Introducción
La
defensa de la libertad tiene que ser dogmática, sin necesidad de justificarse. (Frederick
Hayek)
Sabido
es que la revolución francesa, que sirvió a todas las libertades, desconoció y
persiguió la libertad de comercio
(Juan
Bautista Alberdi)
La
amenaza a la libertad se viste hoy con las ropas de la libertad. Nadie está
contra la libertad. Todos queremos la libertad. Socialistas, nacionalistas,
liberales, democristianos, todos – dicen- están a favor de la libertad. No hay
problemas, entonces, con la libertad.
Descreo
de esa complaciente actitud. Estamos lejos del mundo de la década del 30 cuando
nadie, siquiera, decía defender la libertad, una palabra desgastada y mal
utilizada, cuando las masas se disponían a seguir a los Jefes en un ejercicio
colectivo de desprecio por el individuo y de exaltación de la clase, la nación,
la raza o la religión.
Sin
embargo, demasiadas cosas indican, tanto en América latina como en Europa o
Medio Oriente, la crisis de la libertad no es una fantasía, sino una amenaza
cierta.
Ahora
la amenaza se llama “defensa de los derechos”. Todos corren a encontrar “su”
derecho (a las vacaciones, a aplicar la Ley Sharía, a encontrar comida vegana
en todos los restaurantes, en exigir subsidios, a prohibir esto o aquello
porque afecta la salud, la cultura, o el medio ambiente).
Es
tiempo de recuperar el valor de la libertad. Es tiempo de volver a reflexionar
sobre su significado. Es tiempo de poner en cuestión la libertad para
desgajarla de tantos significados ambiguos y recuperar su verdad. Para ello es
este breve trabajo, basado en las ideas de dos pensadores distantes en tiempo y
espacio, pero que han compartido la misma pasión por la libertad, la misma capacidad
de ver más allá de lo evidente, el mismo rigor y honestidad intelectual, la
misma fe en la libertad: Juan Bautista Alberdi y Frederick Hayek.
Alberdi,
quizás valga la pena recordar, fue el Padre Fundador de la Constitución
argentina de 1853, el pensador liberal más importante del siglo XIX en nuestra
América. Jurista, abogado, legislador, estudioso del Derecho, periodista,
escritor, político. Una poderosa mente, un prócer que hoy se recuerda en alguna
calle, pero es olvidado sistemáticamente por la Universidad, la Academia, el
periodismo, el Gobierno. Sus verdades duelen aun, y conviene dejarlas a un
lado.
Frederick
Hayek no necesita presentación. Su obra es la cumbre del pensamiento liberal
del siglo XX. Es autor del renacimiento del liberalismo de cara al siglo XXI,
fuente de innumerables ideas, algunas de ellas aun por desarrollar.
En
algún lugar del tiempo, ambos deben estar discutiendo.
1
Libertad y coacción
La libertad como concepto ha sido fuente de agregados,
modificaciones y excesos que han ido minando su significado inicial.
La definición “clásica” de libertad no se entiende sin su
concepto opuesto, la esclavitud. El esclavo es un ser humano que carece de
proyecto propio, es herramienta del proyecto de otro. En oposición a este
significado, la palabra “libre” se refiere a toda persona que tiene la
posibilidad de planear su vida
El estado
en que un hombre no se halla sujeto a coacción derivada de la voluntad
arbitraria de otro o de otros se distingue a menudo como libertad “individual”
o “personal”, y cuantas veces pretendamos recordar al lector que utilizamos la
palabra “libertad” en tal sentido, emplearemos dicha expresión. En ocasiones,
el término “libertad civil” se utiliza con idéntica significación, pero debemos
evitarlo porque se presta demasiado a ser confundido con la denominada
“libertad política”; inevitable confusión que se deduce del hecho de que lo
“civil” y lo “político” derivan respectivamente, de palabras latinas y griegas
que significan lo mismo.
(F. Hayek, Los
fundamentos de la libertad. Salvo indicación en contrario, todas las citas del
autor son de esa obra)
2- Libertad individual y Libertad
política
La libertad se refiere únicamente a una relación de
hombres con hombres, a la independencia frente a la voluntad arbitraria de un
tercero.
En ese sentido cabe diferenciar este concepto del de
“libertad política”- concepto central en el proceso de instauración de las
democracias desde hace tres siglos, al punto que ese sentido es el que ha ido
impregnando el significado original de libertad.
Hablar hoy de libertad es hablar de la necesidad de que
el pueblo elija a sus gobernantes, de la necesidad de que una nación sea libre-
independiente- de otras, de la necesidad de que el pueblo participe del proceso
político, de la extensión del derecho al voto, etc. Pero nos recuerda Hayek:
Pero en
este sentido, un pueblo libre no es necesariamente un pueblo de hombres libres
Y, a la inversa, no tener derecho a voto por razones de
edad o por ser extranjero no afecta en lo más mínimo la libertad de esos
individuos excluidos de la decisión electoral.
La confusión entre los dos significados del término
“libertad” no es gratuita.
Como señaló Juan Bautista Alberdi en 1880:
Sus
individuos, más bien que libres, son los siervos de la patria.
La patria es libre en cuanto no
depende del extranjero; pero el individuo carece de libertad en cuanto depende
del estado de un modo omnímodo y absoluto. La patria es libre en cuanto absorbe
y monopoliza las libertades de todos sus individuos, pero sus individuos no lo
son, porque el gobierno les tiene todas sus libertades.
(JB Alberdi, La
omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual)
Se puede vivir en una patria libre, pero ser esclavo del
Gobierno nos dice Alberdi.
La lucha por la independencia nacional- ligada en muchos
casos a la lucha por la libertad individual- protagonizó episodios en los cuales
se consigue la “liberación” del yugo extranjero, pero señala Hayek,
A veces
tal esfuerzo ha llevado a un pueblo a preferir el déspota de su propia raza al
gobierno liberal de la mayoría extranjera, y a menudo ha facilitado el pretexto
para despiadadas restricciones a la libertad individual.(F.H.)
En
nuestra América, como señala Alberdi, la necesidad de lograr la independencia
como tarea esencial de la primera mitad de siglo XIX llevó a la exaltación de
la libertad política, pero relegó a un segundo plano la necesidad del progreso
económico basado en libertad individual.
En ese período, en que la democracia y la independencia
eran todo el propósito constitucional; la riqueza, el progreso material, el
comercio, la población, la industria, en fin, todos los intereses económicos, eran cosas accesorias, beneficios
secundarios, intereses de segundo orden, mal conocidos y mal estudiados, y peor
atendidos por supuesto. No dejaban de figurar escritos en nuestras
constituciones, pero sólo era en clase
de pormenores y detalles destinados a hermosear el conjunto.
(JB Alberdi, Bases y puntos de partida para la
organización nacional,1852)
3- Libertad individual y libertad
interior
La libertad “interior” es la libertad de decidir en forma razonable, no
acuciado por presiones circunstanciales. No ser “forzado” por las
circunstancias. Esta libertad no debe confundirse con la libertad individual,
ya que su restricción no es producto de una coacción ajena, sino de la
influencia de emociones temporales, debilidad moral o intelectual. En ese
sentido está fuera del campo de lo social y se refiere a la lucha interna de
cada individuo por tomar las mejores decisiones, sin ceder a fuerzas interiores
que lo llevan al error, al fracaso. Un adicto carece de libertad, pero no
porque sufra coacción de otro sino por está a merced de procesos mentales que
lo dominan o condicionan.
4- Libertad y poder
La más peligrosa de las alteraciones del concepto
originario de libertad es aquella que la identifica con el “poder”: ser libre
es poder hacer cosas aun desafiando las leyes físicas o humanas. La utilización
política de ese concepto ha transformado a la libertad en su contrario: la libertad de la mayoría para imponer
sus políticas a las minorías, la libertad del Estado para coaccionar a los
ciudadanos. El atractivo de la palabra libertad se utiliza para sustentar
las acciones que atentan contra ella.
Dijo Malinowski- citado por Hayek-:
Si
cometiéramos el descuido de identificar libertad con el poder, obviamente
amamantaríamos la tiranía, de la misma forma que incurrimos en la anarquía
cuando equiparamos libertad con la falta de limitaciones
La resignificación de libertad como libertad del poder para actuar ha tenido efectos nefastos. La queja
de los dictadores es que determinados “poderes” le restringen su libertad
de…hacer feliz al pueblo. La cláusula de
la Constitución peronista de 1949 que afirma que “El Estado no permitirá la
libertad de los que atentan contra la libertad” permite que el Gobierno, libre de ataduras,
defina “quién” atenta contra la “libertad”, con lo cual obtiene poder para
clausurar periódicos, perseguir a opositores – lo que realmente sucedió en el
gobierno peronista de 1945-1955- constituyendo un ejemplo claro de esta desviación
conceptual.
Identificar libertad con “derecho” a afectar la libertad
de otros, a afectar la paz, la institucionalidad, el orden, es otra falacia muy
extendida. Se justifica cualquier atropello o violencia como “ejercicio de la
libertad”, como señalara Alberdi:
Pero la libertad que enriquece a las naciones, no es la
libertad de mentir, no es la libertad de insultar por la prensa, ni la libertad
de derrocar o hacer gobiernos a cañonazos, ni la libertad de quemar las leyes,
ni es tampoco la libertad de fusilar, de confiscar, de desterrar, etc.; es
decir, no es la <libertad política>, como se llaman a sí mismas esas
libertades antieconómicas. La libertad que enriquece a las naciones es la
libertad de trabajar y producir, de adquirir y gastar, de ganar y perder, de
disponer de su persona, de su tiempo, de sus bienes, de viajar o estarse
quieto, de salir del país o volver al país, de contratar, de casarse, de
testar, la libertad de pensar, de hablar, de escribir, de acusar, de
defenderse; en una palabra: la libertad social o civil, la libertad del hombre,
natural y distintiva del hombre”.(JB Alberdi, “Escritos económicos”)
5. Libertad y riqueza
Se intenta identificar libertad con riqueza: la riqueza
nos permite tener poder, poder de ser libres. O sea, supuestamente no hay
libertad sin recursos.
El que
yo sea o no dueño de mí mismo y pueda o no escoger mi propio camino, y el que
las posibilidades entre las que yo deba escoger sean muchas o pocas, son dos
cuestiones totalmente distintas. El cortesano que vive lujosamente, pero
subordinado a la voz y mandato de su príncipe, puede ser mucho menos libre que
el pobre labriego o artesano; menos
capaz de vivir su vida y de escoger sus propias oportunidades.(F. H.)
La libertad no debe ser objeto de “gustos”, hay gente que
prefiere cederla a cambio de otros valores como seguridad o riqueza. La
libertad no es un artículo opinable, no se la puede ofrecer en grados. La
libertad no garantiza riqueza ni felicidad, no nos exime de errores, no nos
otorga bienes o nos da una vida ausente de males. Se puede ser libre y pobre, y
rico y esclavo. La mayoría puede no ver ninguna ventaja en la libertad y desear
seguridad económica por encima de libertad para ser dueño de su vida. Afirma
Hayek:
La
libertad debe ser deseable aunque no todas las personas obtengan ventajas de
ella.
6-Libertad e igualdad
La libertad genera desigualdades.
La igualdad inextricablemente unida a la libertad,
es la igualdad ante la ley. Es la única igualdad que no atenta contra la
libertad. Este es exactamente el
concepto de Popper cuando señala:
Así es
como la idea de libertad conduce irremisiblemente a la idea de igualdad. Pero
esta idea de igualdad plantea algunos peligros para la idea de libertad.
Si la
tarea del Estado consiste en velar por
la igualdad de los derechos y deberes de los ciudadanos, el poder del Estado se
convierte en un peligro para la libertad.(Popper, 1984)
La libertad supone que, efectivamente, los ciudadanos NO
son iguales. La libertad de autómatas idénticos sería un contrasentido.
Justamente porque no somos iguales es necesario que reine la libertad, para que
esas diferencias enriquezcan la sociedad. La libertad no supone que los seres
humanos son iguales sino que lo son frente a la ley, que poseen los mismos
derechos, no los mismos atributos.
La justificación de la igualdad sobre la base de que
supuestamente las personas son iguales es peligrosa, además. Se dice que “todos
somos iguales” cuando se trata de que una minoría nacional o religiosa sea
tolerada, como si “ser distinto” justificara la discriminación que sufren.
Es
esencial afirmar que se aspira a la igualdad de trato no obstante el hecho
cierto de que los hombres son diferentes.
Desconocer la diversidad humana, cultural, de
aptitudes y actitudes es un prólogo a los proyectos totalitarios de crear un
“hombre nuevo”, una única categoría de gente con los mismos valores, los mismos
intereses, las mismas aptitudes. Es cortar con la misma tijera la variedad y
riqueza humanas para crear un “modelo único”, una versión platónica de la
“idea” pura, incontaminada, perfecta. Todas las fantasías de “Comunidad
Organizada” y otras utopías parten de la necesidad de uniformar a la humanidad
a fin de operar más fácilmente sobre ella desde el Poder.
Solo un ámbito de libertad plena y de igualdad
frente a la ley, permite ensayar- y equivocarse al hacerlo- diversas
estrategias de vida. En vez de pontificar sobre la existencia de solo una
estrategia de vida admisible, enriquece mucho más la existencia el probar, con
entera libertad, estrategias distintas, siempre que no afecten a terceros. La insistencia en asegurar la “igualdad”
conduce al Gobierno a tratar diferenciadamente a diversos sectores de la
población bajo el objetivo, aparentemente positivo, de disminuir las
desigualdades sociales.
Estas palabras de
Alberdi resumen el drama de nuestra época:
Cuando la Constitución proclama la
libertad o derecho al trabajo, no da por eso a todo trabajador la seguridad de hallar trabajo siempre . El
derecho de ganar no es el poder material de hacer ganancias . La ley puede dar y da el derecho
de ganar el pan por el trabajo; pero no puede obligar a comprar ese trabajo al que no lo necesita,
porque eso sería contrario al principio de libertad que protege al que rechaza lo que no quiere ni
necesita .Ni estaba a su alcance igualar las fortunas, ni su mira era otra que declarar la igualdad de derechos . Garantizar trabajo a cada obrero sería tan impracticable
como asegurar a todo vendedor un
comprador, a todo abogado un cliente, a todo
médico un enfermo, a todo cómico, aunque fuese
detestable, un auditorio . La ley
no podría tener ese poder, sino a expensas de la libertad y de la propiedad,
porque sería preciso que para dar a los unos lo quitase a los otros; y
semejante ley no podría existir bajo el
sistema de una Constitución que consagra en favor de todos los habitantes
los principios de libertad y de
propiedad, como bases esenciales de la legislación(JB Alberdi,
Sistema económico y rentístico de la Confederación argentina, 1854)
La libertad no
garantiza resultados. La libertad no asegura el sustento. La libertad no puede
quitar a unos para dar a otros. Está inhibida para actuar en defensa de los más
pobres, de los marginados, de los desocupados. Esta autolimitación es la
paradoja y la riqueza de la libertad.
La igualdad deja de existir desde que hay
prerrogativas, fueros o privilegios, que todo es igual, ya emanen de la sangre,
ya de la edad, del sexo o de la miseria.
Al capital excluido, oprimido, vencido por el privilegio, poco le importa que
sea un noble o un menor el vencedor: la
iniquidad es la misma a los ojos de la igualdad proclamada base obligatoria y constitucional de la moderna ley
civil.
(JBA, “Sistema…”)
7. Trascendencia de las
desigualdades humanas
Hay un trasfondo biológico: la naturaleza quiere
asegurarse diversidad: que cada ser individual tenga una combinación genética
exclusiva, lo cual garantiza la diferencia y la riqueza de la especie. Se sabe
que la procreación sexual garantiza esa diversidad. Hay especies con
reproducción no sexual: cada “hijo” es un clon, una copia perfecta de su padre.
Esta solución “elimina” muchos problemas asociados a la reproducción sexual,
desde la competencia entre los machos para conseguir el mayor número de hembras
hasta los problemas de crianza y división de roles entre sexos. Pero estos
“problemas” evitan la uniformización genética de la prole, y la potencian una
mayor capacidad de adaptación y cambio, al tiempo que evitan que cualquier
defecto genético sea transmitido de generación a generación. La estrategia de
la naturaleza es la diferenciación, no la igualdad entre individuos.
Como oposición a las teorías raciales, que plantean
la “superioridad” de una raza sobre el resto, sobrevino otro exceso: creer que
no hay un componente genético, heredado, en la conformación de cada ser humano
y que todas sus capacidades –o taras- son producto del “medio”, de la
educación.
Esto tiene una inmediata traducción política: si
creemos que solo hay “desigualdades” producto del medio, el Estado actuará
sobre el medio para disminuir las desigualdades, pero al hacer esto,
paradójicamente, incrementará la desigualdad.
Es, obviamente, central esta discusión. Lo que Hayek
afirma es que la lucha por la menor desigualdad- que es un valor deseable- no
justifica la coacción gubernamental para – supuestamente- obtenerla. En
realidad la observación de la realidad del mundo indica que en los países donde
más se coacciona para obtener la deseada igualdad, más diferencias hay entre
clases de individuos y, que, por el contrario, los países que no “buscan” la
igualdad mediante la coacción obtienen a la larga una disminución de la
diferencia entre los más pobres y los más ricos.
La gran pregunta es ¿“Estamos de acuerdo en que
todas las desigualdades que se apoyan en el nacimiento o en la herencia
deberían abolirse y respetar únicamente lo que fuese consecuencia del talento o
industria superior”?
La postura “igualitarista” tiende a diferenciar
entre capacidades “naturales”, heredadas y las capacidades basadas en la “educación”.
Las primeras están fuera de control, por lo que el esfuerzo se centra en las
segundas: en garantizar que todos tengan un medio (familiar, educativo)
similar. Pareciera que tener cualidades por herencia genética no es reprobable,
pero tener cualidades por haber nacido en un medio con recursos para una mejor
educación entraña alguna sombra de desagrado: los niños ricos tienen mejores
oportunidades, por lo tanto habría que terminar con esas odiosas desigualdades
debido al medio familiar y cultural en el que se nace.
Esta forzada demanda, expresada ahora en la consigna
“educación gratuita y de calidad” es simplemente de cumplimiento imposible. A
menos que se prohíba a los padres más pudientes enviar a sus hijos a escuelas
de excelencia, o que simplemente se cierren dichas escuelas, “no hay manera de impedir que solo algunos gocen de aquellas
ventajas. “
Hace un siglo la pretensión del liberalismo no era
que todos tuvieran la misma posición sino que todos tuvieran acceso a una
educación provista por el Estado. Una “carrera abierta a los talentos”, implicaba
remover los obstáculos puestos por algunos para impedir el acceso a la
educación y garantizar que los recursos del Estado para este propósito llegaran
a todos, sin exclusiones, discriminaciones o trabas de ninguna clase. Esto
estaba lejos de la pretensión de que todos partieran del mismo punto y que
todos obtuvieran similares resultados.
Esta visión ha sido reemplazada por una mucho más
activa y exigente:
… según la cual hay que asegurar a todos el mismo
punto de partida e idénticas perspectivas. Esto equivale a decir que el
gobernante, en vez de proporcionar los mismos medios a todos, debiera tender a
controlar las condiciones relevantes para las posibilidades especiales del
individuo y ajustarlas a la inteligencia individual hasta asegurar a cada uno
las mismas perspectivas que a cualquier otro.(F.H.)
Llevado a un extremo, esto implicaría que el
gobierno debería evitar a toda costa que solo algunos desarrollen capacidades
extraordinarias, una forma sublimada de envidia.
Si en verdad todos los deseos no satisfechos
implican el derecho a acudir en queja a la colectividad, la responsabilidad
individual ha terminado.
8. Una Libertad
Suponer que la libertad es “divisible” entre diversos
“tipos” de libertades (libertad como
poder obtener bienes, libertad interior para derrotar nuestras
limitaciones culturales o mentales) es no entender que la libertad no es una
suma de “libertades”, que se conceden graciosamente. La libertad es una e
indivisible y confundir su concepto claro (la libertad es no sufrir coacción
para manejar nuestra vida) con sus sucedáneos de poder, recursos y capacidad de
hacer lo que a uno le plazca es el camino para vaciar de contenido y deformar
el concepto, con consecuencias graves para el sistema social. La libertad
individual no es la suma de “las” libertades, no es un agregado sino un
concepto totalmente distinto al de libertad política, poder o capricho
individual.
Todo
aquello que permite hacer cosas específicas no es libertad, a pesar de
designarlo como “una libertad”; en tanto que la libertad es compatible con la
no permisión para hacer ciertas cosas específicas, se carece de ella si uno
necesita permiso para llevar a cabo la mayor parte de cuanto puede hacer. La
diferencia entre libertad y libertades es la que existe entre una condición en
virtud de la cual se permite todo lo que no está prohibido por las reglas generales y otra en la que se
prohíbe todo lo que no está explícitamente permitido(F.H.)
La libertad es un concepto “negativo”, en el sentido que
no tiene contenido alguno. La libertad no es “libertad para”, es simplemente
libertad.
Ello es
verdad en el sentido de que la paz también es un concepto negativo o de que la
seguridad o la tranquilidad o la ausencia de cualquier impedimento o mal, son
negativos. La libertad pertenece a esta clase de conceptos, ya que define la
ausencia de un particular obstáculo: la coacción que deriva de la voluntad de
otros hombres. La libertad únicamente se convierte en positiva a través del uso
que de ella hacemos. No nos asegura oportunidades especiales, pero deja a
nuestro arbitrio decidir el uso que haremos de las circunstancias en que nos
encontremos .Ahora bien, aunque los usos de la libertad son muchos, la libertad
es una sola.(F.H.)
Este concepto es
claro. La libertad “positiva” es la puerta de entrada de la coacción (favorecer
a un grupo que exige cierta libertad a expensas de otro). Cada grupo social
puede reclamar “determinada” libertad y, si es capaz de generar apoyo, puede
influir sobre el parlamento para que dicte leyes “especiales” dirigidas a
favorecer a determinado grupo y al desfavorecer a otros.
Esta organización es negativa en su mayor parte; consiste en la
abstención reducida a sistema, en decretos paralelos de los del viejo sistema prohibitivo que lleven el precepto de dejar hacer a todos
los puntos en que los otros hacían por
sí, o impedían hacer ¿Qué auxilio exige de la ley el productor en la distribución
de los provechos? - El mismo que la
producción: la más completa libertad del hombre; la abstención de la ley
en regular el provecho, que obedece en
su distribución a la justicia acordada libremente por la voluntad de cada uno
(JB Alberdi, “Sistema…”)
9. Libertad, coacción y ley
La
coacción es la presión que una persona ejerce en la esfera de otra. Para evitar
males mayores la persona “coaccionada” actúa limitando o modificando su
proyecto originario, acoplándose, contra sus deseos, al plan de otro. Así,
pierde poder para imaginar y proponerse un plan propio, de perseguir sus
propios fines. La coacción es un mal porque inhibe la inteligencia y la
voluntad de una persona y la transforma en herramienta de otra.
Sin
embargo, la coacción no puede evitarse totalmente, ya que para impedirla hay
que ejercer una amenaza de coacción
hacia el agresor. De allí que, en una sociedad civilizada el Estado tiene el
monopolio de la fuerza, es el único agente con poder para amenazar con la
coacción a aquellos que intentan ejercerla contra otros.
Esta
coacción estatal se reduce al mínimo cuando está subordinada a normas
universales conocidas, ya que los individuos saben que realizando determinadas
acciones se hacen pasibles de ser reprimidos por la coacción legal y legítima
que ejerce el Estado.
10.
Razones para la libertad
Los
argumentos favorables a la libertad descansan principalmente en el
reconocimiento de nuestra inevitable ignorancia de muchos de los factores que
fundamentan el logro de nuestros fines y nuestro bienestar (F.H)
Si
el hombre fuera omnisciente no sería necesaria la libertad: siempre se sabría qué
hacer para obtener determinado fin. No tendría que tomar decisiones sino
cumplir con un protocolo preexistente. La libertad, por el contrario, es necesaria
justamente por nuestra ignorancia o incertidumbre sobre la realidad, sobre el
futuro. La libertad permite incorporar lo imprevisible, le da lugar al ensayo y
al error, permite que alguien- no se sabe quién- tenga la oportunidad de
realizar un hallazgo, encontrar una nueva verdad, dar un nuevo valor a la
sociedad. Cuantos más actúen en forma independiente para generar nuevo
conocimiento, más se acrecienta la capacidad humana de lidiar con la realidad.
Hay
un factor imprevisible que está tras el avance de la civilización: la
casualidad. O sea, la ocurrencia del azar justo ante los ojos de quien sea
capaz de aprovechar esa experiencia para mejorar. La casualidad- ese factor que
hiere la soberbia humana- estuvo tras muchos descubrimientos. Lo importante es
fomentar el azar, crear las condiciones para que la casualidad aparezca y sea
aprovechada.
Todas
las instituciones de la libertad son herramientas para lidiar con la ignorancia
básica que impide afrontar el futuro con probabilidades, no certezas, aprovechando
la experiencia acumulada por la humanidad.
No
se trata de aumentar la imprevisibilidad de los sucesos creando instituciones
absurdas, mal diseñadas. Por el contrario, el objetivo de la gestión social es “manejar las instituciones humanas con vistas
a acrecer las posibilidades de correcta previsión.
La libertad es el mecanismo para capturar el conocimiento
disperso, para lograr que millones de individuos libres se esfuercen por
alcanzar experiencias y conocimientos a un punto que ningún sabio, en forma
individual, puede soñar alcanzar.
La
libertad, por lo tanto, no es solo un valor éticamente deseable, sino el único
mecanismo que asegura el progreso de la civilización, el ámbito en el que los
individuos, motivados por cualquier razón- éxito económico, reconocimiento,
prestigio- se esfuerzan y se arriesgan a la innovación, al descubrimiento, a
encontrarse con la casualidad creadora.
(F.H.)
El
conocimiento nuevo que surge de la libertad de investigación es claro y está
bien documentado en el caso de la investigación científica. Allí es evidente
que la libertad de experimentación, y la combinación imprevista de azar y
aptitudes, de práctica y teoría, crean las condiciones para el desarrollo de la
Ciencia.
Pero
esta libertad intelectual es imprescindible no solo para el progreso científico
sino para cualquier ámbito humano. Pero esto no es tan evidente ya que la
historia deja de lado los aspectos que han permitido generar una nueva idea, no
se puede más que…
“mostrar sobre modelos simplificados la clase
de fuerzas en acción y apuntar a los principios generales más bien que al
carácter específico de las influencias que operan (…) Aunque a veces somos
capaces de trazar el proceso intelectual que ha conducido a una nueva idea,
escasamente podemos reconstruir siempre la secuencia y combinación de aquellos
aportes que no han contribuido a la adquisición de conocimiento explícito. (…)
Nuestros esfuerzos hacia el entendimiento de esta parte del proceso sólo pueden
ir poco más allá de mostrar sobre modelos simplificados la clase de fuerzas en
acción y apuntar a los principios generales más bien que al carácter específico
de las influencias que operan. (F.H.)
No
hay registro de las infinitas combinaciones de tradiciones, inteligencia,
actitud, azar, conocimiento, experiencia, deseos, etc. que hay detrás de los
hábitos, reglas e instrumentos que mostraron ser los más exitosos para el
crecimiento humano. Muchas de esas herramientas escapan a la conciencia por lo
cual no queda registro ni siquiera en la mente de los protagonistas. De hecho,
suele despreciarse y aun tomar como elementos negativos, “irracionales”,
aquellos factores no conscientes .El sustrato de instituciones, conductas,
reglas que se aplican casi inconscientemente son la condición para el
surgimiento de nuevas ideas.
La
libertad consiste en darle la oportunidad a todos. Lo complejo del asunto es
que no se puede aplicar la libertad solo sobre seguro: la libertad no se concede solo si se sabe de antemano que
fructificará, y no se concede a los pocos que supuestamente serán capaces de
usarla para bien, sino que se concede a todos, aun a riesgo de no obtener
beneficios tangibles. Las ventajas de la
libertad no tienen que ver con el número de individuos que quieran aprovecharla:
no es un tema de mayorías o minorías. La libertad para todos es la única. La
peor es la libertad solo para las mayorías o para las minorías.
Si no
se concediese la libertad incluso cuando el uso que algunos hacen de ella no
nos parece deseable, nunca lograríamos los beneficios de ser libres, nunca
obtendríamos esos imprevisibles nuevos desarrollos cuya oportunidad la libertad
nos brinda (F.H.)
La libertad no se puede “administrar”. Sus resultados,
incluso, pueden implicar cosas negativas, pero eso no es un argumento en contra
de la libertad. Solo algunos conservadores lo esgrimen mostrando así su miedo a
la libertad. El riesgo de resultados negativos es, en balance, menor a la
potencialidad de cosas positivas que brinda la libertad.
Además no se trata de mi
libertad. Se trata de la libertad para todos- incluso para los que no la
demandan- ya que sus beneficios se extienden a todos: a los que desconfían de
la libertad, a los que no la usan, a los que la mal usan.
Los
que no son libres, se benefician de los que lo son. La libertad no se relaciona
con la cantidad de individuos que quieran utilizarla, no se relaciona con un
“estado de opinión” que puede o no ser partidario de la libertad. Una libertad
vigilada, débil a gusto de alguna mayoría no es libertad, aunque la deseen
todos.
El
proceso espontáneo de acumulación de miles de pequeños cambios, ajustes con
efecto positivo en algún momento se pude traducir en reglas verbalizadas que
pueden transmitirse de persona a persona.
El
proceso intelectual es, efectivamente, solo un proceso de elaboración, solución
y eliminación de ideas ya formadas. En gran medida, el afluir de nuevas ideas
proviene de la esfera en donde la acción, a menudo acción no racional, y los
sucesos materiales chocan la uno con los otros. Tal proceso se agotaría si la
libertad se limitara a la esfera intelectual(F.H.)
La
libertad solo puede preservarse ateniéndose a ciertos principios y se destruye
siguiendo la mera conveniencia.
El
“problema de la libertad” es que como el valor de la libertad se basa en las
oportunidades que proporciona para realizar acciones no previstas e
impredecibles no suele apreciarse lo que se pierde con una restricción
particular a la libertad.
Si
la elección entre libertad y coacción, entre una mera probabilidad y una meta
cierta, se trata como una cuestión de eficacia, la libertad se verá
sacrificada en todos los casos. Los efectos "beneficiosos" de una
intervención directa en el mercado son claramente apreciables, mientras que sus
efectos negativos, más indirectos y remotos,
no son percibidos. Los unos son concretos, palpables y los otros
requieren capacidad para anticipar los efectos, son discutibles y de largo
plazo. En un contexto cortoplacista la tentación de “limitar algunas
libertades” se incrementa.
Al
desconocerse los efectos de la libertad, hacer que la decisión dependa de los
resultados previsibles produce la destrucción de la libertad.
La
libertad solo se conserva si se la considera un Principio supremo, o sea no
sacrificarla por conveniencias particulares.
11. Libertad y egoísmo
Ha
habido siempre una confusión entre libertad individual y egoísmo: la libertad
del individuo ha sido caracterizada como un obstáculo para el “bien común”, el
reino del deseo individual imponiéndose a la necesidad colectiva. Por lo tanto,
el altruismo a veces se impone como un bien que debe ser deseado por todos,
como un “deber ser” obligatorio y general. Pero esto es un contrasentido;
muchos individuos libres son altruistas y muchos grupos sociales son egoístas.
El altruismo es un ideal perseguido por muchas
personas, así como la preocupación por la familia y la preocupación por el
bienestar de amigos o vecinos.
Esto es central. El “altruismo” estatal define de
una vez y para siempre a quienes “beneficiar”, a quienes el resto de la
sociedad debe “ayudar” prioritariamente. No hay libertad para elegir a quien
beneficiar o ayudar, de quienes preocuparse. Es imponer una escala única de
valores, un menú único que todos deben cumplir obligatoriamente.
Con la
libertad se puede hacer el mal, se puede no hacer nada o se puede hacer el
bien. No hay garantía que de que “todos” hagan el bien. Es el riesgo de la
libertad. Algunos la usarán para hacer el mal.
Esta idea es la que separa aguas, definitivamente,
entre liberales y conservadores. Para estos, la Ley moral es la única bajo la
cual es posible la libertad. “Dentro de la Ley todo, fuera de la Ley nada” (una
vieja consigna del General Perón) ilustra perfectamente la postura
conservadora: la libertad es una subclase de conducta solo permitida bajo el
acatamiento de la ley. Todo lo demás, es punible. Hayek rompe el límite: la
libertad debe ser admitida aun cuando sea usada para el mal (en ese caso,
entraran a funcionar los mecanismos de la Justicia, si el uso de esta libertad
genera coacción o invade la esfera de libertad de los otros)
12. El disgusto por la libertad
La carga de la responsabilidad individual se ha
incrementado a medida que la civilización se fue despegando de la realidad
tribal, comunitaria y desarrollando relaciones complejas, entre personas que no
se conocen. De unas pocas habilidades necesarias para reconocer fácilmente
oportunidades- en el ámbito de la pequeña comunidad- se ha pasado a un problema
mucho más complejo como es el del “uso” de esas habilidades.
El fracaso, el resentimiento, por la imposibilidad
de desperdiciar las habilidades propias porque nadie se percata de ellas es,
como afirma Hayek,
el más grave reproche dirigido contra el sistema de
libertad y la fuente del más amargo resentimiento (…) La necesidad de encontrar
una esfera de utilidad, un empleo apropiado para nosotros mismos, es la más
dura disciplina que la sociedad libre nos impone (F.H.)
Pero las “soluciones” a esa tensión son peores que
la “enfermedad” que supuestamente combaten.
Se trata del problema estratégico de la libertad:
sin coacción estatal sobre los oferentes de empleo, no hay forma de
garantizarle a todos un empleo digno de sus capacidades. Pero con esa coacción,
la libertad- que no es divisible entre “económica” y “civil”- desaparece y es
reemplazada por algún sistema colectivista que impone la coacción universal.
Es evidente que en el esclavismo no hay
“desocupación”: siempre habrá un contratista privado o público que conchabará
coactivamente mano de obra gratis. En el feudalismo, el Señor local garantizaba
trabajo para todos. Solo los discapacitados, los viejos o los niños caían en la
mendicidad. En los sistemas socialistas no hay, oficialmente, desocupados, pero
eso a costa de bajos índices de productividad: se garantiza una elemental
supervivencia a cambio de delegar en el Estado todas las decisiones, a cambio
de carecer de una prensa libre, a cambio de no poder salir de las zonas de
residencia asignadas (para radicarse en el Moscú soviético o en La Habana hay
que conseguir un permiso especial, difícil de obtener)
13.
La libertad como principio moral
Las
creencias “morales” no son buenas o beneficiosas per se. Un grupo dirigente puede imponer su “moral”, la cual será
sumisamente acatada por toda la sociedad y esto no prueba que sea buena para el
conjunto. Una moral errónea puede llevar a la destrucción a un grupo o nación. “Solo los resultados pueden demostrar si los
ideales que guían a un grupo son beneficiosos o destructivos.”
Pero
una sociedad libre- abierta- construye sus propios mecanismos de defensa frente
a estas “morales destructivas”. En esas sociedades las tendencias se
corregirían a sí mismas.
Se
trata de acatar las reglas morales que han permitido el éxito a un grupo o
nación, no cualquier tipo de reglas, en especial las que llevan al fracaso. El
mejor ámbito para probar el éxito o fracaso de una determinada regla moral es
la sociedad libre, donde deben competir con otros ideales, donde deben
demostrar su efectividad.
14.
Responsabilidad: soportar las consecuencias de las acciones libremente elegidas
Hay
un “fastidio” por la palabra responsabilidad basado en la idea de que la
posición en la vida se debe a circunstancias sobre las que este no tiene
control, por lo tanto el no es “responsable” de haber nacido en un medio
adverso. La responsabilidad hace hincapié justamente en lo contrario, en
la existencia de circunstancias que el
propio individuo crea o controla. La responsabilidad inspira temor, como la
libertad, ya que esta implica la posibilidad de asumir las consecuencias de sus
elecciones.
La
interpretación de la realidad humana como “determinada” por fuerzas que los
humanos no controlan está en la base del rechazo de la responsabilidad
individual. Somos sujetos pasivos de factores que no controlamos, por lo tanto,
no somos responsables de nuestras acciones.
La
ciencia natural- basada en leyes deterministas- se aplicó a las ciencias
humanas: el hombre como sujeto de la Naturaleza tiene tanta libertad de
elección como una hormiga…
Es
lo que Popper señala, de otro modo:
La metafísica
historicista permite aligerar a los hombres del peso de sus responsabilidades.
Si se sabe de antemano que las cosas habrán de pasar indefectiblemente, haga
uno lo que haga, ¿de qué vale luchar contra ellas?(…) . La tendencia del
historicismo ( y de las posiciones afines) a defender la rebelión contra la
civilización puede obedecer al hecho de que el historicismo es en sí mismo, con
mucho, una reacción contra el peso de nuestra civilización y su exigencia de
responsabilidad individual.(Karl Popper,
“Miseria del Historicismo”)
La conducta
responsable no es, necesariamente, una conducta correcta: aun previendo, dentro
de los límites de la razón y el conocimiento, unos resultados positivos puede
darse lo contrario. El ser humano no es infalible, pero lo que exige la
necesidad de asumir la responsabilidad es…
una cierta
capacidad mínima humana para aprender a prever, para guiarse por el
conocimiento de las consecuencias de sus acciones” (…) “La atribución de
responsabilidad no se basa en lo que sabemos que es verdad en un caso
determinado, sino en lo que creemos que serán las probables consecuencias de
estimular a la gente a comportarse racional y consideradamente. Se trata de un
recurso que la sociedad ha desarrollado para competir con nuestra incapacidad
de ver lo que hay adentro de la mente de otros y para introducir orden en
nuestra vida sin recurrir en la coacción(F.H.)
Esto es clave: no aplicaremos la coacción social,
siempre que las personas obren responsablemente. Los niños- que no pueden
entender las consecuencias de sus actos- deben ser, de alguna manera
coaccionados a hacer o no hacer determinada cosa, ya que, se supone, los
adultos sí sabrán comprender las consecuencias futuras de determinada conducta.
Esto implica que libertad y responsabilidad son un
par de conceptos dependientes, que no es posible permitir la libertad si no hay
responsabilizad y que, por el contrario, no podemos exigir responsabilidad a
quien no actúa libremente o no es capaz de entender las consecuencias de sus
actos.
15.
Organización y libertad
Cooperación
y competencia no son opuestos. La acción individual y la acción organizada no
están enfrentadas.
El
proceso de selección se realiza sobre la base de la competencia: aquellas
herramientas que más aseguren la supervivencia y el desarrollo terminan
imponiéndose. Pero la competencia puede ser entre individuos o grupos, entre
grupos organizado o desorganizados. Nada impide la cooperación en un marco de
competencia.
La
distinción relevante no está entre la acción individual y la acción de grupo, sino,
por una parte, entre condiciones de acuerdo con las cuales pueden intentarse
modos de obrar alternativos basados en diferentes puntos de vista o prácticas,
y condiciones, por otra parte, según las cuales una organización tiene el
derecho exclusivo de actuar y poder impedir a otros que actúen(F.H.)
La
libertad no es lo opuesto a la organización, sino a las organizaciones
cerradas, privilegiadas, monopolísticas que utilizan la coacción para impedir
que otros traten de hacerlo mejor. La supuesta “verdad” de ciertas teorías,
impuesta como un bloqueo al surgimiento de visiones opuestas, tiende a congelar
el pensamiento, a secar las fuentes del cambio. Una sociedad organizada de tal
modo que la razón reine, imponiendo restricciones a todo pensamiento que
amenazara los supuestos compartidos y solo se desarrollaran nuevas ideas que no
contradigan esos supuestos parecería un mundo previsible, donde nada alteraría
el modo de hacer las cosas y de pensar soluciones. Pero ese estado congelado
impediría la eclosión de lo impensado, de nuevas ideas y conocimientos.
16. Libertad y desarrollo económico
La
Argentina que Alberdi imaginó hacia 1852, cuando redactó su libro “Bases y
puntos de partida para organización nacional” era ya una realidad 50 años
después. El país deshabitado de 1850, con solo un millón de habitantes, había alcanzado los 4 millones en 1895 y los
8 millones en 1914. La exportación que era de 62 millones de pesos oro en 1881 alcanzó
los 400 millones hacia 1914, un crecimiento de 6 veces. Los ferrocarriles, que
en 1880 llegaban a 3000 km de vía, alcanzaban para 1914 los 30.000 km.
Argentina era en 1910 el sexto país del mundo en Ingreso per cápita.
Este
crecimiento explosivo no fue casual, sino el producto de un diseño
constitucional que Alberdi propuso y que fue
la directiva que, como política de Estado, se implementó, en especial una vez resuelto el problema de la
federalización de la ciudad de Buenos Aires, en 1880.
El diseño
constitucional de Alberdi se basa, simplemente, en garantizar la libertad:, tal
como se escribe en el artículo 14 de la Constitución:
“Todos los habitantes de la
Confederación gozan de los siguientes derechos
conforme a las leyes que reglamentan su ejercicio, a saber: de trabajar
y ejercer toda industria lícita; de
navegar y comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar
y salir del territorio argentino; de
publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; de asociarse con
fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y de aprender.”
Esta enumeración
es la clave del desarrollo argentino entre 1860 y 1915.Implica, en la práctica
la libertad de comerciar, de desplazarse, de publicar en la prensa, de culto,
de demandar a las autoridades. Garantiza la seguridad de los habitantes frente
a cualquier abuso de autoridad. Usar y disponer de la propiedad supera por
lejos la tradición jurídica que permite la propiedad pero limita y condiciona
su uso: alquiler, venta, mejoras edilicias, sesión gratuita, hipoteca, todo
esto está garantizado por la Constitución.
Siendo el desarrollo
y la explotación de los elementos de riqueza que contiene la República
Argentina el principal elemento de su engrandecimiento y el aliciente más enérgico de la inmigración extranjera de que
necesita, su Constitución debe reconocer,
entre sus grandes fines, la inviolabilidad del derecho de propiedad y la
libertad completa del trabajo y de la industria. Prometer y escribir estas
garantías, no es consagrarlas. Se aspira
a la realidad, no a la esperanza. -Las
constituciones serias no deben constar de
promesas, sino de garantías de ejecución.
Así la Constitución argentina no debe
limitarse a declarar inviolable el
derecho privado de propiedad, sino que debe garantizar la reforma de todas las leyes civiles y de todos los
reglamentos coloniales vigentes, a pesar de la República, que hacen ilusorio y
nominal ese derecho. Con un
derecho constitucional republicano y un
derecho administrativo colonial y monárquico, la América del Sud arrebata por un lado lo que promete por otro:
la libertad en la superficie y la esclavitud en
el fondo.
(JB Alberdi, “Sistema …”)
El diseño
alberdiano implica no solo proclamar una Constitución liberal sino derogar la herencia legal del imperio
español: siglos de disposiciones legales tendientes a ahogar el comercio,
restringir la movilidad de personas y capitales, prohibir las exportaciones no
dirigidas a España, generar perpetua inseguridad jurídica sobre personas y sus
bienes, ahogar con gabelas e impuestos a los que intentan trabajar.
Generar
leyes orgánicas con un sentido derogatorio, que impulsen leyes contra las
prohibiciones y no leyes que introduzcan nuevas prohibiciones. Leyes que
faciliten los trámites para utilizar propiedades como garantía de préstamos,
que igualen a todos los ciudadanos ante la ley, terminando con la esclavitud,
el mayorazgo, la inhabilitación de la mujer como agente económico, la libertad
de cultos para fomentar la inmigración europea, la seguridad jurídica de personas y sus bienes.
17.Libertad y progreso
El
Progreso como concepto ingenuo, la fe en un lineal y progresivo desarrollo de
la Humanidad, está desde hace décadas en crisis. La creencia de que todo lo que
se hace es, en definitiva, un paso hacia el progreso, o la fe en que uno pueda
conocer las “leyes del progreso” que
permitirían predecir las condiciones para el avance social, todo eso ha entrado
en crisis. Es casi de mal gusto hablar de “progreso”.
La
historia de la civilización es el relato del progreso que en el corto espacio
de menos de ocho mil años ha creado casi todo lo que consideramos
característico de la vida humana. Después de abandonar la vida de cazadores,
nuestros antepasados, en el comienzo de la cultura neolítica, se dedicaron a la
agricultura y luego a la vida urbana hace considerablemente menos de tres mil
años o un centenar de generaciones. No es sorprendente que en algun aspecto el
equipo biológico humano no haya marchado al paso con ese rápido cambio, que la
adaptación de la parte no racional se haya rezagado algo y que muchos de sus
instintos y emociones están todavía más conformados con la vida del cazador que
con la civilización.
Este
acelerado proceso no fue acompañado por una adaptación de la parte no racional
de los hombres .(F.H.,
La Fatal arrogancia)
Este rezago está en la base de una nostalgia por lo
“natural”, en la crítica a lo artificial de la civilización, del disgusto por
el cambio que la industrialización ha traído, incluyendo aspectos sociales,
culturales, estéticos.
El “problema del progreso” no es negarlo- cosa que solo
hacen los reaccionarios- sino “entenderlo”: ¿puede guiarse el progreso, hay
“leyes del progreso” que se cumplen estrictamente?
Se debería reservar , dice Hayek, la palabra
“progreso” a cualquier esfuerzo humano-personal o colectivo- orientado a
cumplir “fines” específicos y reservar la palabra “evolución” para describir el
desarrollo de la civilización.
Al respecto, Hayek cita explícitamente a Popper- en
su obra La pobreza del historicismo-
al negar la posibilidad de descubrir supuestas “leyes del progreso” para guiar
nuestros pasos. Dice Popper:
El cuidadoso examen de esta cuestión me ha conducido
al convencimiento de que estas profecías históricas de largo alcance se hallan
completamente fuera del radio del método científico. El futuro depende de
nosotros mismos y nosotros no dependemos de ninguna necesidad histórica. (…)
Afirman estos sistemas que todo el mundo procura utilizar su razón para predecir
los hechos futuros(…) A su juicio, la tarea general de la ciencia consiste en
formular predicciones(…) También creen haber descubierto ciertas leyes de la
historia que les permite profetizar el curso de los sucesos históricos. Bajo el
nombre de historicismo, he agrupado
las diversas teorías sociales que sustentan afirmaciones de este tipo. (…) Se
basan en el olvido de la distinción que debe realizarse entre una predicción científica y una profecía histórica.(Karl Popper, “Miseria del historicismo”)
El progreso no admite “planificación”. “Únicamente conociendo lo que antes no
sabíamos nos hacemos más sabios”.
El progreso fue la bandera de los constructivistas:
el diseño racional del futuro: desde las utopías fantasiosa que describían con
lujo de detalles la Ciudad Ideal, hasta el marxismo con su insistencia en que
había “descubierto las leyes del progreso” y auguraba la inevitable llegada del
Socialismo.
Frente a los “profetas de la verdad”- buena parte de
los filósofos y la totalidad de los políticos-
lo que nos plantea Hayek es que justamente es nuestra ignorancia la que
acelera el conocimiento: sabemos que no sabemos, y queremos saber. El
reaccionario cree que sabe. El ignorante no sabe que no sabe.
Este proceso de
descubrimiento no es lineal ni puede ser planeado. H. cita a Bailey (1921)
Es condición
necesaria de la ciencia humana el que tengamos que aprender muchas cosas
inútiles con el fin de conocer aquellas que nos sirven. Como resulta imposible
conocer el valor de nuestras adquisiciones con anterioridad a la experiencia,
la única forma que la humanidad tiene de asegurar todas las ventajas del
conocimiento es la prosecución de las investigaciones en todas las direcciones
posibles. No hay mayor impedimento al progreso de la ciencia que la perpetua y
ansiosa referencia de cada paso a la utilidad palpable.
El progreso debe ser entendido no como planificación
utópica del futuro sino como despliegue de la civilización basado en fuerzas
que impulsan la libertad, el descubrimiento, el ajuste paulatino y lento de las
expectativas, la aceptación de normas que promueven la convivencia y el
descubrimiento.
18.
Progreso y desigualdad
Los resultados del progreso no se difunden
inmediatamente a la sociedad, pasan por etapas de prueba, adaptación y
esfuerzos para que sean de uso general.
Esto significa que habrá gente que se beneficie de
las nuevas conquistas con antelación al resto de los mortales
Es justamente la desigualdad la que acelera el
progreso. Los nuevos conocimientos no se reparten equitativamente entre todos
los miembros de la sociedad. Algunos reciben antes los nuevos bienes, los
prueban, les dan nuevos usos no previstos, financian con sus compras
anticipadas nuevas mejoras del esos bienes, que de otra manera no hubiera sido
posible desarrollar.
El
nuevo conocimiento carece de límites. Se trata de un recurso novedoso, no
básico y con propósitos limitados, sino que puede ser usado, probado, adaptado,
mejorado solo porque algunos lo adoptan tempranamente y se convierten así en un
banco de pruebas. “Los logros de aquellos
que han marchado a la cabeza facilitan el avance de los que les siguen”.
Dos
o tres bienes básicos, que caracterizan el explosivo desarrollo de las
comunicaciones en nuestro siglo han seguido ese derrotero. Los celulares, al
principio, eran objetos caros, “de lujo”, solo a disposición de una minoría con
recursos. Había todo un “folklore” que denostaba a los que hacían exhibición de
sus celulares. Veinte años después estos productos no cuestan 5,000 dólares
como en 1990, sino 100, y no son utilizados solo por ejecutivos exitosos sino
por señoras de la limpieza, plomeros o adolescentes. Nuevos usos se han ido
probando y ensayando: SMS, escucha de música, fotografía, envío y recepción de
emails , navegación por la Web, etc. Hoy día ya casi nadie recuerda su uso
“telefónico”, sino que se han transformado en ayudas para cualquier uso
informativo que se le quiera dar, desde localización geográfica, brújula,
reloj, audio hasta acceso a las redes sociales y comunicación con contactos.
Pero
sin su temprana disposición para una minoría rica, estos desarrollos hubieran
sido imposibles.
“Los lujos de hoy son las necesidades de
mañana”. El alto costo que al principio tienen las novedades
tecnológicas solo pueden ser costeados por una minoría. Los “costes de
experimentación” corren a cargo de los ricos.
Esta
idea es básica, ya que toca uno de los “lugares comunes” del pensamiento
convencional basado en supuestas solidaridades e igualdades. Se deprecia el
lujo de los ricos, como conducta antisocial y derrochadora. Se enaltece el
“bajo consumo”- recordar al Padre Leonardo Boff y su consejo de vestir una tela
barata y solo comer un plato de arroz por día-. Tanto socialistas, como
cristianos, ecologistas y populistas coinciden en la común condena del lujo como
despilfarro y exhibicionismo.
Hayek
da vuelta el argumento y demuestra que es justamente el “costo de
experimentación” que financia la minoría, el que permite que una década después
las masas se vean favorecidas por nuevos y económicos bienes, que mejoran su
calidad de vida. Automóviles, televisores, computadores, celulares son otros
tantos ejemplos de este proceso de mejora de las condiciones de vida a partir
de las “extravagancias” de una minoría de ricos consumidores.
La función de “banco de pruebas” que realizan los
más ricos tiene que ser reemplazada en el socialismo por otro mecanismo. En el
socialismo, la “revolución científico-tecnológica” es una consigna de hierro y,
supuestamente tendría que suponer que antes de lanzar un nuevo producto a la
canasta de bienes racionados para las masas
debería haber un período de prueba, protagonizado no ya por los ricos,
sino por otros miembros de la sociedad “igualitaria”.
La
desigualdad es flagrante e insostenible cuando se trata de bienes masivos
convencionales, commodities como alimento, vivienda o vestido, bienes que YA
existen. Pero el problema es que el progreso, para ser tal, está siempre a la
busca de nuevos bienes, que mejoren o abaraten la satisfacción de necesidades
sociales. Y es aquí, en el descubrimiento y la exploración, la prueba y la
mejora, donde la desigualdad juega un
papel indelegable.
El
problema de la desigualdad cede en apasionamiento si se considera no la
desigualdad al interior de nuestra sociedad sino la desigualdad entre países. “No existe razón alguna para considerar el
producto del mundo como resultado de un esfuerzo unificado de la humanidad
colectivamente considerada.”
A
nadie- aunque siempre hay delirantes- se le ocurre que el problema de la
desigualdad entre países se supere con un “gobierno mundial” , que planificaría
los esfuerzos de toda la humanidad. Y es en las diferencias entre países ricos
y países pobres donde “el papel” de la desigualdad se explica más fácilmente.
Estas
ideas, escritas en 1959, cuando nadie suponía lo que estaba por venir muestra
un cierto carácter anticipatorio. En esos años ni Japón, ni Corea del Sur, ni
Taiwán, ni Singapur, ni mucho menos China o India parecían en ruta para que, en
pocos décadas igualaran el nivel de vida de Europa. En aquella época profundas
diferencias de ingreso, de instituciones, de cultura, hacían de la epopeya del
desarrollo un proceso lleno de incertidumbres y a muy largo plazo. La realidad
cumplió en exceso lo que en Hayek era, más bien, un planteo teórico.
Todos
se aprovechan, merced a las comunicaciones instantáneas de la actualidad, del
progreso logrado en los países de vanguardia, aun países sin libertades, que
tratan de imitar la tecnología occidental.
Este
mismo concepto se puede aplicar al problema del planeamiento territorial. Las
ciudades tienen una capacidad de minimizar el costo de las transacciones y
ofrecen tal variedad de bienes tangibles e intangibles, tantas oportunidades de
obtener relaciones y contactos que nadie puede discutir su rol como impulsoras
del progreso. En la ciudad se ensaya, prueba, adapta, mejora, crea, difunde, la
novedad. La civilización es impensable sin la ciudad.
Pero
puede pensarse que algunos “igualitaristas” pueden plantear la necesidad de una
equidistribución de los recursos en todo el territorio. La ciudades, dirían,
reciben unas condiciones de partida – unos privilegios heredados- mucho más
ricas que las aldeas de montaña. Y eso es injusto. Debería dividirse la riqueza
en todo el territorio, de tal modo que las ciudades dejen de tener ventajas.
Este sueño feudal, de aldeas autosostenidas, obviamente no puede ser sostenido
ni por los más acérrimos partidarios de las soluciones colectivistas. Sin
embargo, desde un punto de vista teórico, es posible esa utopía. Su resultado
sería, indudablemente, la decadencia del país que ensayara semejante quimera.
Otro tema es que hay que lograr que las disparidades regionales se atenúen, que
las ciudades derramen su riqueza, de algún modo, a las comarcas del interior.
Este
mismo problema se planteó en la Rusia revolucionaria. La tensión entre sumar
recursos a la cabeza del Imperio para consolidar la Revolución o descentralizar
el poder entre los territorios nacionales tuvo, finalmente, una resolución
clara: Rusia como cabeza de la Unión Soviética centralizó el poder y acumuló
ingentes recursos de todo el espacio soviético. Las “repúblicas” fueron poco
menos que entidades formales e irrisorias.
De
algún modo el símil de las disparidades sociales con las disparidades
geográficas pone en el tapete la lógica del progreso: no hay progreso si algún
segmento social no se pone en la delantera, paga el costo de experimentación y
goza de “privilegios” que, para muchos, resultan ofensivos.
Los
países ricos se benefician de tener una amplia clase alta que actúa como
vanguardia para el desarrollo de nuevos productos y servicios. La
equidistribución social en los países pobres retrasa el proceso de adquisición
de conocimiento. Los pocos ricos no son capaces de cumplir esa función.
La
función niveladora de ingresos- propia de las propuestas socialdemócratas-
tiene fuertes efectos negativos en el largo plazo.
Nuevamente,
Hayek en 1959 parece estar describiendo la actual crisis mundial del siglo XXI,
con una Europa que no crece, henchida de “políticas igualitarias”, redistribucionistas
- y sus correspondientes déficit fiscales-
que no han hecho más que quebrar el espinazo de la innovación y la
competitividad, mientras el desigual “sur” (China, India, Taiwan, etc.),
sediento de desarrollo, protagoniza el crecimiento de la economía mundial.
Conclusiones
Los países de
América latina, casi en su totalidad, practican la libertad política sin
restricciones: el pueblo elige a sus autoridades ejecutivas y legislativas, es
libre de expresarse y manifestar, hay prensa libre, libertad de cultos,
libertad de cátedra, libertad sindical, hay libertad para viajar, entrar y
salir del país, establecer comercios e industrias, contratar, alquilar,
comprar, vender.
Casi podríamos
decir que América latina ha cumplido el sueño de sus libertadores.
Pero sabemos que
esto no es cierto.
Sabemos que hay
inflación, desnaturalización de la Justicia, clientelismo, maquinarias
políticas y sindicales que coartan de hecho la libertad, leyes impositivas que
ahogan la posibilidad de inversión, programas sociales que además de ser fuente
se corrupción política, generan clientelismo político y desalientan la
motivación para capacitarse y encontrar empleo a millones de beneficiarios,
políticas regulatorias que limitan la inversión extranjera, políticas de trabajo
que impiden el despido libre y encarecen la contratación de nuevos
trabajadores.
No hay fomento de
la innovación, hay enormes complicaciones burocráticas para iniciar una
actividad económica, con requisitos, exigencias, demandas, apercibimientos permanentes
a comerciantes, profesionales, industriales, inversores, ahorristas.
La Educación premia
a los memoriosos y desalienta a los creativos, favorece a los gremios docentes
más que a los alumnos y sus padres, baja contenidos desactualizados y, usualmente,
“estatalótratas” y nacionalistas.
La inversión es perseguida, el consumo
fomentado artificialmente por el manejo estatal de las tasas de interés, la obra pública asignada a amigos del poder y
fuente de corrupción.
La justicia es
lenta, ineficiente y muchas veces corrupta. Empresas estatales ineficientes,
burocráticas y deficitarias abonan el déficit de Presupuesto.
La corrupción de
funcionarios nunca se sanciona. Policía y justicia aparecen implicadas con el
narcotráfico, hay “zonas liberadas” para los delincuentes y presos son utilizados como mano de obra barata
para cometer robo.
La pobreza, la
desocupación, las crisis económicas son endémicas, protagonistas siempre de
promesas políticas que nunca se cumplen.
¿Cómo puede ser que
unos países “libres” admitan tantas lacras en su interior?
Porque no son
libres, en el concepto alberdiano. Han liberalizado su legislación solo en la
esfera política pero tienen una profunda aversión a la libertad de comercio, de
mercado, de trabajo, de inversión.
Un siglo de libertad económica, por lo menos, será necesario para destruir del todo
nuestros tres siglos de coloniaje monopolista y exclusivo (JBA, “Sistema…)
Menos de un
siglo reinaron las ideas liberales en Argentina, que pasó del sexto puesto en
el ranking de desarrollo hacia 1910 al 40 en el siglo XXI.
Nuestras naciones arrastran una cultura antiliberal,
producto de siglos de colonialismo español barnizada con las luces de la
ilustración, pero recapturada merced al populismo y al socialismo.
El populismo recrea la idea de un Pueblo unido
contra enemigos externos, de la homogeneidad de la nación, del rechazo a la
idea liberal cosmopolita.
La Justicia Social es el gran aglutinador y la justificación
de todas las transgresiones a la libertad de mercado. “Alguien” tiene que hacerse cargo de las desigualdades
que genera la libertad. El Estado es el gran “reparador”, el gran agente de
redistribución que afecta la libertad económica. Sus ayudantes son los
sindicatos, burocracias aliadas a las políticas de “salario mínimo” que son
generadoras de desocupación. La cátedra universitaria colabora naturalizando la
idea de que los “fallos de mercado” tienen que ser corregidos mediante la
acción del Estado interventor. La Iglesia otorga legitimidad a esta
transgresión del libre albedrío en nombre de la “solidaridad”.
En Argentina el 50% declara que el Estadio debe ser
el principal agente económico, un 40% que debe limitarse a actuar en sectores clave y solo un 10% afirma que el
Estado no debe intervenir en la economía. A eso ha quedado reducido el apoyo a
estas palabras de Alberdi:
Tal sistema desnaturaliza y falsea por sus bases el
del gobierno de la Constitución sancionada y el
de la ciencia, pues lo saca de su destino primordial, que se reduce a
dar leyes (poder legislativo), a
interpretarlas (judicial), y a ejecutarlas (ejecutivo).
Para esto ha sido creado el gobierno del Estado,
no para explotar industrias con la mira
de obtener un lucro, que es todo el fin de las operaciones industriales. La idea de una industria pública es absurda
y falsa en su base económica.
(JB Alberdi, “Sistema…”)
Solo resta difundir, enseñar, fomentar la lectura de
los clásicos como Hayek, Alberdi, Mises, Bastiat y otros y retomar la senda
revolucionaria que el viejo liberalismo significó en le Europa contenida por
los absolutismos reales. Hay que recrear la ilusión juvenil por la libertad, y
demostrar que no se trata de proteger a los “ricos”, sino de permitir que
surjan millones de nuevos ricos, motivados por el éxito, enamorados de su
producto, en busca de un mercado que lo valore.
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