Sin duda, la
idea de democracia no era ya puesta en duda por nadie, el futuro de la
democracia parecía asegurado en el mundo, y el hombre de 1900, por ejemplo, no
podía separar la idea de democracia de la de un progreso fatal e indefinido. Se
engañaba, sin embargo, grandemente sobre el sentido de la palabra democracia.
La democracia significa mucho menos libertad que igualdad, la democracia es
infinitamente más igualitaria que libertaria. George
Bernanos
Prefacio
Hay palabras gastadas por el mal uso. Democracia es quizás
la que más agresiones recibió, la que más malos entendidos produjo, la más
lábil y equívoca de todas.
Las peores dictaduras la han utilizado como estandarte:
democracia popular, democracia orgánica, democracia social y otras fantasías
han adornado los himnos de países como Alemania del Este, Cuba o la España
franquista.
La pobre democracia nunca pudo defenderse de esas
aberraciones. Un simple método de elección de autoridades, mal diseñado, basado
en mitos como “pueblo” o “nación”, un simple llamado a derruir la teoría del
origen divino de los reyes, sin más pretensiones que encontrar alguna fórmula
que desarrolle la soberanía del pueblo a la hora de elegir sus autoridades se
ha convertido en un Relato. “Con la democracia se cura”, decía alguien,
inaugurando un equívoco fenomenal sobre las funciones de la democracia. Con la
democracia solo se eligen autoridades legítimas. Y estas autoridades pueden
aplicar las fórmulas políticas más desastrosas que no curarán ni educarán sino
que hundirán aún más en la pobreza al pueblo. Como decía el viajo sabio Popper
la democracia es simplemente el método que asegura que los malos gobiernos no
serán derrocados con sangre sino eliminados en la próxima elección. Lo que olvidaba
Popper es que los elegidos en el poder manipularán la realidad, generarán
vínculos enfermos con los votantes basados en el intercambio de favores,
lograrán el apoyo financiero de empresarios ávidos de contratos con el Estado y
, si pueden, modificarán la Constitución para imponer la reelección permanente,
que es el nuevo nombre de la monarquía.
La democracia no asegura la libertad sino que, por lo general, la limita,
niega, desprecia. La “libertad de morirse de hambre” le dicen y, en nombre de
la igualdad- otra palabra derruida- liquidarán la libertad y uniformarán el
pensamiento, transformándolo en un discurso vacío pero lleno de llamados a la
solidaridad, fraternidad, igualdad, sacrificio. Mientras la verdadera
oligarquía, la que vive del Presupuesto, se sucede a sí misma, el pueblo – otra
palabra absurda- vegeta esperando el milagro de que votando a los que lo
explotan, mejoren sus condiciones.
El mito democrático se apoya, siempre, en el mito de la
Dictadura a la cual vino a reemplazar. Un mes de Terror revolucionario asesinó más gente que todos los reyes
franceses desde Luis X. Un día en la vida del Terror rojo fusiló más gente de
la que el zarismo colgó en 300 años. Pol Pot asesinó a dos millones de
personas. Mussolini a 1.500. Muñido del
mito del Fascismo como único enemigo de la Humanidad, el comunismo- autor de
100 millones de muertos- es poco menos que un carnet de afiliado al Club de la
Bondad. Ser comunista tiene un halo de idealismo y valentía, tal como se lee en
incontables novelas y se ve en muchas películas, empezando por Casablanca. El
Che- asesino serial que en la Cabaña ejecutó a dos mil cubanos y en la Sierra
despachó a varios compañeros- es el personaje hollywoodense que la juventud
idolatra. El que persiguió a los homosexuales, prohibió escuchar a los Beatles
y destruyó la comunidad judía de Cuba es nuestro referente moral principal.
La democracia es un mal entendido que se basa en varios
malos entendidos previos.
El “pueblo” es el principal. El concepto de pueblo es una
construcción colectivista que destruye al individuo, máximo valor de la Revolución
liberal de los siglos XVIII y XIX. Personas, no pueblos. Individuos, no grupos.
Derechos individuales a la libertad y la propiedad, no derechos colectivos a la
vivienda, el trabajo, el aire puro, la calidad alimenticia, la igualdad de
género, las vacaciones pagas, la jubilación, la ayuda social, la salud pública,
la seguridad, y miles más que llenan las páginas de legislación “social”, como
si proclamar un derecho indica cómo obtenerlo.
El “pueblo” implica a su contrario “el antipueblo”: los
ricos, los unitarios, los gorilas, los contreras, los anticomunistas, los
contrarrevolucionarios, los burgueses, los judíos. La escoria de la humanidad
es el antipueblo el cual carece, en realidad, de características humanas: son
los gusanos cubanos, las ratas, los subhombres de Hitler, los sospechosos de
burgueses que Stalin perseguía.
El pueblo es la
coartada para condenar a los opositores al papel de subhombres sin derechos. El
“pueblo” es el pretexto del líder democrático para convertirse en tirano.
Siempre hay una conspiración del antipueblo, destinada a
destruir las conquistas revolucionarias, asesinar al Líder, boicotear sus
órdenes, sembrar el descontento y el rumor contrarrevolucionario. Cuantas más
conspiraciones, menos libertades y más poder para el aparato de coerción
estatal.
La igualdad significó originariamente, que a diferencia del
Viejo Régimen, con castas privilegiadas- que ni impuestos pagaban y que tenían
sus propios tribunales- la plebeya
democracia igualaba a todos ante la Ley. No había títulos nobiliarios ni
pertenencia a determinadas corporaciones que evitaran que alguien pagara por
sus crímenes y que todos sirvieran a la Ley, empezando por los gobernantes.
Esa portentosa significación de la igualdad se rebajó al
nivel de la “igualdad material”: todos debemos ser igualmente pobres- menos
nuestros líderes-. Los más ricos deberán ser confiscados por vía impositiva,
para atender a las necesidades de los pobres: A más derechos de las mayorías,
menos derechos para las minorías productoras. A eso se ha degradado el concepto
de igualdad. Y, a menos que se decrete el Estado Totalitario, los más
productivos dejan de producir o se van a otros lugares, más libres. Esta
reacción produce, automáticamente, un tremendo incremento de la pobreza, tal
como se observó en Cuba y en estos años, en Venezuela. No es la “conspiración imperialista”
la que empobrece a Venezuela sino la aplicación de las nociones de igualdad que
el Socialismo del Siglo XXI ha reverdecido: “Exprópiese”, en resumen.
Con la democracia convertida en el mito que cubre las
aspiraciones dictatoriales de las oligarquías políticas, el pueblo como
categoría mítica que sirve para dividir a la sociedad entre Nosotros los buenos
y Ellos los malos, y la Igualdad
rebajada a simple igualitarismo empobrecedor, la libertad huye en retirada.
Cada vez quedan menos lugares en el mundo para que la
libertad arraigue y produzca sus maravillosos frutos: paz, progreso, orden,
justicia, límites al poder, libre disposición de los bienes, derechos
individuales, condiciones todas para que cada uno busque su felicidad.
Ciencias sociales: un dominio propio
Para cada problema complejo existe
una solución que es simple, elegante y equivocada
Henry L. Mencken
Henry L. Mencken
Cada solución da pie
a una nueva pregunta...
David Hume
La hegemonía
de las ciencias exactas y naturales durante dos siglos implicó que estas
aparecieran como los “modelos” a seguir en las nacientes ciencias sociales o
del comportamiento. Esta dependencia epistemológica ha sido la causa de
innumerables errores conceptuales en las ciencias sociales.
La primera
confusión se basa en suponer que el campo de los fenómenos naturales es
esencialmente similar al campo de los fenómenos sociales.
Mientras las
ciencias físicas tratan de fenómenos “simples” (como la acción del calor sobre
el metal- la dilatación- o la caída de los cuerpos a velocidad regularmente
creciente por acción de la gravedad) las ciencias sociales tratan con fenómenos
“complejos”, aunque solo sea por el hecho de que una persona actúa y, al mismo
tiempo, es “consciente” y hace una representación mental de su acción. No hay
acciones sociales que sean asimilables al sistema físico que se crea al golpear
una bola de billar contra otra.
Las ciencias
físicas se concentran en fenómenos simples, con pocas variables, con relaciones
inequívocas. Así, el Tiempo en el que recorre un objeto lanzado cierta
Distancia es función de la Velocidad de desplazamiento.
T=D/V
En cambio en
todo fenómeno social operan decenas o centenares de variables. Es imposible
encontrar “leyes” en el sentido que esa palabra tiene en la Física.
J. Von
Neumann escribe en The general and logical theory of Automas dice: “Nos estamos
ocupando de partes de la lógica de las
que prácticamente no tenemos ninguna experiencia. El orden de complejidad
supera toda proporción respecto a todo lo conocido”. O sea, la metodología
de la ciencia físiconatural es incapaz de adentrarse en la lógica de la
complejidad, que es la lógica de los sistemas sociales. Esta lógica es
básicamente una lógica de la interacción, de la realimentación, de sistemas
autorregulados, de mecanismos de feedback que la extraordinaria expansión de
los sistemas de computación ha permitido modelizar.
Más aun, el intento
de encontrar “leyes sociales” ha conducido a callejones sin salida, a
propuestas utópicas o a la pretensión de
tener la “clave” de la Historia. El
intento de trasformar en simple y operable lo que es esencialmente complejo e
impredecible ha generado incontables
fracasos en la gestión política.
Al no admitirse ninguna limitación del conocimiento
– simplemente porque los datos no están “dados” y es imposible poseer una
omnisciencia que permita conocer todos los datos- los planes que se proyectan
desde la oficina de gobierno muchas veces son fracasos. La confianza en “la
ciencia”, heredada de los fantásticos desarrollos y éxitos de las ciencias
exactas y naturales, hace pensar que no hay problemas irresolubles, y que todo
podrá ser resuelto. Pero la ciencia no puede prever los hechos particulares. La
ciencia no puede anticipar cómo reaccionará Juan ante la subida del precio de
sus insumos, o Pedro ante una norma que exige la inhibición de determinado
comportamiento.
El modelo de la ciencia física, que con pocas variables construye hipótesis validas
sobre el mundo físico no se puede aplicar a la complejidad de hechos sociales.
Lo espontaneo y lo diseñado
En el mundo
social hay dos tipos de órdenes: los órdenes
espontáneos, no diseñados por ninguna autoridad y los órdenes construidos: las organizaciones diseñadas explícitamente
para obtener determinados fines.
El lenguaje,
la moral, los mercados, el dinero son esencialmente “ordenes espontáneos” cuyo
origen se desconoce aunque en muchos casos las autoridades hayan intentado –y a
veces, logrado- su control.
Las
organizaciones, desde las empresas hasta el Estado son, en cambio, diseños
conscientes, deliberados, que han sido elaborados por empresarios, legisladores
o funcionarios públicos. La organización
es un orden “concreto”, diseñado para cumplir ciertos fines, arreglando
explícitamente sus componentes de cierta
forma. Toda organización tiene fines conocidos y sus miembros están
relacionados a ella por un conjunto de reglas explícitas, diseñadas por la
mente que creó la organización
La organización más compleja diseñada, el Estado,
es sin embargo, infinitamente menos compleja que la sociedad en la que está
inscripto. Un sistema gubernamental se puede diseñar debido que tiene pocos
grados de complejidad: las normas definen y acotan las funciones, las
competencias y relaciones de los elementos.
Pensemos, en cambio, en el sistema económico de
mercado: millones de unidades se ofertan y se demandan por miles de empresas y
millones de consumidores, hay precios, tasas de interés, préstamos, compras,
ventas, arriendos, hay logística de entrega: hay un orden inimaginable de ser
planeado por ninguna mente brillante, simplemente porque es incapaz de acceder
y administrar la información necesaria.
O en los lenguajes, cuyas reglas gramaticales son descubiertas por
especialistas, mientras un niño de cuatro años las “conoce” aunque nadie se las
haya enseñado.
Sistemas abiertos, sistemas cerrados
No hay
subsistemas cerrados, aislados del sistema universal. Lo que existen son grados distintos de apertura, lo que
significa grados distintos de complejidad.
Las
organizaciones son más o menos “cerradas” cuanto más o menos interacciones
tienen con el sistema global. Es el diseño de organizaciones el que debe
definir esos “nodos”, los puntos de Entrada/Salida que conectan a la
organización con el entorno.
Cuantos menos nodos haya, más
controlable es el sistema, pero a su vez menos información entra a éste y por
lo tanto, menos posibilidad de cambiar adaptativamente en función de los
cambios en el entorno.
Se pueden
diseñar organizaciones con escasos nodos de interacción con el ambiente externo
para así poder “controlar” con facilidad los flujos, en la esperanza de impedir
así el cambio impredecible. Eso se llama burocracia.
La interfaz
entre Estado y Sociedad plantea innumerables problemas desde el nacimiento del
Estado moderno en el siglo XVIII.
Entre un
sistema espontaneo y complejo y un sistema diseñado y relativamente simple hay
incongruencias y desfases que obligan a pensar adecuadamente esta compleja
relación.
El recorrido del Poder
Desde la
Edad Media el Poder fue mutando, desde la desconcentración y fragmentación
feudal hacia formas cada vez más concentradas y monopólicas del Poder.
El poder feudal
Escribe
Bertrand de Jouvenel: “Qué es el Poder que recibe Hugo Capeto en el año 987?
Algo parecido a la presidencia de una república aristocrática…de una
confederación de señores.
La fuerza
pública se formaba por adición de fuerzas particulares, de tal modo que nada
podía emprenderse a no ser con el concurso de aquellos a quienes pertenecían
esas fuerzas. ¿De qué le serviría al rey decidir una guerra, si los barones no
estaban dispuestos a aportar sus contingentes?”
En el
feudalismo, el poder es una red de negociaciones permanentes entre el titular y
los accionistas, los cuales poseeen cuotapartes muy significativas.
El absolutismo
Antes de las
revoluciones democráticas es el absolutismo, con la teoría del origen divino
del Rey y la suma del poder público, el que da forma a la Europa moderna. El
salto no fue del feudalismo a la republica burguesa sino el proceso de concentración del poder en una mano- el
Rey, luego el Parlamento-Presidente.
Este proceso
de concentración de poder se basó en homogeneizar
la variedad de instituciones espontáneas que la sociedad se había dado, desde
cofradías, mutuales, cooperativas, sociedades de beneficencia, etc. para
acceder a una única forma organizativa comandada por el Estado.
La soberanía del pueblo da lugar a la
soberanía parlamentaria
La
culminación de este proceso se verifica en la
Revoluciones francesa, en la cual la soberanía pasa del Rey al “pueblo”,
pero donde los mecanismos de centralización se profundizan en el camino del
absolutismo.
Jouvenel:
“La Asamblea se hace soberana. Pero si su derecho se basa en que expresa la
voluntad general ¿deberá permanecer siempre sometida a quienes la eligieron? En
modo alguno. Ya desde muy al principio, los constituyentes se liberaron de los
mandatos imperativos de los que muchos de ellos estaban investidos.
La
sustitución de la soberanía popular por
la soberanía parlamentaria no se debió tanto a los razonamientos de Sieyes como
a la voluntad de poder de quienes le escuchaban. El pueblo debe ser soberano
absoluto en el momento de nombrar a sus representantes, pues solo así pueden
éstos recibir de él unos derechos ilimitados. Pero una vez que el pueblo ha
transferido estos derechos, cesa su papel, ya no es nadie, es súbdito y solo la
Asamblea es soberana.”
Esta
trasposición desde el pueblo -entidad virtual, físicamente indefinible- a los
parlamentarios – pocos y reconocidos actores políticos- es lo que la democracia
moderna ha protagonizado. De ahí que la crisis de representatividad es la toma
de conciencia de que esta ficción democrática que es la república
parlamentaria, con un parlamento soberano, independiente de cualquier poder
externo e independiente de los mismos electores, no puede cumplir los objetivos
para los cuales fue fundada. De una oligarquía monárquica se pasa a una oligarquía
republicana y en ambos casos, las decisiones se toman a espaldas del pueblo.
Y este
proceso implica la atomización de la sociedad, la liquidación de las entidades
intermedias, de las particularidades locales y la atomización final: un Estado
omnipotente, frente a individuos impotentes. El Estado de Bienestar.
Dice
Benjamin Constant. “Los intereses y recuerdos que surgen de las costumbres
locales contienen un germen de resistencia que la autoridad no tolera y que se
apresura a erradicar. La autoridad se halla más a gusto con los individuos;
hace rodar sobre ellos, sin esfuerzo, su peso enorme, como si rodase sobre
arena”
La elección pública
La
desmitificación del Estado democrático, o sea, limpiar la retórica del “bien
común” y de la “justicia social” y comprender que el Estado es una formidable
máquina de reasignación de recursos capturados en forma obligatoria , sea por
impuestos o sea por emisión monetaria, fue un primer paso para plantearse una reforma
de las funciones y alcance del papel del Estado.
El
punto de partida de la teoría de la elección pública es que los políticos y los
burócratas deben ser pensados como gente común que busca maximizar su propio
interés, y no como altruistas “dioses del Olimpo” concentrados en el bien común. Los políticos
quieren ser elegidos. Frente a los votantes ofrecen bienes y servicios
provistos por el estado y constituyen coaliciones con grupos que desean esos
bienes y servicios. Por su parte, los burócratas buscan mayores presupuestos para
contratar mayor cantidad de empleados e incrementar los niveles salariales.(Martin
Simonetta)
.... las
organizaciones para la acción colectiva (...) están preponderantemente
orientadas a la lucha por la distribución de la renta y la riqueza, y no al
aumento de la producción en su conjunto. Se trata de “coaliciones de
distribución” u organizaciones que se
dedican a lo que una valiosa tendencia de la bibliografía especializada
denomina “búsqueda de renta”.(...) Las organizaciones de intereses especiales
reducen la eficiencia.. (Mancur Olson)
El fracaso de la
representatividad democrática, la
sustitución de la “soberanía del pueblo” por la “soberanía parlamentaria”, la
organización de coaliciones de interés, articuladas en una asociación entre
funcionarios-legisladores y corporaciones de poder (empresas, sindicatos,
grupos de interés especial), la
instalación de la “justicia social” como cobertura retórica para la
organización clientelar del electorado son todos fenómenos que se han puesto de
manifiesto en las últimas décadas.
Ahora ese sistema está en crisis. La crisis se
debe al intento de transformar en una Organización diseñada jerárquicamente, a la
Sociedad, que es un sistema espontáneo de intercambio de información, bienes y
saberes. Se intentó manipular y “organizar” desde el Estado Democrático, la
ayuda social, la producción de dinero, el propio lenguaje, las redes sociales
espontaneas, las normas de convivencia, los sistemas de creencias, las
ideologías y las religiones.
Las crisis de los sistemas
de seguridad social y la incapacidad de financiar los innumerables planes
sociales, ayudas, subsidios, regulaciones, mercados protegidos, exenciones,
protecciones aduaneras, impuestos extraordinarios, fondos de ayuda a
determinados sectores productivos, etc. son parte de la agenda ineludible del
siglo XXI.
La crisis
económica ha dado lugar a la crisis política, con la caída o ruptura de los
sistemas tradicionales de partidos y su reemplazo por alternativas populistas,
nacionalistas, liderazgos carismáticos, etc. Tanto América Latina como Europa
están protagonizando agudas crisis políticas. En Asia, por el contrario, el eje
pasa por el desarrollo económico y la
aplicación de políticas de libertad económica, aun en contextos
autoritarios, como China, Vietnam o Singapur. La política no es un tema relevante en Asia, la cual carece de la
tradición de la Revolución democrática que fue central en Europa y en ambas
Américas durante los siglos XVIII y XIX.
Un nuevo paradigma
No todo está
perdido. Vivimos- como contracara de la crisis permanente- un renacimiento de
la sociedad civil. En vez de volver a las viejas instituciones sociales de
coordinación, ayuda mutua, seguridad social, etc. el siglo XXI protagoniza una
nueva sociabilidad asentada en la presencia de una Red informática y telefónica
que cubre el mundo. Miles de millones de personas acceden diariamente a la Red
de contactos, noticias, información, educación, expresión artística, lectura,
escritura. Se conforman comunidades,
redes relacionadas por intereses comunes, desde cocina folclórica a defensa del
medio ambiente, desde ámbitos lúdicos a mecanismos colectivos de control de la
gestión pública de municipios o estados nacionales. Control presupuestario,
discusión de alternativas de inversión pública, colaboración en temas como
seguridad pública, gestión de espacios comunes, denuncias por excesos privados
o públicos, propuestas, sugerencias, quejas, demandas, encuestas, foros de
discusión, blogs, redes sociales, periódicos on line, radios y televisiones
gestionadas en la Web, todas esas herramientas funcionando en paralelo e
intercomunicándose generan una trama de
poder social aun no debidamente dimensionada.
Lo que está
claro es que el Estado moderno, una organización que ha encontrado ya sus
límites, tiene la oportunidad histórica de incorporarse a la Red, como un actor
más, importante pero jerárquicamente poco diferenciado del resto de los
actores. Un Gobierno Abierto es, en este contexto, un gobierno deseoso de
aprender, un gobierno que no viene a dar cátedra sino a captar esa fuerza
social puesta en marcha, a fin de canalizarla creativamente. Un Gobierno de
consulta, de colaboración, de Co-Gobierno, de coordinación.
Salir de
un Gobierno Cerrado y pasar a un Gobierno Abierto no es un simple
problema de “grado” sino un cambio de
paradigma. El paradigma clásico es el que Max Weber describió en Economía y
Sociedad. El Estado democrático es , según Weber, inseparable de la burocracia,
ya que ésta funciona como una máquina imprescindible, previsible, racional,
guiada por normas explícitas pero, a su vez “dueña” del territorio de la
Administración Pública, una herramienta que exige ser reconocida por los
políticos electos como esencial para el cumplimiento de cualquier plan de
gobierno. Ese Gobierno Cerrado está diseñado para que la burocracia no sea
alterada o afectada por presiones o
demandas de la sociedad, expresadas directamente o canalizadas por los
políticos electos.
“ La
cuestión es siempre ésta: ¿quién domina el aparato burocrático
existente? Y siempre esa dominación tiene ciertas limitaciones para el no profesional:
el consejero profesional impone las más de las veces a la larga su voluntad al
ministro no profesional. La necesidad de una administración más permanente,
rigurosa, intensiva y calculable, tal como la creó -no solamente él,
pero ciertamente y de modo innegable, él ante todo- el capitalismo (sin la que
no puede subsistir y que todo socialismo racional tendrá que aceptar e
incrementar), determina el carácter fatal de la burocracia como médula de toda
administración de masas .” (Max Weber, Economia y Sociedad)
Lo que se
juega con la apertura del Gobierno es, entonces, la definición de “quien domina
el aparato burocrático existente.”
Y la
pregunta es si el interés de mantener cerrada la organización estatal- interés
compartido en parte por algunos políticos y mayoritariamente por la burocracia
estatal- puede sostenerse ante un
contexto de demandas y acciones sociales cada vez más efectivas, en especial
mediante el uso de las tecnologías de la comunicación (internet, redes sociales,
smartphones, etc.)
La respuesta
a esa pregunta quizás reside en otra pregunta: ¿Por qué es necesario mantener este aparato burocrático? ¿Tendrá razón
Weber sobre la necesidad de dominar este
aparato o quizás la respuesta sea modificar
el aparato, transformarlo en otro?
Un Gobierno Abierto significa un Gobierno que
se redefine, se reconstruye, se repiensa, pasando desde la estructura
burocrática weberiana -aislada y omnipotente- a ser un actor de la Red.
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