Los argentinos tenemos solo una vaga noción de
que este país alguna vez estuvo a la vanguardia
del progreso y atraía a millones de inmigrantes con la promesa de “hacerse la
América”. En pocos años un desierto despoblado, cruzado de anarquías y guerras
civiles, donde la vida no valía nada, adonde muy pocos extranjeros se animaban
a recalar, un país casi olvidado, lejos de los flujos de inversión, comercio
mundial y las migraciones, pasó a protagonizar un crecimiento poblacional,
económico, social y cultural de los que, con la excepción de los Estados
Unidos, el mundo no tenía memoria.
Millones inmigrantes se asentaron aquí, convirtiendo a la Argentina en el país
que más inmigrantes recibió entre 1880 y 1930, después de los EEUU. Recibió notablemente más
inmigrantes que Brasil, Australia, Canadá, México.
Pero todo
eso, como una bruma, desaparece de
nuestra conciencia y nos despertamos nuevamente frente a nuestra realidad
cotidiana.
Creo que es
tiempo de reconocer el milagro argentino.
Este país no se recuperará sino no renace alguna forma de orgullo nacional,
esta vez lejos de toda fiesta chauvinista. Nacimos en un país increíble, pero no lo sabíamos.
Este libro
intenta recuperar ese orgullo. Y voy a aportar datos para ello. No se trata de
retórica sino de datos objetivos, no solo numéricos – que los hay- sino más
inasibles como las ideas, las polémicas y los mitos que la literatura de
ficción y el ensayo supieron corporizar y echar a andar. Pero
para que esos mitos existieran algo tuvo
que pasar en esta ciudad y en este país.
Lo que sucedió
fue la excepcionalidad argentina.
Escribe
Ezequiel Gallo:
“El período histórico
que me he propuesto analizar a continuación estuvo marcado por una gran
expansión de la sociedad y la economía argentinas, expansión que ya contaba con
más de cuarenta años en la década de 1920. Son pocos los investigadores de ese
período que estarían dispuestos a cuestionar esa idea.
Sin embargo, buena parre de sus trabajos no destacan
suficientemente la importancia capital de ese hecho.
Tienden a concentrarse en lo que podríamos llamar
“los aspectos negativos del proceso”, más que en la propia expansión. Las
razones de esto son fáciles de comprender: la mayoría de esos estudios hacen
hincapié en el análisis de los elementos menos exitosos de la economía en su
pasado más reciente”
De más está
decir que el sesgo negativo que esos estudios han generado es el que predomina ampliamente en la cátedra universitaria, en el
periodismo, en la cultura política argentina. Cuando se habla de “generación
del 80” se saca a relucir lo anecdótico, lo cuestionable, los errores u
olvidos, pero se desdeña presentar el cuadro completo. En ese relato, una
minoría oligárquica, rapaz y codiciosa se las arregla para esquilmar al pueblo.
Lo que no se
entiende es que el pueblo argentino es, justamente, producto de ese proyecto:
los millones de inmigrantes que fueron incorporados al país fueron, en gran
parte, los abuelos de los ciudadanos argentinos de hoy. No existiría la
Argentina tal como hoy la conocemos si no se hubiera puesto en marcha, con sus
problemas, injusticias o errores, ese fantástico proyecto de poblar el desierto,
de llenar de granjas la llanura y de extranjeros los pueblos y ciudades del
país.
Escribió
Horace Rumbold, un visitante inglés, hacia 1887:
“Los pronósticos que me atreví a
formular en cuanto a su progreso se han cumplido, de hecho, con holgura. El
número de inmigrantes que afluyen cada año se ha triplicado. Tan grande ha sido
el aumento de su población de la ciudad de Buenos Aires, que en el curso de
cuatro años ha pasado de 300 a 400 mil habitantes… Indefectiblemente, el
carácter de los porteños del futuro se verá modificado en su esencia por
esta gran infusión de sangre extranjera. (…) Ya
nadie pude dudar que la Argentina tiene asegurado un futuro de gran
prosperidad. Pacificada y consolidada, la república se ha lanzado felizmente a
la carrera entre las naciones, y de todos quienes desean su éxito, ninguno es
más sincero que el autor de esta pequeña crónica de una estadía demasiado breve
pero interesante y placentera en su hospitalaria tierra”
”
Los extranjeros del siglo XIX se sorprendían
de lo que encontraban. En vez de un pueblo atrasado, reaccionario, anticuado,
cerrado, encontraban la libertad en los rostros, mujeres que no ocultaban su
belleza y amaban ser admiradas, amabilidad y buen trato hacia el extranjero. En
vez de provincialismo hispanoamericano, encontraban una sociedad cosmopolita y
abierta, deseosa de agradar al extranjero. Esa Buenos Aires antigua esperaba
ser una metrópoli mundial y todas las esperanzas se dirigían en ese sentido.
Escribió Ruben Darío en 1910
La Argentina crece, se hace fuerte al
amparo de una política de engrandecimiento económico; hace que las grandes
potencias la miren con simpatía y celebra su primer fiesta secular con el
asombro aprobador de todas las naciones de la tierra
José Martí,
luchador americano y referente de muchos de los que expresaron al nacionalismo
antiliberal, escribió en 1883 este
homenaje a la Argentina que emergía liderando el progreso.
íCuán distantes las tierras del Plata de aquellos tiempos de
encomenderos ensañados y fieros querandíes!
En el pago de La Matanza nacen flores ; por donde corrían, sobre
fantásticos caballos Ios indios
invasores, corren hoy, como voceros de los tiempos nuevos, Ios ferrocarriles.
Ya el ombú no tiene trenos, sino himnos; ya no rinde Ia vida, a manos de Garay hazañoso.(…). Ni en lenguas
secas y ciencias sofisticas educan los colegios a la gente moza, que va de pie,
desnuda la ancha frente y limpio de odio el labio, coreando hosannas, en el
avantren de una locomotora. Acólitos no dan ya las escuelas, sino agrónomos ;
no enfrenadores de almas, sino acariciadores de la tierra.
No vive ya en Palermo el sombrío Rosas ; ni holgando por los campos vaga
el gaucho, ora carneando intrépido Ia res rebelde, ora escuchando, encuclillado
al pie del lecho recio donde descansa su indolente amada, las coloreadas y
sutiles trovas del payador enamorado. Por la pampa no merodean depredadores
sino que cruzan, seguidos de la escolta
que porta en astas altas el patrio gallardete, los zapadores nuevos del
ejército: los agrimensores.
Sonríe, maravilla y crece Buenos Aires
adelantada y generosa.(…)
Y la nación entera, trece escuelas normales de profesores que se esparcirán
luego por los campos y aldeas, a hacer buena la maravilla del pan y de los
peces, y criar maestros; y mil quinientas escuelas, pocas aún, con ser
relativamente tantas para calmar la sed ardiente de aquel gallardo pueblo: la
sed de los caminadores…
Frente a esta
realidad de crecimiento, de asombro y saludos de los intelectuales americanos, el
pensamiento crítico, inevitablemente nos recordará la desigualdad en la
distribución del ingreso, las luchas obreras, la centralización del poder en
una aristocracia.
Acepto el
reto de discutir esas consignas, convertidas casi en verdades obligatorias y
reemplazarlas con afirmaciones basadas en otro enfoque teórico y en evidencias
empíricas. No soy historiador y no me debo a ese estilo frío y distante de la
Academia. Prefiero polemizar, provocar e incluso equivocarme a ser,
simplemente, un relator desapasionado de la historia.
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