Conferencia
en la Embajada de Rumania, 8 de marzo de 2016
¿Hay
una “singularidad” de Buenos Aires? ¿O Buenos Aires es una más de las capitales
latinoamericanas, no demasiado diferente de México o Lima?Esta es una pregunta
para la cual los porteños, casi intuitivamente, tienen una respuesta. “Somos
distintos, no somos como el resto de los latinoamericanos.” Esta afirmación puede
hacerse desde la poesía o desde el más crudo nacionalismo . Puede resumirse en
el verso de Borges,
A mí se me hace cuento que empezó Buenos
Aires:
la
juzgo tan eterna como el agua y el aire.
Buenos
Aires nació como “la puerta de la tierra”, el único puerto, la única salida
que la América española instaló en el
Océano Atlántico. Ciudad remota, marginal a la rica y ostentosa Lima, con el
enemigo lusitano cerca, ciudad que debatió durante un siglo si debía ser plaza
militar cerrada o puerto abierto al comercio. Se le prohibió, expresamente, dar
el servicio de puerto y, en el colmo de la cerrazón, dejó de haber dinero en la
ciudad. La solución fue el contrabando, gracias al cual Buenos Aires no murió
de inanición. Vivir del contrabando, el
ocultamiento, la mentira, explica muchas de nuestras costumbres non sanctas: la ley se acata pero
no se cumple, hacete amigo del juez, viveza criolla, riquezas mal habidas,
coimas, cometas, negociados, doble vida.
Al
fin ganó el bando comercial, se abrió el puerto y Buenos Aires, para horror de
los mojigatos , se convirtió en una “Babilonia”, llena de judíos portugueses,
extranjeros y prostitutas, barcos cargados con peligrosos productos como libros
de Erasmo o vestidos franceses. Ganó el partido de los “porteños” y por eso sus
habitantes fueron llamados “porteños” y la ciudad dejó de llamarse “De la
Trinidad” y se denominó como su puerto: Santa María de los Buenos Aires.
Escribía
en 1876 Juan María Gutiérrez, gran intelectual argentino, amigo de Alberdi y Echeverría, rector de la
Universidad de Buenos Aires, historiador de la cultura argentina:
Desde
principios de este siglo, la forma de gobierno que nos hemos dado, abrió de par
en par las puertas del país a las influencias de la Europa entera, y desde
entonces, las lenguas extranjeras, las ideas y costumbres que ellas
representan, han tomado carta de ciudadanía
entre nosotros….El resultado de este comercio se presume fácilmente. Ha
mezclado, puede decirse, las lenguas, como ha mezclado las razas…Estas
diferencias de constitución física, lejos de alterar la unidad del sentimiento
patrio, parece que, por leyes generosas de la naturaleza que a orillas del
Plata se cumplen, estrechan más y más los vínculos de fraternidad humana, y dan
por resultado una raza privilegiada por la sangre y la inteligencia, según
demuestra la experiencia a los observadores despreocupados…Estos diferentes
sonidos y modos de expresión cosmopolitizan nuestro oído y nos inhabilitan para
intentar siquiera la inamovilidad de la lengua nacional en que se escriben
nuestros numerosos periódicos, se dicta y discuten nuestras leyes, y es
vehículo para comunicarnos unos con otros los porteños”
Esta
declaración – quizás algo pedante- de identidad porteña, cosmopolita y abierta
al intercambio cultural sin perder el amor a la patria es quizás una síntesis
del sentimiento que aun hoy, tantos años después, impera en esta ciudad.
Esto
produce orgullo y es muchos casos, sí, pedantería. Es ya famoso el tupé- un
galicismo- conque los porteños pasean por el mundo, comparando cada ciudad,
cada hotel, con Buenos Aires (dando casi siempre por ganadora a ésta)
El
porteño, digámoslo francamente, no despierta simpatías, ni en el interior ni en
el resto de América latina. Tiene un aire de superioridad que enerva al
extraño. Pero, lo digo como porteño, ese aire que se da tiene algún sustento.
No es la fantasía de un marginado, sino la expresión de una ciudad que tiene un
teatro Colon, el tango, la música de Piazzolla y Spinetta, la Avenida de Mayo,
el café Tortoni , ya centenario, plazas, cafes y restoranes que pueden competir
con los mejores, un vida cultural activa, variada, que incluye arte escénico,
pintura, la literatura de un Borges o un Cortázar. Como ciudad remota que es,
necesitó crear todo un mundo para satisfacer sus inquietudes. Importó modas y
costumbres pero en algún momento comenzó a crear su propia moda, su propia
cultura.
Dijo
Paul Auster:
“Buenos
Aires. Pienso en el psicoanálisis. Pienso en taxistas que son también poetas.
Pienso en las desdichas políticas. Pienso en periodistas que han leído a Lacan.
Pienso en flores fragantes y carne excelente, y un maravilloso pequeño teatro
donde los actores también tienen otros trabajos, y en las acuarelas de Xul
Solar que hechizan desde el Malba”.
“Buenos
aires e una isola” comentó una vez una amiga italiana. Y su insularidad la
convierte, de alguna manera, en una polis, conectada al mundo, pero lejos de
él, autónoma, independiente, abierta, misteriosa. Multicultural, prepotente,
agresiva, cálida.
En
1810 el 10% de la población de la ciudad era extranjera. En 1914, la mitad de
su población era extranjera. Esto habla de que, luego de la independencia y especialmente
a partir de la segunda mitad del siglo XIX, bajo la consigna alberdiana de
“Gobernar es poblar”, millones de extranjeros se afincaron en estas tierras. Después
de EEUU- el principal desino de la emigración europea desde 1850 a 1914, es
Argentina el país que más extranjeros recibió. Más que Canadá, Australia o
Brasil. Argentina era un fenómeno mundial hacia de fin del siglo XIX, una Nueva
York latina que tenía destino de metrópoli universal.
Muchos
viajeros extranjeros la recorrieron apenas la libertad de 1810 permitió la
llegada de ingleses, franceses,
italianos, etc. Muchos vinieron a radicarse pero algunos solo visitaron
temporariamente la ciudad y algunos de ellos publicaron libros con sus
impresiones. Los primeros fueron soldados ingleses prisioneros por los intentos
de conquista que protagonizaron en 1806 y 1807. Así que nuestra amiga Justina
es quizás la más reciente miembro de esta larga estirpe de extranjeros
necesitados de narrar Buenos Aires.
Escribe
Horace Rumbold, un inglés que visito la Argentina en 1880:
“Deambulando
entre el apretado gentío, munido de la indispensable protección del cigarro
encendido para combatir los poderosos tufos de cebolla y ajo, era entretenido
notar la variedad de idiomas que llegaban a los oídos. Parecía que todas las
tribus y naciones bajo el sol, a excepción de las del mundo oriental, estaban
representadas aquí, y uno se daba cuenta del carácter intensamente cosmopolita de
la población.”
Nuevamente la palabra “cosmopolita”.En 1817 ME
Brackenbridge, miembro de una comitiva del Gobierno de EEUU viajó a Buenos
Aires y escribió un libro con sus
impresiones, del cual quiero rescatar un par de párrafos.
“Aquí, sea
ilusión o realidad, me sentí en una tierra de libertad. Había una
independencia, una franqueza en el porte y una expresión en las caras de los
que encontraba, que me recordaban mi propio país; un aire de libertad alentaba
en torno a ellos, que no intentaré describir…Nada podía ser más diferente que
la población de este lugar y la de Río.
No vi a nadie usando insignias de nobleza, excepto un viejo loco, seguido por
una turba de pilluelos rotosos. No había palanquines o equipajes sonoros. ..A
las mujeres, en vez de encerrarlas por celos, se les permite pasear y respirar
el aire común…Me llamó la atención la multitud de bellas mujeres, yendo y
viniendo de las iglesias, y la graciosa elegancia de su porte. Caminaban con
mayor elegancia que cualquier mujer que yo antes hubiera visto”
Esta
referencia a la libertad y elegancia de las porteñas se repite en muchos
relatos de visitantes.Por ejemplo, “Cinco años en Buenos Aires” de un anónimo
visitante inglés que vivió entre 1820 y 1824, se lee que
“Las damas
van bellamente ataviadas a los palcos, combinando la pulcritud con la
elegancia. Por lo general, visten de blanco. El cuello y el seno están bastante
descubiertos para despertar admiración sin escandalizar a los mojigatos…Las
noches de estreno presenta el teatro un conjunto de hermosas mujeres ( como no
podría soñar un extranjero). A menudo he contemplado sus oscuros ojos
expresivos y el negro cabello que, si posible fuera, embellecería aún más esos
bellos rostros. Creo que ninguna ciudad con la misma población de Buenos Aires
puede vanagloriarse de poseer mujeres igualmente encantadoras. El aspecto que
presentan en el teatro no es sobrepasado ni en París ni en Londres…Hay caras
femeninas dignas del estudio de un artista: vivaces ojos oscuros, tersas
frentes, graciosos talles. Guarda Buenos Aires dentro de sus muros toda la
belleza que pueda forjar la imaginación”
Relata
Horace Rumbold, 60 años después de esta descripción, lo siguiente:
“ Las bellas
asistentes a misa deben afrontar , mientras cruzan rápidamente la calle, una
doble hilera de sus compatriotas y admiradores impecablemente ataviados en
ceñidos trajes cortados a la última moda de Paris. .. Al cabo de una media
hora, las mujeres vuelven a salir, con paso más lento y sin ninguna pretensión
de modestia, alisando su alegres plumajes al sol, sin esquivar de modo alguno
las insistentes miradas y comentarios pronunciados en alta voz, sin discreción alguna. Han venido bien
preparadas para ser examinadas y contempladas…Lucen muy elegantes y muchas de
ellas son muy bonitas; todas se siente agraciadas y capaces de enfrentar la más
intensa de las inspecciones.”
El
inglés anónimo le aconseja a su connacionales
“ Estén
seguros mis compatriotas que no encontrarán otros extranjeros con quienes se
sientan más en su casa, que con los naturales de Buenos Aires. Cualquiera sea
el destino que me haga salir de este país, le abandonaré con pesar y guardaré
siempre la estima y la gratitud más sincera hacia este pueblo excelente y
generoso… Yo vine a Buenos Aires con ciertos prejuicios, esperando encontrar
iliberalidad y gazmoñería, en lugar de las muchas amables cualidades que este
pueblo posee. Tal es mi afecto por Buenos Aires que la admiro como una segunda
patria y me intereso grandemente por su felicidad”
Y
cuenta Rumbold, en el prólogo de su libro El gran Río de la Plata,
“Los pronósticos
que me atreví a formular en cuanto a su progreso se han cumplido, de hecho, con
holgura. El número de inmigrantes que afluyen cada año se ha triplicado. Tan
grande ha sido el aumento de su población de la ciudad de Buenos Aires, que en
el curso de cuatro años ha pasado de 300 a 400 mil habitantes…
Indefectiblemente, el carácter de los porteños del futuro se verá modificado en
su esencia por esta gran infusión de
sangre extranjera.”
En
síntesis los extranjeros del siglo XIX se sorprendían de lo que encontraban. En
vez de un pueblo fanatizado por la religión, reaccionario, anticuado, cerrado,
encontraban la libertad en los rostros, mujeres hermosas que no ocultaban su
belleza y amaban ser admiradas, amabilidad y buen trato hacia el extranjero. En
vez de nacionalismo hispano, encontraban una sociedad cosmopolita y abierta,
deseosa de agradar al extranjero. Esa Buenos Aires antigua esperaba ser una
metrópoli mundial y todas las esperanzas se dirigían en ese sentido.
Termina
Rumbold escribiendo
“Ya nadie pude dudar que la Argentina tiene asegurado un futuro de gran
prosperidad. Pacificada y consolidada, la república se ha lanzado felizmente a
la carrera entre las naciones, y de todos quienes desean su éxito, ninguno es
más sincero que el autor de esta pequeña crónica de una estadía demasiado breve
pero interesante y placentera en su hospitalaria tierra”
Escribió Ruben Darío en 1910
“La Argentina crece, se hace fuerte al amparo
de una política de engrandecimiento económico; hace que las grandes potencias
la miren con simpatía y celebra su primer fiesta secular con el asombro
aprobador de todas las naciones de la tierra”.
Esas
esperanzas fueron cumplidas solo parcialmente, y esa nostalgia de haber sido y el
dolor de ya no ser, como dice el tango, es parte sustancial de la identidad
porteña. Poder haber sido un faro de atracción mundial, en competencia con
Nueva York y no ser, ahora, más que una ciudad de tantas. Ese lamento de no
haber cumplido el sueño, y de aferrarse a lo que se pudo conservar, impregna el
sentimiento del porteño, sentimiento que expresa adecuadamente el tango.
Dijo el Premio Nobel Mario Vargas Llosa:
Argentina, un país que era democrático cuando tres partes de
Europa no lo eran, un país que era uno de los más prósperos de la Tierra cuando
América Latina era un continente de hambrientos, de atrasados. Ese país, que era un
país de vanguardia ¿Cómo puede ser que sea el país empobrecido, caótico,
subdesarrollado que es hoy? ¿Qué pasó? ¿Alguien los invadió? ¿Estuvieron
enfrascados en alguna guerra terrible?
Odiada
por los nacionalistas, por ser abierta y cosmopolita; odiada por los vecinos,
por ser altanera y prepotente; odiada
por ser individualista pero capaz de gestos solidarios; el país profundo,
interior - eterno compañero y contrincante- la ama y la odia. No se concibe la
Argentina sin Buenos Aires, en lo bueno y en lo malo.
El
porteño ama la conversación en un bar, frecuenta al psicoanalista o al guía
budista, sueña con escapar de la Gran Isla, pero sufre y extraña el olor de la
pizzería cuando viaja al exterior. Cosmopolita y localista, extranjero aun en
América, sueña con Europa pero se emociona con una zamba norteña, admira a
Borges aunque no lo haya leído. Ama el futbol pero es malo trabajando en equipo
y excelente en solitario. Hay aquí alta producción de genios solitarios,
llámense Martha Argerich o Gabriela Sabatini, Charly García o el Gato Barbieri,
Pelli o Messi, Favaloro o Maradona, Del Potro o Leloir. El porteño se cree
único y sufre cuando el extranjero no le reconoce su “particularidad”. Necesita
la mirada del extranjero, al cual, a un día de su arribo a Buenos Aires le
pregunta, “¿qué te parece Buenos Aires?”, como si esta ciudad fuera una joya
extraña.
Justina,
con su mirada desde Europa oriental nos deleita con sus observaciones. Ha leído
tan solo 20 páginas de su libro traducidas al castellano que me sirvieron para hacerme una idea del
libro, denominado en rumano: “ultimul tango lal buenos aires”. Dice
Justina
“Les encanta
hablar de ellos, escuchar lo que se dice de ellos, cuando ya no es suficiente
con leer, ávidos, lo que está escrito acerca de ellos en el país o en el
extranjero. “
Le escribí a Justina
estas líneas:
“ Leí con deleite tus páginas y con el
asombro de encontrar una mirada tan inteligente y con tan pocos cliches y un
lenguaje tan elegante. Tu visión es original, picante y sin una pizca de
formalidad. Para muchos, hablar de Buenos Aires se debe hacer en tono solemne,
lamentando su decadencia. Tu referencia al humor porteño debería figurar ya en
alguna enciclopedia sobre Buenos Aires porque lograste captar con sutileza lo
que deber ser, por definición, algo sutil y lleno de connotaciones no dichas”.
Coincidiendo
con Justina , Guy Sorman dijo :
“Todo el
mundo quiere ser amado; pero los argentinos, un poquito más que lo usual,
incluso, que los franceses…”.
El
argentino y más aún, el porteño, necesita ser reconocido como lo que fue, pero
ya no es, una gran esperanza de libertad, progreso y cultura, en una ciudad que
muestra la decadencia de un pasado luminoso. Ese quizás es el secreto de Buenos
Aires: una ciudad que perdió el tren del futuro, pero conserva su dignidad de
dama antigua.
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