienen más brazos para trabajar los campos.(
Gordon Childe, Los orígenes de la civilización)
Por otra parte, por
primera vez, el ser humano alteraba sustancialmente la Naturaleza. La selección
de los mejores granos, los más resistentes o los más sustanciosos, generó un
proceso de “selección artificial” por el cual, en pocos milenios, se crearon
variedades de cereales y leguminosas nuevas. El trigo, por ejemplo, ya no tenía
nada que ver con el antiguo cereal silvestre.
Al principio este trigo
silvestre se cosechaba regularmente pero no se sembraba; más tarde empezó
también a sembrarse con regularidad. El trigo en cuestión era escandía,
antepasado del trigo moderno que, junto con el centeno (originariamente una
mala hierba de los trigales), la cebada, la avena, el mijo y la espelta, crecía
en estado silvestre en el Mediterráneo oriental. Allí también se refinó para
adaptarlo al hombre. (Hugh Thomas,
Una historia del mundo)
Tuvo lugar entonces un aumento
del número de personas y del número de plantas y animales domésticos, porque la
dependencia mutua permitió que unos y otros obtuviesen mucha más energía de la
faz de la tierra de la que ésta les había proporcionado hasta entonces. Los
seres humanos y algunos de sus animales domesticados – no todos- tuvieron que
trabajar con más ahínco y cambiar el entorno de forma más radical que antes,
creando así más riesgos para sí mismos: hambruna, enfermedades y guerra (McNeil,
id.)
Las tareas agrícolas implicaban eliminar las malas hierbas,
roturar el terreno con azadas, utilizar el fuego para desbrozar el terreno y
mejorar la fertilidad, la utilización de una hoz para cosechar, atar las
gavilla de cereal cosechado, pisar el cereal, machacarlo, etc. Todo esto
significa mucho trabajo y organización del trabajo: nada es dado graciosamente
por la Naturaleza.
Lo mismo, los animales. Los hombres aplicaron la selección
artificial, matando, por ejemplo, a los ejemplares demasiado agresivos de las
manadas de bovinos, creando así variedades sumisas y fácilmente manejables. No
existirían hoy las vacas, ovejas o caballos si no se entendiera este proceso de
selección activa que los humanos operaron sobre el medio natural.
Encerrar el rebaño durante la noche y protegerlo de otros predadores
cuando pastaba durante el día era esencial para la nueva relación entre los
seres humanos y los animales. Al igual que en el caso de los cereales el
resultado fue una adaptación radical por ambas partes.(…) Desde el punto de
vista de los animales , las armas humanas ofrecían sin duda mejor protección
que los cuernos. Pero los pastores sólo podían ofrecer un liderazgo real matando a los animales desafiantes, con
lo que, sin darse cuenta, fomentaran de manera selectiva un comportamiento
sumiso (McNeil,id.)
3. Los cereales: la creación
del mercado, de la ciudad y del poder del Estado
Cada tipo de agricultura tiene sus condicionamientos
geográficos y sociales. La agricultura tropical es descentralizada: cada aldea
panta y consume sus tubérculos. No hay un tiempo de cosecha, no hay que
almacenar semillas, etc. Por lo tanto, poblaciones aisladas, remotas, han
seguido viviendo en el aislamiento en algunos casos hasta el siglo XX.
Además, como explica Gordon Childe, la agricultura no
significa necesariamente asentamientos permanentes. En especial, la agricultura
de azada, con su gran explotación y agotamiento de los terrenos implica la
necesidad de emigrar cada tanto, con lo cual no tiene sentido la construcción
de viviendas permanentes.
En cambio la agricultura del cereal implica la necesidad de
una gran cantidad de mano de obra trabajando junta tanto en la siembra como en
la cosecha. Exige grandes depósitos centrales. El grano no se pudre, por lo
cual puede ser trasladado sin peligro de pérdida: Todos estos componentes de
los cereales implican que su cultivo es un fenómeno sociopolítico que incluye a
los productores agrarios y a los consumidores urbanos.
La ciudad solo se
explica por la existencia de trigo, en Europa, y arroz en Asia oriental. El
cereal crea relaciones complejas de intercambio, dominación, gobiernos,
impuestos, obras públicas, caminos, es
decir todos los componentes que estallarían hace 5 mil años en la creación de
la ciudad.
En este contexto de mayor especialización, enriquecimiento
del lenguaje, mejora en las habilidades intercambio con poblados vecinos, etc.
el trueque se instala como mecanismo de intercambio de excedentes. Eso
significó que comenzara a haber una valoración explícita de los diversos
bienes. Cuanto más escaso y necesario fuera un tipo de bien, más bienes para
intercambiar demandaría. Eso implica un necesario desarrollo del lenguaje, de
las interacciones humanas, de la gestión de acuerdos, de la existencia de un
imprescindible clima de paz, que permita que el trueque reemplace al robo. Y la
existencia de alguna autoridad arbitral que resuelva en los conflictos entre
compradores y vendedores.
4. El dinero
El trueque era un avance en relación al robo o la autarquía
y el aislamiento, pero estaba lejos de ser perfecto como mecanismo de
intercambio.
En principio, se necesitaba que el que ofrecía huevos y
pretendía granos encontrara a un excedentario en granos que a su vez
pretendiera huevos. Esta combinación muchas veces no se encontraba, con lo cual
se frustraba el intercambio. Había que encontrar a un excedentario y un
deficitario justamente en los bienes específicos que se demandaban. Y ¿con qué
pagar a unos obreros que ayudan a construir tu casa, con “partes de la casa”?
Como señala Rothbard, los dos problemas básicos del trueque son la
“indivisibilidad” y la “falta de coincidencia en cuanto a necesidades”.
Es por ello que naturalmente se pasó a una nueva creación,
el dinero. El intercambio indirecto.
Pero el hombre, en su
interminable proceso de ensayos y fracasos, descubrió el camino que posibilita
alcanzar una economía de gran expansión: el intercambio indirecto. Mediante el
intercambio indirecto, uno vende su producto, no a cambio de un bien que se
precisa directamente sino a cambio de otro bien que, a su vez, es vendido a
cambio del bien que uno necesita. (Rothbard,
)
O sea desaparece el problema de la indivisibilidad y el
problema de la no coincidencia de necesidades complementarias que tiene el
truque.
Y esos “bienes
intermedios” que se compran, son las monedas, el dinero. Por sus dos
gallinas, el granjero obtiene en el mercado 5 rupias (o taleros, o pesos, o
como se llame). Y con esas 5 rupias compra lo que andaba necesitando: una
herramienta para podar sus arbustos.
No deberíamos pensar en dinero como monedas de oro acuñadas por el rey, al menos durante miles de años.
Esa fue solo una de las formas que el
dinero adoptó históricamente. Como se sabe, hubo bienes utilizados como
dinero, tales como tabaco, azúcar, sal, ganado, clavos, cereales, etc. Se han
registrado conchillas como medios de pago en poblaciones del Pacífico, hace
8000 años.
Pero luego de ensayos y errores, en todo el mundo conocido,
el oro y la plata fueron reconocidos como el dinero por excelencia, por lo cual
el “peso” (de oro o de plata) fue la manera de estandarizar su uso: conocido el
“peso” (una libra, una onza, etc.) se podía entonces negociar un precio de
intercambio: cuantos “pesos” te costará mi kilo de pescado.
Con la existencia de dinero, una mercancía que pertenece a
un individuo, no hay “comunismo primitivo” posible. MIS monedas de oro ME
servirán para criar mejor a MI hijo. Tantos pronombres posesivos aun asustan a
ciertos profetas de la igualdad. Pero lo cierto es que la posesión de dinero
independiza al individuo de ciertas servidumbres, es un bien universal que le
permite adquirir cualquier producto o servicio.
Como es obvio, es más fácil robar – o perder- dinero que una
propiedad inmueble. Poseer dinero implica un riesgo, mucho mayor que poseer una
propiedad inmueble. En realidad, toda propiedad mueble (ganado, dinero, granos)
tiene mayor riesgo de robo, pérdida o destrucción que cualquier propiedad territorial.
5. La ciudad
La ciudad supone una concentración de funciones
simbólicas-religiosas, la instalación de un poder político , la creación de una
clase de funcionarios (recaudadores, contables, escribas, soldados, sacerdotes,
consejeros del Rey, etc.) y artesanos (fundidores, talabarteros, ceramistas,
constructores, etc.) , por lo tanto, la existencia de recursos excedentes, que
son arrancados por la fuerza (impuestos, tributos) a los agricultores. Se
calcula que en una ciudad mesopotámica 7,000 funcionarios y artesanos vivían a
costa de 25,000 agricultores.
La sumisión de esos 25,000 agricultores se basaba en que
el Poder distribuía remedios religiosos-
bendiciones, pasaportes a la inmortalidad-,
regulaba la distribución de agua, el gran recurso escaso, organizaba obras
públicas que requerían miles de trabajadores (canales, presas, desmonte,
etc.) y ofrecía protección frente a las
bandas de pastores-guerreros que, montados en sus caballos o camellos, ejercían
fuerte presión sobre los campesinos , pueblos y ciudades.
Los pastores tenían experiencia en protección de sus
ganados, lo cual se transformó rápidamente en entrenamiento militar: poseían la
capacidad de reunirse rápidamente y asaltar los depósitos de grano de los
campesinos. En este contexto, los campesinos requerían protección de los
soldados profesionales urbanos, a cambio de parte de sus granos.
Los grupos locales de
agricultores no podían igualar la violencia organizada que normalmente ejercían
los soldados profesionales pastoriles y urbanos. La sumisión era inevitable y
preferible a la resistencia, ya que las rentas e impuestos más o menos
previsibles eran más fáciles de soportar que el pillaje desenfrenado. Por
consiguiente este sistema pasó a ser el habitual. En efecto, los pastores
crearon junto a los soldados profesionales y los gobernantes de los estados
agrarios un mercado extraoficial pero eficaz de costes de protección, y fijaron
pagos de rentas e impuestos en un nivel que garantizaba la supervivencia de los
habitantes de los poblados dejándoles un margen, en los años normales, para
protegerse de la posible pérdida de cosechas. Después del año 2500 AEC este
tipo de mercado de protección subordinó a los campesinos y sostuvo las
civilizaciones urbanas durante los milenios siguientes hasta casi la época
presente.(McNeill, Las redes humanas)
La suma del poder religioso, militar y económico se
concentraba, entonces, en la Ciudad. Y
esas tres dimensiones estaban íntimamente relacionadas.
Cada dios tenía su morada
terrenal, el templo en la ciudad, una propiedad territorial, servidores
humanos, y la corporación sacerdotal. Los documentos descifrables más antiguos
de Mesopotamia son, en efecto, las cuentas llevadas por los sacerdotes acerca
de los ingresos de los templos. Por ellas se pone de manifiesto que el templo
no solo era el centro de la vida religiosa de la ciudad, sino también el núcleo
de la acumulación de capital. El templo funcionaba como un gran banco; el dios
era el principal capitalista del
territorio (Gordon Childe, Los orígenes de la Civilización)
El Templo, era ,a la vez, la casa de Dios en la ciudad y el
deposito que concentraba los tributos que las familias debían pagar.
Cada ciudad era sede de un Dios. Pero ¿Cómo se decidía el
sitio de la ciudad? No solo por consideraciones geográficas. Antes de decidirse
por este o aquel lugar existía una creencia, el sentimiento de que ciertos
lugares son sagrados. El espacio no era homogéneo: había lugares en que
habitaba el Cosmos- el orden divino- y lugares aun caóticos- meramente producto
de la naturaleza.
Como ha demostrado Eliade, se
establecían en lugares donde lo sagrado se había manifestado en una ocasión,
rompiendo la barrera que separaba los dioses de la humanidad (…)
Una vez que se experimentaba un lugar como sagrado, era radicalmente separado de sus alrededores profanos. Como allí se había revelado lo divino, el lugar se convertía en el centro de la Tierra (…) era uno de los lugares donde se podía entrar en contacto con lo divino, lo único que daba realidad y significación a sus vidas. (Karen Armstrong, Historia de Jerusalén)
Una vez que se experimentaba un lugar como sagrado, era radicalmente separado de sus alrededores profanos. Como allí se había revelado lo divino, el lugar se convertía en el centro de la Tierra (…) era uno de los lugares donde se podía entrar en contacto con lo divino, lo único que daba realidad y significación a sus vidas. (Karen Armstrong, Historia de Jerusalén)
El carácter sagrado de las ciudades, como resulta evidente,
es la base de su poder simbólico. Las humildes familias de campesinos llegan,
digamos, a Jerusalén, o Sidón, o
Babilonia. Contemplan sus murallas infranqueables, las torres de vigilancia,
los palacios del rey, el Templo, morada
de Dios. Su sorpresa se transforma rápidamente en veneración y se someten así,
casi sin dudarlo, a la protección de la Ciudad. Como resume Karin Armstrong:
Después de que Marduk creó el
mundo, los dioses y los humanos trabajaron juntos para edificar la ciudad de
Babilonia en el centro de la tierra. En Bab-ilani (“la puerta de los dioses”)
las divinidades se podían reunir cada año para participar en el consejo de los
dioses: era su casa en el mundo terreno de hombres y mujeres, quienes sabían
que podían tener acceso a ellos. En el centro de la ciudad edificaron también
el gran templo de Esagila dedicado a Marduk, su palacio en la ciudad. Allí
vivía e imponía el orden divino a través de su lugarteniente, el rey.
El Poder se inviste así, desde el inicio, de un halo de
divinidad que justifica sus decisiones. Nadie puede cuestionar las decisiones
de Dios, transmitidas y ejecutadas por medio del Rey, su representante en el
mundo.
La Ciudad, además, era inestable. Había años buenos y años
de magras cosechas, años de paz y años de invasiones de pueblos extraños. Había
años de tranquilidad y años de rebelión contra los poderosos. Frente a ese
cambio permanente, a esa inestabilidad, se reforzaba la creencia en dioses,
leyes e instituciones permanentes que aportaban cierta idea de continuidad y
estabilidad. El Poder, obviamente, reforzaba ese sentimiento. Fiestas,
celebraciones, homenajes, festivales, días sacros, entierros reales, bodas,
nacimientos reales eran todos instrumentos de diferenciación entre los reyes y
sus vasallos. El lujo, la ostentación de joyas y vestidos, armas y cabalgaduras
eran todos símbolos que se exhibían para ampliar la brecha entre los simples
humanos y los Reyes, representantes de Dios en la Tierra.
El rey debía no solo construir templos para los dioses.
Debía cumplir deberes más cotidianos: fortificar la ciudad, proveerla de acceso
al agua, defenderla de los enemigos,. Y tenía que imponer la Ley, una creación
divina “que los dioses habían revelado al rey”.
El Rey no solo debía construir murallas, debía –aplicando
sabiamente la Ley-mantener el orden social, impedir el descontento dentro de la
ciudad, proteger a los débiles, viudas y huérfanos, el bienestar de sus habitantes.
Controlar así que un campesinado explotado se rebelara contra el poder y
rompiera las murallas de la ciudad.
De este modo, la
complejidad creciente de las primeras civilizaciones impuso serios límites a la
propiedad privada.
Si bien en algunos
casos los campesinos eran propietarios de sus parcelas, debían entregar buena
parte de sus cosechas al Poder, a fin de asegurarse la pertenencia a la Ciudad,
que , como hemos visto, es un requisito para garantizar su protección y su
misma condición humana, como perteneciente a una comunidad de fieles al Dios de
la Ciudad. No se podía sobrevivir en soledad. Solo siendo súbdito del Rey se
tenía acceso a bienes terrenales- riego, protección- y a bienes espirituales
como la protección de los dioses.
Sabemos que el antiguo Egipto la propiedad era del Faraón, y
que éste podía premiar a sus generales o ministros con parcelas propias. Pero
era una “propiedad delegada”, y así como faraón la cedía , podía recuperarla
con un simple decreto real.
Hubo que esperar al nacimiento de normas de defensa de la
propiedad privada para que la civilización comenzara su andadura:
Dice F. Hayek:
… parece razonable también
situar el punto de partida del proceso civilizador en las regiones costeras de
Mediterráneo. Las posibilidades facilitadas por el comercio a larga distancia otorgaron ventaja relativa a aquellas
comunidades que se avinieron a conceder a sus miembros la libertad de hacer uso
de la información personal sobre aquellas otras en las que era el conocimiento
disponible a nivel colectivo o, a lo sumo, el que se encontraba en poder de su
gobernante de turno el que determinaba las actuaciones de todos. Fue, al parecer, en la región mediterránea
donde por primera vez el ser humano se avino a respetar ciertos dominios
privados cuya gestión se dejó a la responsabilidad del correspondiente
propietario, lo que permitió establecer entre las diferentes comunidades
una densa malla de relaciones comerciales. Surgió la misma al margen de los
particulares criterios o veleidades de los jefes locales, al no resultar
posible entonces controlar eficazmente el tráfico marítimo.
Lo importante es advertir que el desarrollo de la propiedad plural (privada)
ha sido en todo momento condición imprescindible para la aparición del comercio y, por lo tanto, para la formación de
esos más amplios y coherentes esquemas de interrelación humana, así como de las
señales que denominamos precios. El
que fueran los individuos, las “familias” (en el sentido amplio del término), o
los grupos formados voluntariamente quienes detentaran los derechos de
propiedad tiene transcendencia menor que el hecho de que cada actor pudiera en
todo momento identificar a quién correspondía determinar el uso a dar a sus
bienes.
. Desgraciadamente, tarde o temprano, los gobernantes tienden a abusar de
los poderes a ellos confiados para coartar esa libertad que deberían defender y
para imponer su supuestamente más acertada interpretación de los
acontecimientos, no dudando en justificar su comportamiento afirmando que
simplemente tratan de impedir “que las instituciones sociales evolucionen
arbitrariamente”
En suma, la propiedad privada surge en el contexto de
- la aparición de la agricultura y la ganadería
- la institución de la familia como grupo productor y
consumidor organizado
-el desarrollo de
redes de comercio incipientes que significaron normas para realizar y
hacer cumplir contratos entre compradores y vendedores
- El reconocimiento de derechos de propiedad en manos de
individuos, familias o grupos, o sea la facultad de asignar ciertos fines a
determinados bienes
- Un poder político, asentado en las ciudades, que provee-
por vía del monopolio de la coerción- seguridades a la propiedad, asediada por
asaltantes, ejércitos extranjeros, etc. La dialéctica de conflicto entre el
ámbito privado y el poder político- encargado de su seguridad- terminó, por lo
general, con éste interviniendo y limitando la libertad. El Estado, dependiente de los impuestos de los
propietarios pasa de ser un sumiso delegado a un amo irascible sobre la base de
deificar su conformación como poder sobrehumano. Este Estado-Dios fue – y sigue
siendo- el más formidable enemigo de la propiedad privada.