viernes, 16 de septiembre de 2016

AMENAZAS Y AMBIGÜEDADES. Mi artículo publicado en septiembre en El Telescopio, de Uruguay


 

Luis D'Elía: "Macri va a necesitar el helicóptero"

Por primera vez en mucho tiempo  la violencia política aparece en el escenario argentino no como fantasía salvaje de grupos como Quebracho , sino como presencia ominosa: amenazas a Macri y a Vidal, intentos de robo de documentación, declaraciones de dirigentes kirchneristas lindantes con la sedición, la política del “helicóptero para Macri” fogoneada en cientos de pequeñas o grandes marchas, manifestaciones, acampes, ollas populares, marchas federales, huelgas salvajes, escraches, pintadas, programas radiales y televisivos. El peor escenario- un peronismo indómito que no gobierna y no deja gobernar- no es ya solo objeto de especulación de analistas sino un cotidiano compañero de viaje. Ya no suenan creíbles los atajos de algunos dirigentes, explicando que esto es solo”espumita” y que nada serio hay detrás de esas amenazas. Un país que sufrió violencia política durante años tiene una memoria que funciona como una alerta temprana. ¿O acaso no hubo violencia  en plena democracia de Alfonsín, con el ataque al cuartel de la Tablada, o con los reiterados levantamientos militares carapintadas? ¿O acaso no volaron la Embajada de Israel y la AMIA en épocas de Menem? ¿Por qué nos siguen tomando como nenes de pecho? En Argentina hay que estar muy atentos a las incitaciones, insinuaciones y amenazas de violencia, provengan de donde sea.
La población percibe este clima. Para el 75% ha aumentado la violencia política en los últimos meses. Un 62% lo atribuye a las posturas de sectores extremos de la oposición. Y como causa coadyuvante, un 70% acuerda con el argumento de que se ha deteriorado la situación social y eso  es un caldo de cultivo. O sea, aumento de la percepción de más pobreza y actuación de oportunistas crean el caldo ideal para que se desate la violencia.
Sin llegar a la violencia, la oposición no kirchnerista, ejerce una dureza extrema, a fin de ganar el galardón de “máximo opositor” que le permitiría mejorar sus chances de cara a las próximas elecciones. Se disfrazan de Kirchneristas “que no roban” para abrevar de ese gran sector del electorado, un 40%, que quiere la Restauración Cristinista. La década perdida no terminó en diciembre de 2015: sobrevive en una cultura del rencor, que exige permanente reparación por supuestas injusticias. Nadie reclama deberes: solo hay derechos, ya, por algún mandato divino. El “vamos por todo” de Cristina sigue vigente en millones de personas que  creen que por el hecho de existir deben recibir ayuda permanente del Estado, esto es, de los que financian con impuestos al Estado. “Que den trabajo” le exigen al gobierno, como si la solución fuera poner fábricas estatales en cada barrio, un delirio populista que sabemos cómo terminó en Venezuela. ”Que nos den vivienda, trasporte gratis, luz y gas gratis, salud, educación, todo gratis”. ¿Quién paga esa fiesta?
Frente a este panorama, el gobierno tiene que conceder, captar a ciertos opositores a cambio de algo. Nada es gratis: ni la vivienda para los necesitados ni el voto en el Parlamento. Ciertos connotados opositores “tibios”, conciliadores, exigen en sus provincias el mantenimiento de planes sociales que ellos o sus socios manejan en forma absolutamente corrupta y clientelar. Y esos son los “buenos”, los “no violentos”. Otros insisten en leyes que sacan del manual de la economía fracasada de los años 60. Así como exigían y votaron prohibir los despidos por 180 días, ahora pretenden prohibir las importaciones por 120 días. Otro despropósito que quiebra la cadena productiva al impedir la entrada de insumos extranjeros para los productos nacionales.  Y es de Massa este delirio, el supuestamente democrático peronista del siglo XXI.
Mientras hay una única noticia económica buena, la baja de la inflación a cerca de un uno por ciento mensual, la oposición y los sindicalistas exigen reapertura de las Paritarias, que ya cerraron a mediados de año, como si la inflación no hubiera cedido nada: el asunto es crear incertidumbre, demoler certezas.
La gente percibe ya este bajón inflacionario. La inflación ha dejado de ser el principal problema y ahora se empareja con el que figuraba como el principal durante el gobierno anterior: la inseguridad. Pero baja la inflación y sube el temor al desempleo. O sea, el gobierno se desayuna todas las mañanas con otra mala noticia. Se resuelve un tema, aparecen otros. No hay temor de estampida del dólar ni de la inflación, pero ahora hay temor al desempleo y al clima de crisis social, con movilizaciones, posibles saqueos, tensión social.

COMO CAMBIAR EL MODELO SI TENEMOS QUE CONVIVIR CON SUS REPFRESENTANTES?


Desde un punto de vista meramente doctrinario pareciera que  el gobierno de Macri no encarna, realmente, una restauración republicana y liberal. El núcleo básico de sus votantes es antiperonista, le echa la culpa de la decadencia argentina al peronismo y cree que el PRO es la posibilidad de salir de la lógica populista que nos persigue desde hace 70 años. Pero el PRO se empeña en buscar la “pata peronista”, Macri cita frecuentemente al “General Perón” y el acercamiento con sindicalistas y gobernadores peronistas tiene  el sabor de lo añejo. También Alfonsín tenía excelentes relaciones con la renovación peronista. Aislar a Herminio Iglesias fue el fácil objetivo que alfonsinismo se propuso y logró. Aislar a Cristina parece ser el no tan fácil objetivo que el macrismo se propone. Claro que “muerto el perro NO se acaba la rabia”. Lo que hay que eliminar es a la rabia, no a su portador. La gente que votó a Macri sabe que la táctica es tratar de dividir al peronismo y operar por líneas interiores. Pero…hay también modos y modos se actuar esta cercanía con el peronismo. La contradicción entre un programa keynesiano-populista como el que propone el Ministro de Hacienda con la  visión más ortodoxa del Presidente del Banco Central es otra cara de este problema de la ambigüedad macrista. Es ambiguo que en nombre de la libertad…el Jefe de Gobierno se alíe con los sindicalistas taxistas contra Uber y que haya salido a la caza esos choferes , invadiendo su  domicilio y encarcelando a varios de ellos. Dice La Nación, 8 de septiembre, “se allanaron los inmuebles de "socios" conductores de Uber, a los que "se investiga por haber realizado actividades lucrativas no autorizadas en el espacio público, pero también por ejercer ilegítimamente una actividad al haber excedido los límites de su registro de conducir”. O sea no se allanan domicilios de barra bravas ni de trapitos, de violentos o de delincuentes, pero si se allanan los de personas inocentes de cualquier delito, que no sea el incumplir  reglamentaciones burocráticas . También en nombre de la libertad se puede importar directamente con una franquicia de…25 dólares por año y se deben llenar farragosos expedientes para importar un Ipod de 500 dólares. En nombre de la libertad se habla de elevar el impuesto a las ganancias a un 40% anual, etc. O prohibir las bolsas plásticas en los supermercados. En nombre de la libertad el PRO propone  un cupo de 50% de mujeres para cargos electivos, anticonstitucional ley ya que Alberdi solo exigía idoneidad para el cargo, no pertenencia a algún  género. En nombre de la libertad propone endeudarnos para financiar un plan de modernización de los trenes…Demasiados reflejos intervencionistas para quienes son acusados de “liberales” por la oposición.
En suma, a fin de aplacar a la bestia populista nos disfrazamos de populistas cada día un poco a más. Así se traiciona el mandato del 51% que lo votó justamente para erradicar al populismo, no solo bajo el nombre de “Kirchnerismo” sino bajo cualquier denominación: socialismo, peronismo, nacionalismo, estatismo, progresismo.
El inversor extranjero, ausente hasta el momento, percibe esta ambigüedad y se pregunta si para aplacar al peronismo, sindical o político,  se va a ceder permanentemente, si las leyes necesarias van a costar ceder mucho en el parlamento y si luego no serán boicoteadas por la CGT unida. Se preguntan sobre el poder real de Gobierno, sobre la gobernabilidad y sobre las concesiones que hay que hacer para mantener a flote el barco. Se preguntan por el largo plazo, pero en Argentina el largo plazo es 2017, no más allá de eso.
Por ejemplo, un empresario chino de Sany, una empresa constructora de clase internacional, bajo la bandera que aun ostenta la hoz y el martillo, entrevistado por un medio:
–¿Se van a instalar en Argentina?
–Estamos sondeando todas las posibilidades en la Argentina y también nos preocupan los sindicatos. 
–¿Qué observan en un país antes de radicarse?
–Que sea estable socialmente con un sistema jurídico creíble, estable en la economía, con un tipo de cambio sin amplias oscilaciones. También analizamos si el país es amigable hacia la inversión extranjera. Y es muy importante que cuente con profesionales entrenados y mano de obra calificada.
En dos palabras este empresario neocomunista desmonta toda la retórica populista latinoamericana: desconfiamos de  tanto poder a los sindicatos y solo nos interesan los países amigables a la inversión extranjera, con seguridad jurídica y estabilidad monetaria y cambiaria.
Argentina aun no aprobó esas asignaturas. No se decide el Gobierno a un cambio de Modelo, no tan solo a mejorar el estilo y los modales. 


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domingo, 11 de septiembre de 2016

Reseña de “La izquierda reaccionaria”

 En 2011, el recordado Horacio Vázquez Rial me pidió que le haga la reseña de su famoso libro, "La izquierda reaccionaria" en su version para la Web.

Escribió el 16 de marzo de 2011:
Querido Esteban:
¿Harías la reseña de La izquierda reaccionaria para LD? Unos 7.000 espacios.
Le contesté:
Gracias por este "encargo". El libro lo lei hace ya años y lo presté...sin devolución. Supongo que puedo accederlo en la edición on line. Para cuando habría que entregarlo?
Cuando se la envié y la leyó me envió este mensaje que guardo en mi corazón:
Recibido y leído, Maestro
es justo lo que esperaba
miles de gracias

y un fuerte abrazo



Vázquez Rial, además de escribir un libro importantísimo, tuvo la genialidad de crear el término Izquierda Reaccionaria, el cual tiene una fuerza extraordinaria: desmonta- con solo dos palabras- la mitología que iguala Izquierda a Progreso. La Izquierda no es el progreso, nos sugiere, es la reacción más consistente y feroz al proyecto liberal democrático.
Lo más llamativo del libro de Vázquez-Rial es el punto de vista. Si algún pensador conservador hubiera escrito una crítica a la izquierda a nadie le llamaría la atención. Casi diríamos, está en su naturaleza. Pero que alguien proveniente de la izquierda asuma el desgarro que significa quebrar con sus mitos de juventud y exponer, al fin, las dudas y certezas que lo traspasan, el producto tiene un valor complementario. Sobre todo si por ese proceso hemos pasado miles de personas de nuestra generación.

 Nos dice el autor:

“Venía, como tantos otros, preocupándome por la situación de lo que hasta aquí se ha venido llamando izquierda, por la identidad de día en día más borrosa de ese sector del pensamiento, o del no-pensamiento, con el cual me identifiqué durante largos años, probablemente a falta de algo mejor. Intuía, más que veía, la miseria en la que había caído y seguía cayendo, como en un pozo de fondo remoto, pero no alcanzaba a precisar lo que la violencia de Al Qaeda reveló aquel día y los que le siguieron: que el pozo no tenía fondo y que la decadencia de las nociones que habían alimentado las visiones del mundo en general tenidas por progresistas, ya no se iba a detener.”

Horacio Vázquez-Rial no es el único que ha transitado ese cambio. Muchos otros lo hemos hecho, aunque quizás de un modo discreto, sin la audacia y la brillantez de Horacio. De algún modo él mostró el camino.
El punto de ruptura final fue quizás para él y para muchos, el brutal atentado del 11 de septiembre del 2001. Las sonrisas cómplices, las condenas meramente formales y en el fondo de todos los progresistas, la idea de que EEUU se la “habían buscado” fue el detonante que muchos necesitamos para decirle adios, definitivamente a los sueños de la Izquierda.

“Lo que siguió al 11 de setiembre fue un estallido. Una confesión pública de identificación con la barbarie, de repudio a la civilización y al pensamiento como tal, de repugnancia ante lo político, de tolerancia ante el terrorismo, y de cólera frente a la legalidad y la legitimidad de los Estados como marco de garantía de los derechos humanos”

Todo eso, y mucho más, quedó claro el 11 de septiembre. La sustancia de “La izquierda reaccionaria” es el relato pormenorizado de ese estallido de irracionalidad: de cómo una hija de Occidente - la izquierda que nació en las jornadas revolucionarias del siglo XVIII - termina matando a su propio padre y se abraza a lo peor: el fundamentalismo religioso, el nacionalismo, la reacción. Es Roger Garaudy convirtiéndose al islamismo, es Carlos, el guerrillero internacional, aplaudiendo a Osama Bin Laden. A eso ha llegado la jibarización de la izquierda: del anuncio de un futuro de libertad y justicia a la justificación de la matanza de inocentes.

Las claves de esta decadencia son analizadas por Vázquez-Rial, con la sapiencia de un arqueólogo, que analiza fragmentos dispersos para rearmar una realidad cultural.
  
1.      El reduccionismo de la autodefinición de izquierda, que vendría a ser todo lo que se oponga la “derecha”: un mosaico que abarca desde Churchill a Hitler, de Vargas Llosa a Trujillo.
2.      El abandono de la política democrática, en el sentido de una lucha leal por el poder, sobre la base de convencer a los electorados: atajos, golpes de estado, conspiraciones, guerras prolongadas
3.     La asunción del “nacionalismo” como bandera de la izquierda, contra la tradición internacionalista de sus fundadores.
4.     Cuba como el gran mito sobreviviente a la Caída del Muro :” Las gentes de las izquierdas, las que hace cuarenta y dos años depositamos nuestras esperanzas de transformación en la revolución cubana —asumo mi parte—, debieran ser las más críticas, las más interesadas en que esa pesadilla no se prolongue. Si es necesario, reclamando el fin del bloqueo, pero con conciencia de que el final del bloqueo es el final del régimen, el más deseable, el menos sangriento de los finales. Cuba, su Mito, su bandera, es aun levantada por los restos de la izquierda, es una pesadilla (,,,) solo un cínico redomado puede decir que hay un principio que defender en Cuba, sea que se llame socialismo, sea que se llame igualdad”.
5.      La pérdida de la noción de proceso- esa dinámica de la historia que lo único que predica es no hay un "fin" de la historia, que la historia no se detuvo en la URSS o en China o en Cuba. La cristalización, el congelamiento de la Historia es una de las claves del fracaso de la izquierda para comprender la dinámica de lo real.

La pérdida de poder de fuego político e ideológico tras la caída de la URSS se compensa, entonces, con el apoyo -explicito o soterrado- a la barbarie fanática expresada por Bin Laden y su terrorífico atentado a las Torres. Por interpósita persona, la izquierda (antiamericana, fanáticamente antiamericana podría decirse) encuentra su nuevo guía. El que fuera un líder fundamentalista islámico  se considera un  detalle menor. Como recoge el libro, cierta dirigencia izquierdista argentina,  a la vanguardia de la alianza Marx-Mahoma,  planteó el carácter revolucionario de Osama.   Vicente Zito Lema , sostuvo que Osama bin Laden era “un revolucionario”, cuya lucha “es parte de la lucha de clases” de “los oprimidos de la humanidad contra el imperio”. Lo comparó con José de San Martín, Manuel Belgrano , José G. Artigas [líderes independentistas de Argentina y Uruguay en el siglo XIX], Ernesto Guevara y “mis compañeros caídos en combate”. 

El Mito ya estaba construido. Y la izquierda es muy eficaz construyendo Mitos. Es lo que mejor sabe hacer.

El estupendo capítulo sobre Multiculturalidad trae una síntesis brillante de las similitudes y diferencias de dos tradiciones que han influido en la modernidad, incluyendo a la izquierda: la tradición iluminista (universalista, igualitaria, racional) y la tradición romántica (irracional, particularista, exaltadora de las diferencias nacionales). De un modo muy claro Vázquez-Rial demuestra que el romanticismo está en la base del antisemitismo: " ¿De qué modo la noción de relativismo cultural, o de multiculturalismo, como se ha elegido llamarlo últimamente, está asociada al antisemitismo en particular, por la historia del Romanticismo alemán, y al racismo en general? La negación de la noción de humanidad, y su sustitución por la de un conglomerado de «culturas» abre la brecha de la diferencia. Y el racismo no se construye sobre la superioridad o la inferioridad de una determinada raza: eso viene después, en segundo término: lo primero es la diferencia de esa raza respecto de otras. Para aceptar la idea de que los arios son superiores, o la de que los judíos son inferiores, tengo que aceptar primero que son diferentes. Es tan racista afirmar que todos los judíos son malos como afirmar que todos los judíos son buenos. O los árabes, o los chinos, o los sioux, lo mismo da. Al diferenciarlos, los separo de la idea de humanidad."

La izquierda nació bajo el espíritu del iluminismo, pero ha virado hacia el romanticismo: la multiculturalidad, el desprecio de la cultura occidental, la aceptación entusiasta de  la diversidad cultural, incluyendo las prácticas de ablación, el asesinato de mujeres adúlteras, explotación de la mujer, la negativa de los inmigrantes islámicos a aceptar la legalidad democrática europea, todo en nombre del "respeto por la diversidad cultural".

Nos dice el autor: " Las izquierdas han dejado de ser un proyecto porque ni tienen un modelo de sociedad socialista dignamente defendible, ni se han comprometido con la defensa del único sistema, el occidental, en el que les está permitido vivir”.
El abandono de Occidente, de las libertades, del ideal democrático con el pretexto de que esos ideales se habían difuminado merced al imperialismo y al capitalismo "salvaje" no hizo más que acercar a la izquierda a su supuesto antagonista: "Todavía hace falta más distancia, todavía hay adherencias en nuestro espíritu de una sentimentalidad bolchevique, que nos impide a quienes nos formamos en las izquierdas asumir la esencial identidad del comunismo y el fascismo como respuestas revolucionarias paralelas, con un origen común, con una parafernalia común, con una coreografía común, con un lenguaje común, con unos discursos comunes."

Identificar al comunismo y al nazifascismo como las dos caras de una misma apuesta antiliberal , para alguien que proviene de la izquierda, alguien aun adherido a "la sentimentalidad bolchevique", es una "audacia". Sabe que sus amigos lo tildarán de "facho", de irresponsable: buena parte del Mito Soviético se construyó con la "victoria sobre el nazifascismo". Y no es cuestión de derruir mitos.

Vázquez-Rial sigue su indagación, incorporando bajo su lupa la “política familiar” de la izquierda actual, muy diversa al puritarismo de los viejos anarquistas del siglo XIX, la cuestión de la soberanía- ambiguo tema en el que la izquierda duda entre su inicial “internacionalismo” y la defensa de la Soberanía – como coartada para apañar dictadores- junto al desprecio por la soberanía de los estados europeos y la apuesta por los “nacionalismos de aldea”; la ecología como nuevo Mito anticapitalista, incluyendo la postura “antinuclear” y muchos temas más.
Hay que leer el libro. Para los que amamos la lectura, es una guia imprescindible para entender la polémica actual.
Culmina Horacio afirmando, a modo de síntesis: “  La izquierda actual es un síndrome y una mitología. Los síntomas son el antiamericanismo como única filosofía central, la renuncia a las nociones de proceso, de soberanía y de Estado, entre otras, el multiculturalismo —que lleva al proislamismo acrítico y, en consecuencia, a servidumbres políticas e intelectuales perversas—, el antisemitismo, el nacionalismo, la manipulación de la memoria y de la historia, el desconocimiento de la realidad moral de ciertas prácticas, tanto positivas como negativas —la familia o el cultivo de opio—, las consignas que se repiten sin que tengan ya ningún vínculo con la realidad.”

No hace falta acordar con todas las afirmaciones de Vázquez-Rial. Eso sería lo contrario a un pensamiento libre e independiente. Algunas tesis que sostiene mueven a la discusión, lo cual es bueno y sano. Solo los fundamentalistas creen en cada palabra del Libro. Los liberales, afortunadamente, tenemos  muchas coincidencias y algunas disidencias, porque el liberalismo vive del intercambio, la discusión y el consenso.
Hay que aplaudir la reedición de “La izquierda reaccionaria” en su versión virtual. Los que no la leyeron en  2003 tendrán la oportunidad de acceder así a una completa guía de los desatinos que ha protagonizado la izquierda reaccionaria.



domingo, 4 de septiembre de 2016

Miradas extranjeras sobre Buenos Aires


Conferencia en la Embajada de Rumania, 8 de marzo de 2016

¿Hay una “singularidad” de Buenos Aires? ¿O Buenos Aires es una más de las capitales latinoamericanas, no demasiado diferente de México o Lima?Esta es una pregunta para la cual los porteños, casi intuitivamente, tienen una respuesta. “Somos distintos, no somos como el resto de los latinoamericanos.” Esta afirmación puede hacerse desde la poesía o desde el más crudo nacionalismo . Puede resumirse en el verso de Borges,
 A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
la juzgo tan eterna como el agua y el aire.

Buenos Aires nació como “la puerta de la tierra”, el único puerto, la única salida que  la América española instaló en el Océano Atlántico. Ciudad remota, marginal a la rica y ostentosa Lima, con el enemigo lusitano cerca, ciudad que debatió durante un siglo si debía ser plaza militar cerrada o puerto abierto al comercio. Se le prohibió, expresamente, dar el servicio de puerto y, en el colmo de la cerrazón, dejó de haber dinero en la ciudad. La solución fue el contrabando, gracias al cual Buenos Aires no murió de inanición.  Vivir del contrabando, el ocultamiento, la mentira, explica muchas de nuestras  costumbres non sanctas: la ley se acata pero no se cumple, hacete amigo del juez, viveza criolla, riquezas mal habidas, coimas, cometas, negociados, doble vida.
Al fin ganó el bando comercial, se abrió el puerto y Buenos Aires, para horror de los mojigatos , se convirtió en una “Babilonia”, llena de judíos portugueses, extranjeros y prostitutas, barcos cargados con peligrosos productos como libros de Erasmo o vestidos franceses. Ganó el partido de los “porteños” y por eso sus habitantes fueron llamados “porteños” y la ciudad dejó de llamarse “De la Trinidad” y se denominó como su puerto: Santa María de los Buenos Aires.
Escribía en 1876 Juan María Gutiérrez, gran intelectual argentino,  amigo de Alberdi y Echeverría, rector de la Universidad de Buenos Aires, historiador de la cultura argentina:
Desde principios de este siglo, la forma de gobierno que nos hemos dado, abrió de par en par las puertas del país a las influencias de la Europa entera, y desde entonces, las lenguas extranjeras, las ideas y costumbres que ellas representan, han tomado carta de ciudadanía  entre nosotros….El resultado de este comercio se presume fácilmente. Ha mezclado, puede decirse, las lenguas, como ha mezclado las razas…Estas diferencias de constitución física, lejos de alterar la unidad del sentimiento patrio, parece que, por leyes generosas de la naturaleza que a orillas del Plata se cumplen, estrechan más y más los vínculos de fraternidad humana, y dan por resultado una raza privilegiada por la sangre y la inteligencia, según demuestra la experiencia a los observadores despreocupados…Estos diferentes sonidos y modos de expresión cosmopolitizan nuestro oído y nos inhabilitan para intentar siquiera la inamovilidad de la lengua nacional en que se escriben nuestros numerosos periódicos, se dicta y discuten nuestras leyes, y es vehículo para comunicarnos unos con otros los porteños”
Esta declaración – quizás algo pedante- de identidad porteña, cosmopolita y abierta al intercambio cultural sin perder el amor a la patria es quizás una síntesis del sentimiento que aun hoy, tantos años después, impera en esta ciudad.
Esto produce orgullo y es muchos casos, sí, pedantería. Es ya famoso el tupé- un galicismo- conque los porteños pasean por el mundo, comparando cada ciudad, cada hotel, con Buenos Aires (dando casi siempre por ganadora a ésta)
El porteño, digámoslo francamente, no despierta simpatías, ni en el interior ni en el resto de América latina. Tiene un aire de superioridad que enerva al extraño. Pero, lo digo como porteño, ese aire que se da tiene algún sustento. No es la fantasía de un marginado, sino la expresión de una ciudad que tiene un teatro Colon, el tango, la música de Piazzolla y Spinetta, la Avenida de Mayo, el café Tortoni , ya centenario, plazas, cafes y restoranes que pueden competir con los mejores, un vida cultural activa, variada, que incluye arte escénico, pintura, la literatura de un Borges o un Cortázar. Como ciudad remota que es, necesitó crear todo un mundo para satisfacer sus inquietudes. Importó modas y costumbres pero en algún momento comenzó a crear su propia moda, su propia cultura.
Dijo Paul Auster:
 “Buenos Aires. Pienso en el psicoanálisis. Pienso en taxistas que son también poetas. Pienso en las desdichas políticas. Pienso en periodistas que han leído a Lacan. Pienso en flores fragantes y carne excelente, y un maravilloso pequeño teatro donde los actores también tienen otros trabajos, y en las acuarelas de Xul Solar que hechizan desde el Malba”.
“Buenos aires e una isola” comentó una vez una amiga italiana. Y su insularidad la convierte, de alguna manera, en una polis, conectada al mundo, pero lejos de él, autónoma, independiente, abierta, misteriosa. Multicultural, prepotente, agresiva, cálida.
En 1810 el 10% de la población de la ciudad era extranjera. En 1914, la mitad de su población era extranjera. Esto habla de que, luego de la independencia y especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, bajo la consigna alberdiana de “Gobernar es poblar”, millones de extranjeros se afincaron en estas tierras. Después de EEUU- el principal desino de la emigración europea desde 1850 a 1914, es Argentina el país que más extranjeros recibió. Más que Canadá, Australia o Brasil. Argentina era un fenómeno mundial hacia de fin del siglo XIX, una Nueva York latina que tenía destino de metrópoli universal.
Muchos viajeros extranjeros la recorrieron apenas la libertad de 1810 permitió la llegada de ingleses, franceses,  italianos, etc. Muchos vinieron a radicarse pero algunos solo visitaron temporariamente la ciudad y algunos de ellos publicaron libros con sus impresiones. Los primeros fueron soldados ingleses prisioneros por los intentos de conquista que protagonizaron en 1806 y 1807. Así que nuestra amiga Justina es quizás la más reciente miembro de esta larga estirpe de extranjeros necesitados de narrar Buenos Aires.

Escribe Horace Rumbold, un inglés que visito la Argentina en 1880:
“Deambulando entre el apretado gentío, munido de la indispensable protección del cigarro encendido para combatir los poderosos tufos de cebolla y ajo, era entretenido notar la variedad de idiomas que llegaban a los oídos. Parecía que todas las tribus y naciones bajo el sol, a excepción de las del mundo oriental, estaban representadas aquí, y uno se daba cuenta del carácter intensamente cosmopolita de la población.”
 Nuevamente la palabra “cosmopolita”.En 1817 ME Brackenbridge, miembro de una comitiva del Gobierno de EEUU viajó a Buenos Aires y escribió  un libro con sus impresiones, del cual quiero rescatar un par de párrafos.
“Aquí, sea ilusión o realidad, me sentí en una tierra de libertad. Había una independencia, una franqueza en el porte y una expresión en las caras de los que encontraba, que me recordaban mi propio país; un aire de libertad alentaba en torno a ellos, que no intentaré describir…Nada podía ser más diferente que la población de este lugar  y la de Río. No vi a nadie usando insignias de nobleza, excepto un viejo loco, seguido por una turba de pilluelos rotosos. No había palanquines o equipajes sonoros. ..A las mujeres, en vez de encerrarlas por celos, se les permite pasear y respirar el aire común…Me llamó la atención la multitud de bellas mujeres, yendo y viniendo de las iglesias, y la graciosa elegancia de su porte. Caminaban con mayor elegancia que cualquier mujer que yo antes hubiera visto”
Esta referencia a la libertad y elegancia de las porteñas se repite en muchos relatos de visitantes.Por ejemplo, “Cinco años en Buenos Aires” de un anónimo visitante inglés que vivió entre 1820 y 1824, se lee que
“Las damas van bellamente ataviadas a los palcos, combinando la pulcritud con la elegancia. Por lo general, visten de blanco. El cuello y el seno están bastante descubiertos para despertar admiración sin escandalizar a los mojigatos…Las noches de estreno presenta el teatro un conjunto de hermosas mujeres ( como no podría soñar un extranjero). A menudo he contemplado sus oscuros ojos expresivos y el negro cabello que, si posible fuera, embellecería aún más esos bellos rostros. Creo que ninguna ciudad con la misma población de Buenos Aires puede vanagloriarse de poseer mujeres igualmente encantadoras. El aspecto que presentan en el teatro no es sobrepasado ni en París ni en Londres…Hay caras femeninas dignas del estudio de un artista: vivaces ojos oscuros, tersas frentes, graciosos talles. Guarda Buenos Aires dentro de sus muros toda la belleza que pueda forjar la imaginación”
Relata Horace Rumbold, 60 años después de esta descripción, lo siguiente:
“ Las bellas asistentes a misa deben afrontar , mientras cruzan rápidamente la calle, una doble hilera de sus compatriotas y admiradores impecablemente ataviados en ceñidos trajes cortados a la última moda de Paris. .. Al cabo de una media hora, las mujeres vuelven a salir, con paso más lento y sin ninguna pretensión de modestia, alisando su alegres plumajes al sol, sin esquivar de modo alguno las insistentes miradas y comentarios pronunciados en alta voz,  sin discreción alguna. Han venido bien preparadas para ser examinadas y contempladas…Lucen muy elegantes y muchas de ellas son muy bonitas; todas se siente agraciadas y capaces de enfrentar la más intensa de las inspecciones.”

El inglés anónimo le aconseja a su connacionales
“ Estén seguros mis compatriotas que no encontrarán otros extranjeros con quienes se sientan más en su casa, que con los naturales de Buenos Aires. Cualquiera sea el destino que me haga salir de este país, le abandonaré con pesar y guardaré siempre la estima y la gratitud más sincera hacia este pueblo excelente y generoso… Yo vine a Buenos Aires con ciertos prejuicios, esperando encontrar iliberalidad y gazmoñería, en lugar de las muchas amables cualidades que este pueblo posee. Tal es mi afecto por Buenos Aires que la admiro como una segunda patria y me intereso grandemente por su felicidad”


Y cuenta Rumbold, en el prólogo de su libro El gran Río de la Plata,
“Los pronósticos que me atreví a formular en cuanto a su progreso se han cumplido, de hecho, con holgura. El número de inmigrantes que afluyen cada año se ha triplicado. Tan grande ha sido el aumento de su población de la ciudad de Buenos Aires, que en el curso de cuatro años ha pasado de 300 a 400 mil habitantes… Indefectiblemente, el carácter de los porteños del futuro se verá modificado en su esencia por esta  gran infusión de sangre extranjera.”
En síntesis los extranjeros del siglo XIX se sorprendían de lo que encontraban. En vez de un pueblo fanatizado por la religión, reaccionario, anticuado, cerrado, encontraban la libertad en los rostros, mujeres hermosas que no ocultaban su belleza y amaban ser admiradas, amabilidad y buen trato hacia el extranjero. En vez de nacionalismo hispano, encontraban una sociedad cosmopolita y abierta, deseosa de agradar al extranjero. Esa Buenos Aires antigua esperaba ser una metrópoli mundial y todas las esperanzas se dirigían en ese sentido.
Termina Rumbold escribiendo
Ya nadie pude dudar que la Argentina tiene asegurado un futuro de gran prosperidad. Pacificada y consolidada, la república se ha lanzado felizmente a la carrera entre las naciones, y de todos quienes desean su éxito, ninguno es más sincero que el autor de esta pequeña crónica de una estadía demasiado breve pero interesante y placentera en su hospitalaria tierra”
 Escribió Ruben Darío en 1910
La Argentina crece, se hace fuerte al amparo de una política de engrandecimiento económico; hace que las grandes potencias la miren con simpatía y celebra su primer fiesta secular con el asombro aprobador de todas las naciones de la tierra”.

Esas esperanzas fueron cumplidas solo parcialmente, y esa nostalgia de haber sido y el dolor de ya no ser, como dice el tango, es parte sustancial de la identidad porteña. Poder haber sido un faro de atracción mundial, en competencia con Nueva York y no ser, ahora, más que una ciudad de tantas. Ese lamento de no haber cumplido el sueño, y de aferrarse a lo que se pudo conservar, impregna el sentimiento del porteño, sentimiento que expresa adecuadamente el tango.
Dijo el Premio Nobel Mario Vargas Llosa:
Argentina, un país que era democrático cuando tres partes de Europa no lo eran, un país que era uno de los más prósperos de la Tierra cuando América Latina era un continente de hambrientos, de atrasados. Ese país, que era un país de vanguardia ¿Cómo puede ser que sea el país empobrecido, caótico, subdesarrollado que es hoy? ¿Qué pasó? ¿Alguien los invadió? ¿Estuvieron enfrascados en alguna guerra terrible?
Odiada por los nacionalistas, por ser abierta y cosmopolita; odiada por los vecinos, por ser altanera y prepotente;  odiada por ser individualista pero capaz de gestos solidarios; el país profundo, interior - eterno compañero y contrincante- la ama y la odia. No se concibe la Argentina sin Buenos Aires, en lo bueno y en lo malo.
El porteño ama la conversación en un bar, frecuenta al psicoanalista o al guía budista, sueña con escapar de la Gran Isla, pero sufre y extraña el olor de la pizzería cuando viaja al exterior. Cosmopolita y localista, extranjero aun en América, sueña con Europa pero se emociona con una zamba norteña, admira a Borges aunque no lo haya leído. Ama el futbol pero es malo trabajando en equipo y excelente en solitario. Hay aquí alta producción de genios solitarios, llámense Martha Argerich o Gabriela Sabatini, Charly García o el Gato Barbieri, Pelli o Messi, Favaloro o Maradona, Del Potro o Leloir. El porteño se cree único y sufre cuando el extranjero no le reconoce su “particularidad”. Necesita la mirada del extranjero, al cual, a un día de su arribo a Buenos Aires le pregunta, “¿qué te parece Buenos Aires?”, como si esta ciudad fuera una joya extraña.
Justina, con su mirada desde Europa oriental nos deleita con sus observaciones. Ha leído tan solo 20 páginas de su libro traducidas al castellano  que me sirvieron para hacerme una idea del libro, denominado en rumano: “ultimul tango lal buenos aires”. Dice Justina 
“Les encanta hablar de ellos, escuchar lo que se dice de ellos, cuando ya no es suficiente con leer, ávidos, lo que está escrito acerca de ellos en el país o en el extranjero. “
Le escribí a Justina estas líneas:
“ Leí con deleite tus páginas y con el asombro de encontrar una mirada tan inteligente y con tan pocos cliches y un lenguaje tan elegante. Tu visión  es original, picante y sin una pizca de formalidad. Para muchos, hablar de Buenos Aires se debe hacer en tono solemne, lamentando su decadencia. Tu referencia al humor porteño debería figurar ya en alguna enciclopedia sobre Buenos Aires porque lograste captar con sutileza lo que deber ser, por definición, algo sutil y lleno de connotaciones no dichas”.
Coincidiendo con Justina , Guy Sorman  dijo  :
“Todo el mundo quiere ser amado; pero los argentinos, un poquito más que lo usual, incluso, que los franceses…”.
El argentino y más aún, el porteño, necesita ser reconocido como lo que fue, pero ya no es, una gran esperanza de libertad, progreso y cultura, en una ciudad que muestra la decadencia de un pasado luminoso. Ese quizás es el secreto de Buenos Aires: una ciudad que perdió el tren del futuro, pero conserva su dignidad de dama antigua.




jueves, 1 de septiembre de 2016

La propiedad privada, una breve historia



Imaginemos una sociedad sin propiedad (en verdad no sería una sociedad). ¿Por qué voy a sembrar una tierra o construir una casa si luego cualquiera puede venir a cosechar los frutos o a instalarse en mi casa? Como no tengo un derecho para excluirlos no podría evitar esas circunstancias, por lo que mejor desisto de sembrar o construir y veo de consumir lo que otro haya cosechado o construido. Así, estaríamos de vuelta en un mundo de cazadores-recolectores o menos aun porque ni siquiera podríamos sostener la propiedad sobre otros bienes o herramientas necesarias para ello (armas para cazar, por ejemplo). Ese sería un mundo pobre, que solo podría sostener a un pequeño número de seres humanos, lejos de los siete mil millones de hoy.
Precisamente porque alguien, gracias al derecho de propiedad, puede ‘excluir’ a otros de su uso es que se convierte también en un ‘protector’ que buscará cuidar y multiplicar el recurso. Resulta entonces que pese a que la propiedad ‘excluye’ recursos del acervo global, en verdad los multiplica y los devuelve con creces.
(Martin Krause)

Existe el Mito de la Edad de Oro, según el cual en tiempos antiguos no existía la propiedad privada, que todos los bienes se obtenían y utilizaban en común. No había ricos ni pobres, ni avaricia ni codicia, y los seres humanos eran pacíficos.
Durante incontables milenios nuestros ancestros se alimentaban a través de la caza, la pesca y la recolección de frutos. Solo hace 10 milenios la agricultura y el pastoreo se convirtieron en los mecanismos habituales para obtener alimentos. Desde el punto de vista de la evolución de nuestra psicología la enorme etapa de cazadores-recolectores aún permanece como un sustrato de nuestra conducta social. Atiborrarse de comida, por ejemplo, es una herencia de esta etapa, en la cual la caza era azarosa y cuando aparecía una fuente de alimentos, animal o vegetal, la gente devoraba esas primicias, ignorantes de cuándo podría repetir el festín.
Algo de cierto tiene ese Mito.   En la época de los recolectores-cazadores nadie era dueño de las tierras ni de las manadas de animales, nadie sembraba semillas, nadie preparaba el terreno para la siembra, nadie poseía herramientas para la cosecha. Solo algunos bienes personales, un abrigo, algún arma- hachas o lanzas-  o algún objeto de adorno eran propiedad individual.
“El respeto a la propiedad no dispondría ciertamente de gran arraigo entre las bandas de cazadores y recolectores en cuyo seno cualquiera que descubriera una nueva fuente de alimentación o un más seguro refugio quedaba obligado a comunicar su hallazgo al resto de sus compañeros”(Friedrich Hayek, La fatal arrogancia)
El problema era que en esa “edad”, nada era parecido a la paz y la armonía del Mito. La gente moría antes de los treinta años y se necesitaban enormes espacios para sustentar a unos pequeños grupos nómades que recorrían selvas y bosques en búsqueda de animales y frutos.
Pero, había un serio problema, tal como describe Hoppe:
Sin embargo la vida de cazadores y recolectores enfrentaba un desafío fundamental. Las sociedades de cazadores‐recolectores llevaban esencialmente vidas parásitas. Es decir, no agregaban nada al suministro de productos entregados por la naturaleza. Sólo agotaban las fuentes de bienes. No producían (fuera de algunas herramientas) sino que consumían solamente. No cosechaban ni criaban sino que tenían que esperar a que la naturaleza regenerara y reaprovisionara. Esta forma de parasitismo implicaba el problema inatajable del crecimiento de la población. Para mantener una vida cómoda, la densidad demográfica tendría que haber seguido siendo extremadamente baja. Se ha estimado que una milla cuadrada de territorio era necesaria para sostener confortablemente una o dos personas, e inclusive, en regiones menos fértiles eran necesarios terrenos más grandes aún
El crecimiento de la población puso en crisis el sistema de cazadores-recolectores.
“ El asentamiento, por consiguiente, permitía un crecimiento demográfico mucho más rápido, y una población creciente intensificaba la caza y la recolección locales, lo cual hacía que los alimentos en estado natural escasearan más y más. Esto significaba que los grupos sedentarios acabarían encontrándose probablemente atrapados en un modo de vida cada vez más laborioso, trabajando primero en pequeños huertos y luego en campos más extensos al disminuir los frutos de la caza y la recolección a la antigua usanza” (McNeil, Las redes humanas)
Las soluciones fueron dos:
- Apropiarse de terrenos para siembra y pastoreo y de manadas para criar animales.
“Se puede decir que el primer paso hacia la solución de la trampa Maltusiana que enfrentaban con su crecimiento las sociedades de cazadores‐recolectores, fue exactamente el establecimiento de la
propiedad de las tierras. Presionados por el descenso en el estándar de vida, como resultado de la
superpoblación absoluta, los miembros de la tribu sucesivamente (por separado o colectivamente) se apropiaron, cada vez más, de naturaleza (tierra) no‐poseída previamente. Esta apropiación de la tierra tenía un efecto doble inmediato. Primero, se producían más bienes y por consiguiente se podían satisfacer más necesidades que antes. De hecho, este fue el motivo real detrás de la apropiación de las tierras: la idea de que la tierra tenía una cierta conexión causal con la satisfacción de necesidades humanas y podía ser controlada. Controlando la tierra, el hombre realmente empezaba a producir bienes en vez de simplemente consumirlos.” (Hope)

“Fue probablemente la necesidad de disponer de una mínima unidad productiva viable lo que dio lugar a que la propiedad de la tierra pasara de colectiva a privada”(Hayek, id.)

- Crear unas unidades de producción de seres humanos, las familias. Hasta ese momento los hijos no tenían padre reconocido, hombres y mujeres se apareaban indiscriminadamente y nadie “poseía” hijos propios. Los que nacían eran simplemente, hijos de la tribu. Estos hijos de la tribu incrementaban la población, con lo cual se ponía en crisis el inestable equilibrio comida-población.
“Sin embargo, la economía en la tierra era solamente parte de la solución al problema que se presentó por la presión del aumento poblacional. Con la apropiación se hizo un uso más eficaz de la tierra, teniendo en cuenta que sustentaba un tamaño mayor de población. Pero la institución de la propiedad de la tierra en sí no afectó el otro lado del problema: la proliferación continuada de descendientes. Este aspecto del problema requería también una solución. Tenía que encontrarse una institución social que pusiera esta proliferación bajo control. La institución diseñada para lograr esta tarea fue la institución de la familia” (Hope)

En efecto, cono señala Harari, existe la presunción de que en esa etapa  no existía la familia.
“Algunos psicólogos evolutivos aducen que las antiguas bandas de humanos que buscaban comida no estaban compuestas por familias nucleares centradas en parejas monógamas. Por el contrario, los recolectores vivían en comunas carentes de propiedad privada, relaciones monógamas e incluso paternidad. En una banda de ese tipo, una mujer podía tener relaciones sexuales y formar lazos íntimos con varios hombres (y mujeres) simultáneamente, y todos los adultos de la banda cooperaban en el cuidado de los hijos. Puesto que ningún hombre sabía a ciencia cierta cuál de los niños era el suyo, los hombres demostraban igual preocupación por todos los jóvenes”(Harari)

O, mejor dicho, menor preocupación. De hecho podría afirmarse que los machos humanos no tenían ninguna preocupación o interés por sus cachorros: no le enseñaban nada, nada heredarían ellos de él. La idea de la propiedad privada está fuertemente asociada a la idea de  continuidad temporal a través de los hijos. Solo la familia y los hijos garantizan que el hombre se preocupará por adquirir y preservar una propiedad que será su legado al futuro.
Con la propiedad de tierras y manadas y la propiedad de crear hijos propios, reconocibles, termina el comunismo primitivo. Nadie mejoraría su parcela de tierra para que otro se quedara con sus frutos. Nadie criaría animales para que los comiera un desconocido. Nadie traería hijos al mundo, futuros productores y consumidores, si no había certeza de que esos hijos pertenecían a determinados padres, es decir, trabajarían en la unidad productiva independiente formada por padres e hijos, con funciones productivas y de crianza de niños y de soporte a los viejos.
“Mientras los grupos humanos errantes consumieron los alimentos que encontraban a mano y los compartieron entre  todos sus miembros, el esfuerzo extra necesario para cultivar huertos careció de atractivo y, sobre todo, el almacenamiento de semillas para la cosecha del próximo año fue poco práctico. Sólo cuando las unidades familiares se convirtieron en consumidores independientes de alimentos se hizo posible el despegue de la agricultura” (McNeil, Las redes humanas)
O sea, que es evidente la correlación entre la creación de la institución familiar, la transformación de la familia en unidad de producción y consumo, y la creación de la agricultura, y por ende el nacimiento de la propiedad privada.
La agricultura y la ganadería crean entonces la propiedad privada- de terrenos, de animales, de instalaciones productivas, de herramientas- como único mecanismo que permite identificar y personalizar el trabajo productivo. En vez de depredar al bosque, ahora hay que apropiarse de la tierra fértil, garantizar su uso exclusivo para la agricultura, separado del uso para la ganadería, preparar la tierra, ararla, sembrar, acopiar semillas para la próxima cosecha y, por último, intercambiar en el mercado los excedentes de grano o de carne, por otros bienes comestibles o de uso como textiles, cacharrería, adornos, herramientas, armas, etc.
“La invención de la agricultura permanente inyectó tipos nuevos de información a la red humana. Los aprendices de agricultor intercambiaban permanentemente habilidades, conocimientos, semillas y ganado de crianza con las comunidades vecinas.” (McNeil, id.)
Frente al Mito de la Edad de Oro, según la cual la naturaleza entregaba sus dones sin mayor trabajo humano, la Revolución Neolítica, o sea, la capacidad humana de organizar la producción de alimentos vegetales y animales, criando, cultivando obligó a la humanidad a “trabajar con el sudor de la frente”. Para alimentar a una población creciente, evitar las hambrunas por malas cosechas o por plagas y enfermedades que aquejaran al ganado las personas tuvieron que adquirir nuevas habilidades. Las viejas destrezas de la caza y la pesca (rastrear, acechar, matar) no servían ya para las complejas tareas del cultivo y la crianza.

Por otra parte, por primera vez, el ser humano alteraba sustancialmente la Naturaleza. La selección de los mejores granos, los más resistentes o los más sustanciosos, generó un proceso de “selección artificial” por el cual, en pocos milenios, se crearon variedades de cereales y leguminosas nuevas. El trigo, por ejemplo, ya no tenía nada que ver con el antiguo cereal silvestre.
“Al principio este trigo silvestre se cosechaba regularmente pero no se sembraba; más tarde empezó también a sembrarse con regularidad. El trigo en cuestión era escandía, antepasado del trigo moderno que, junto con el centeno (originariamente una mala hierba de los trigales), la cebada, la avena, el mijo y la espelta, crecía en estado silvestre en el Mediterráneo oriental. Allí también se refinó para adaptarlo al hombre.” (Hugh Thomas, Una historia del mundo)
“Tuvo lugar entonces un aumento del número de personas y del número de plantas y animales domésticos, porque la dependencia mutua permitió que unos y otros obtuviesen mucha más energía de la faz de la tierra de la que ésta les había proporcionado hasta entonces. Los seres humanos y algunos de sus animales domesticados – no todos- tuvieron que trabajar con más ahínco y cambiar el entorno de forma más radical que antes, creando así más riesgos para sí mismos: hambruna, enfermedades y guerra”(McNeil, id.)
Las tareas agrícolas implicaban eliminar las malas hierbas, roturar el terreno con azadas, utilizar el fuego para desbrozar el terreno y mejorar la fertilidad, la utilización de una hoz para cosechar, atar las gavilla de cereal cosechado, pisar el cereal, machacarlo, etc. Todo esto significa mucho trabajo y organización del trabajo: nada es dado graciosamente por la Naturaleza.
Lo mismo, los animales. Los hombres aplicaron la selección artificial, matando, por ejemplo, a los ejemplares demasiado agresivos de las manadas de bovinos, creando así variedades sumisas y fácilmente manejables. No existirían hoy las vacas, ovejas o caballos si no se entendiera este proceso de selección activa que los humanos operaron sobre el medio natural.
“Encerrar el rebaño durante la noche y protegerlo de otros predadores cuando pastaba durante el día era esencial para la nueva relación entre los seres humanos y los animales. Al igual que en el caso de los cereales el resultado fue una adaptación radical por ambas partes.(…) Desde el punto de vista de los animales , las armas humanas ofrecían sin duda mejor protección que los cuernos. Pero los pastores sólo podían ofrecer un liderazgo  real matando a los animales desafiantes, con lo que, sin darse cuenta, fomentaran de manera selectiva un comportamiento sumiso” (McNeil,id.)
Cada tipo de agricultura tiene sus condicionamientos geográficos y sociales. La agricultura tropical es descentralizada: cada aldea panta y consume sus tubérculos. No hay un tiempo de cosecha, no hay que almacenar semillas, etc. Por lo tanto, poblaciones aisladas, remotas, han seguido viviendo en el aislamiento en algunos casos hasta el siglo XX.
Además, como explica Gordon Childe, la agricultura no significa necesariamente asentamientos permanentes. En especial, la agricultura de azada, con su gran explotación y agotamiento de los terrenos implica la necesidad de emigrar cada tanto, con lo cual no tiene sentido la construcción de viviendas permanentes.
En cambio la agricultura del cereal implica la necesidad de una gran cantidad de mano de obra trabajando junta tanto en la siembra como en la cosecha. Exige grandes depósitos centrales. El grano no se pudre, por lo cual puede ser trasladado sin peligro de pérdida: Todos estos componentes de los cereales implican que su cultivo es un fenómeno sociopolítico que incluye a los productores agrarios y a los consumidores urbanos. La ciudad solo se explica por la existencia de trigo, en Europa, y arroz en Asia oriental. El cereal crea relaciones complejas de intercambio, dominación, gobiernos, impuestos, obras públicas, caminos,  es decir todos los componentes que estallarían hace 5 mil años en la creación de la ciudad.
En este contexto de mayor especialización, enriquecimiento del lenguaje, mejora en las habilidades intercambio con poblados vecinos, etc. el trueque se instala como mecanismo de intercambio de excedentes. Eso significó que comenzara a haber una valoración explícita de los diversos bienes. Cuanto más escaso y necesario fuera un tipo de bien, más bienes para intercambiar demandaría. Eso implica un necesario desarrollo del lenguaje, de las interacciones humanas, de la gestión de acuerdos, de la existencia de un imprescindible clima de paz, que permita que el trueque reemplace al robo. Y la existencia de alguna autoridad arbitral que resuelva en los conflictos entre compradores y vendedores.
El trueque era un avance en relación al robo o la autarquía y el aislamiento, pero estaba lejos de ser perfecto como mecanismo de intercambio.
En principio, se necesitaba que el que ofrecía huevos y pretendía granos encontrara a un excedentario en granos que a su vez pretendiera huevos. Esta combinación muchas veces no se encontraba, con lo cual se frustraba el intercambio. Había que encontrar a un excedentario y un deficitario justamente en los bienes específicos que se demandaban. Y ¿con qué pagar a unos obreros que ayudan a construir tu casa, con “partes de la casa”? Como señala Rothbard, los dos problemas básicos del trueque son la “indivisibilidad” y la “falta de coincidencia en cuanto a necesidades”.
Es por ello que naturalmente se pasó a una nueva creación, el dinero. El intercambio indirecto.
“Pero el hombre, en su interminable proceso de ensayos y fracasos, descubrió el camino que posibilita alcanzar una economía de gran expansión: el intercambio indirecto. Mediante el intercambio indirecto, uno vende su producto, no a cambio de un bien que se precisa directamente sino a cambio de otro bien que, a su vez, es vendido a cambio del bien que uno necesita. “(Rothbard, ídem)
O sea desaparece el problema de la indivisibilidad y el problema de la no coincidencia de necesidades complementarias que tiene el truque. Y esos “bienes intermedios” que se compran, son las monedas, el dinero. Por sus dos gallinas, el granjero obtiene en el mercado 5 rupias (o taleros, o pesos, o como se llame). Y con esas 5 rupias compra lo que andaba necesitando: una herramienta para podar sus arbustos.
No deberíamos pensar en dinero como monedas de oro acuñadas por el rey, al menos durante miles de años. Esa fue solo una de las formas que el  dinero adoptó históricamente. Como se sabe, hubo bienes utilizados como dinero, tales como tabaco, azúcar, sal, ganado, clavos, cereales, etc. Se han registrado conchillas como medios de pago en poblaciones del Pacífico, hace 8000 años.
Pero luego de ensayos y errores, en todo el mundo conocido, el oro y la plata fueron reconocidos como el dinero por excelencia, por lo cual el “peso” (de oro o de plata) fue la manera de estandarizar su uso: conocido el “peso” (una libra, una onza, etc.) se podía entonces negociar un precio de intercambio: cuantos “pesos” te costará mi kilo de pescado.
Con la existencia de dinero, una mercancía que pertenece a un individuo, no hay “comunismo primitivo” posible. MIS monedas de oro ME servirán para criar mejor a MI hijo. Tantos pronombres posesivos aun asustan a ciertos profetas de la igualdad. Pero lo cierto es que la posesión de dinero independiza al individuo de ciertas servidumbres, es un bien universal que le permite adquirir cualquier producto o servicio.
Como es obvio, es más fácil robar – o perder- dinero que una propiedad inmueble. Poseer dinero implica un riesgo, mucho mayor que poseer una propiedad inmueble. En realidad, toda propiedad mueble (ganado, dinero, granos) tiene mayor riesgo de robo, pérdida o destrucción que cualquier propiedad  territorial.

La ciudad
La ciudad supone una concentración de funciones simbólicas-religiosas, la instalación de un poder político , la creación de una clase de funcionarios (recaudadores, contables, escribas, soldados, sacerdotes, consejeros del Rey, etc.) y artesanos (fundidores, talabarteros, ceramistas, constructores, etc.) , por lo tanto, la existencia de recursos excedentes, que son arrancados por la fuerza (impuestos, tributos) a los agricultores. Se calcula que en una ciudad mesopotámica 7,000 funcionarios y artesanos vivían a costa de 25,000 agricultores.
La sumisión de esos 25,000 agricultores se basaba en que el  Poder distribuía remedios religiosos- bendiciones, pasaportes a la inmortalidad-,  regulaba la distribución de agua, el gran recurso escaso, organizaba obras públicas que requerían miles de trabajadores (canales, presas, desmonte, etc.)  y ofrecía protección frente a las bandas de pastores-guerreros que, montados en sus caballos o camellos, ejercían fuerte presión sobre los campesinos , pueblos y ciudades. 
Los pastores tenían experiencia en protección de sus ganados, lo cual se transformó rápidamente en entrenamiento militar: poseían la capacidad de reunirse rápidamente y asaltar los depósitos de grano de los campesinos. En este contexto, los campesinos requerían protección de los soldados profesionales urbanos, a cambio de parte de sus granos.
“Los grupos locales de agricultores no podían igualar la violencia organizada que normalmente ejercían los soldados profesionales pastoriles y urbanos. La sumisión era inevitable y preferible a la resistencia, ya que las rentas e impuestos más o menos previsibles eran más fáciles de soportar que el pillaje desenfrenado. Por consiguiente este sistema pasó a ser el habitual. En efecto, los pastores crearon junto a los soldados profesionales y los gobernantes de los estados agrarios un mercado extraoficial pero eficaz de costes de protección, y fijaron pagos de rentas e impuestos en un nivel que garantizaba la supervivencia de los habitantes de los poblados dejándoles un margen, en los años normales, para protegerse de la posible pérdida de cosechas. Después del año 2500 AEC este tipo de mercado de protección subordinó a los campesinos y sostuvo las civilizaciones urbanas durante los milenios siguientes hasta casi la época presente” (McNeill, Las redes humanas)
La suma del poder religioso, militar y económico se concentraba, entonces,  en la Ciudad. Y esas tres dimensiones estaban íntimamente relacionadas.
Cada dios tenía  su morada terrenal, el templo en la ciudad, una propiedad territorial, servidores humanos, y la corporación sacerdotal. Los documentos descifrables más antiguos de Mesopotamia son, en efecto, las cuentas llevadas por los sacerdotes acerca de los ingresos de los templos. Por ellas se pone de manifiesto que el templo no solo era el centro de la vida religiosa de la ciudad, sino también el núcleo de la acumulación de capital. El templo funcionaba como un gran banco; el dios era el  principal capitalista del territorio (Gordon Childe, Los orígenes de la Civilización)

El Templo, era ,a la vez, la casa de Dios en la ciudad y el deposito que concentraba los tributos que las familias debían pagar.
Cada ciudad era sede de un Dios. Pero ¿Cómo se decidía el sitio de la ciudad? No solo por consideraciones geográficas. Antes de decidirse por este o aquel lugar existía una creencia, el sentimiento de que ciertos lugares son sagrados. El espacio no era homogéneo: había lugares en que habitaba el Cosmos- el orden divino- y lugares aun caóticos- meramente producto de la naturaleza.
“Como ha demostrado Eliade, se establecían en lugares donde lo sagrado se había manifestado en una ocasión, rompiendo la barrera que separaba los dioses de la humanidad (…)
Una vez que se experimentaba un lugar como sagrado, era radicalmente separado de sus alrededores profanos. Como allí se había revelado lo divino, el lugar se convertía en el centro de la Tierra (…) era uno de los lugares donde se podía entrar en contacto con lo divino, lo único que daba realidad y significación a sus vidas” (Karen Armstrong,  Historia de Jerusalén)
El carácter sagrado de las ciudades, como resulta evidente, es la base de su poder simbólico. Las humildes familias de campesinos llegan, digamos, a  Jerusalén, o Sidón, o Babilonia. Contemplan sus murallas infranqueables, las torres de vigilancia, los palacios del  rey, el Templo, morada de Dios. Su sorpresa se transforma rápidamente en veneración y se someten así, casi sin dudarlo, a la protección de la Ciudad. Como resume Karin Armstrong:
“Después de que Marduk creó el mundo, los dioses y los humanos trabajaron juntos para edificar la ciudad de Babilonia en el centro de la tierra. En Bab-ilani (“la puerta de los dioses”) las divinidades se podían reunir cada año para participar en el consejo de los dioses: era su casa en el mundo terreno de hombres y mujeres, quienes sabían que podían tener acceso a ellos. En el centro de la ciudad edificaron también el gran templo de Esagila dedicado a Marduk, su palacio en la ciudad. Allí vivía e imponía el orden divino a través de su lugarteniente, el rey. “
El Poder se inviste así, desde el inicio, de un halo de divinidad que justifica sus decisiones. Nadie puede cuestionar las decisiones de Dios, transmitidas y ejecutadas por medio del Rey, su representante en el mundo.
La Ciudad, además, era inestable. Había años buenos y años de magras cosechas, años de paz y años de invasiones de pueblos extraños. Había años de tranquilidad y años de rebelión contra los poderosos. Frente a ese cambio permanente, a esa inestabilidad, se reforzaba la creencia en dioses, leyes e instituciones permanentes que aportaban cierta idea de continuidad y estabilidad. El Poder, obviamente, reforzaba ese sentimiento. Fiestas, celebraciones, homenajes, festivales, días sacros, entierros reales, bodas, nacimientos reales eran todos instrumentos de diferenciación entre los reyes y sus vasallos. El lujo, la ostentación de joyas y vestidos, armas y cabalgaduras eran todos símbolos que se exhibían para ampliar la brecha entre los simples humanos y los Reyes, representantes de Dios en la Tierra.
El rey debía no solo construir templos para los dioses. Debía cumplir deberes más cotidianos: fortificar la ciudad, proveerla de acceso al agua, defenderla de los enemigos,. Y tenía que imponer la Ley, una creación divina “que los dioses habían revelado al rey”.
El Rey no solo debía construir murallas, debía –aplicando sabiamente la Ley-mantener el orden social, impedir el descontento dentro de la ciudad, proteger a los débiles, viudas y huérfanos, el bienestar de sus habitantes. Controlar así que un campesinado explotado se rebelara contra el poder y rompiera las murallas de la ciudad.
DE este modo, la complejidad creciente de las primeras civilizaciones impuso serios límites a la propiedad privada. Si bien , en algunos casos, los campesinos eran propietarios de sus parcelas debían entregar buena parte de sus cosechas al Poder, a fin de asegurarse la pertenencia a la Ciudad, que , como hemos visto, es un requisito para garantizar su protección y su misma condición humana, como perteneciente a una comunidad de fieles al Dios de la Ciudad. No se podía sobrevivir en soledad. Solo siendo súbdito del Rey se tenía acceso a bienes terrenales-   riego, protección- y a bienes espirituales como la protección  de los dioses.
Sabemos que el antiguo Egipto la propiedad era del Faraón, y que éste podía premiar a sus generales o ministros con parcelas propias. Pero era una “propiedad delegada”, y así como faraón la cedía , podía recuperarla con un simple decreto real.
Hubo que esperar al naxcimiento de normas de defensa de lapropiedad privada para que la civilización comenzara su andadura:
Dice F. Hayek:
“… parece razonable también situar el punto de partida del proceso civilizador en las regiones costeras de Mediterráneo. Las posibilidades facilitadas por el comercio a larga distancia otorgaron ventaja relativa a aquellas comunidades que se avinieron a conceder a sus miembros la libertad de hacer uso de la información personal sobre aquellas otras en las que era el conocimiento disponible a nivel colectivo o, a lo sumo, el que se encontraba en poder de su gobernante de turno el que determinaba las actuaciones de todos. Fue, al parecer, en la región mediterránea donde por primera vez el ser humano se avino a respetar ciertos dominios privados cuya gestión se dejó a la responsabilidad del correspondiente propietario, lo que permitió establecer entre las diferentes comunidades una densa malla de relaciones comerciales. Surgió la misma al margen de los particulares criterios o veleidades de los jefes locales, al no resultar posible entonces controlar eficazmente el tráfico marítimo. Cabe recurrir a la autoridad de un respetado investigador (al que ciertamente no se puede tildar de proclive al mercado) que se ha expresado en los siguientes términos: “El mundo greco-romano fue esencial y característicamente un mundo de propiedad privada, tratárase de unos pocos acres o de las inmensas posesiones de los emperadores y senadores romanos; era un mundo dedicado al comercio y a la manufactura privados” (Finley, 1973).
Los redactores de la Constitución de la antigua Creta “daban por sentado que la libertad es la más importante aportación que el Estado puede ofrecer; y precisamente por ello, y por ninguna otra razón, establecieron que las cosas perteneciesen indubitablemente a quienes las adquirieran. Por el contrario, en los regímenes en los que prevalece la esclavitud todo pertenece a los gobernantes” (Estrabón, 10, 4, 16)

Lo importante es advertir que el desarrollo de la propiedad plural (privada) ha sido en todo momento condición imprescindible para la aparición del comercio y, por lo tanto, para la formación de esos más amplios y coherentes esquemas de interrelación humana, así como de las señales que denominamos precios. El que fueran los individuos, las “familias” (en el sentido amplio del término), o los grupos formados voluntariamente quienes detentaran los derechos de propiedad tiene transcendencia menor que el hecho de que cada actor pudiera en todo momento identificar a quién correspondía determinar el uso a dar a sus bienes.

Roma ofreció al mundo lo que ha llegado a ser un modelo de derecho civil basado en lo que puede considerarse la más desarrollada elaboración de la propiedad plural. La decadencia y colapso final de este primer orden histórico extenso sólo fue produciéndose a medida que las decisiones de la administración central romana fueron desplazando a la libre iniciativa. Históricamente, tal secuencia de acontecimientos se ha repetido hasta la saciedad: producido un avance civilizador, éste se ha visto reiteradamente truncado por gobernantes empecinados en intervenir en el cotidiano quehacer de la ciudadanía. Al parecer, nunca ha llegado a establecerse una civilización avanzada cuyos gobernantes —aun cuando comprometidos inicialmente en la defensa de la propiedad— hayan logrado resistirse a la tentación de utilizar su poder coercitivo para abortar así potenciales avances hacia nuevos estadios de civilización. Y, sin embargo, la existencia de un poder de entidad suficiente como para garantizar la defensa de la propiedad privada contra su violenta invasión por terceros propicia sin duda la aparición de un cada vez más sofisticado orden de espontánea y voluntaria cooperación. Desgraciadamente, tarde o temprano, los gobernantes tienden a abusar de los poderes a ellos confiados para coartar esa libertad que deberían defender y para imponer su supuestamente más acertada interpretación de los acontecimientos, no dudando en justificar su comportamiento afirmando que simplemente tratan de impedir “que las instituciones sociales evolucionen arbitrariamente”

En suma, la propiedad privada surge en el contexto de
- la aparición de la agricultura y la ganadería
- la institución de la familia como grupo productor y consumidor organizado
-el desarrollo de  redes de comercio incipientes que significaron normas para realizar y hacer cumplir contratos entre compradores y vendedores
- El reconocimiento de derechos de propiedad en manos de individuos, familias o grupos, o sea la facultad de asignar ciertos fines a determinados bienes
- Un poder político, asentado en las ciudades, que provee- por vía del monopolio de la coerción- seguridades a la propiedad, asediada por asaltantes, ejércitos extranjeros, etc.

La dialéctica de conflicto entre el ámbito privado y el poder político- encargado de su seguridad- terminó, por lo general, con éste interviniendo y limitando la libertad. Sucedió en Roma y en Egipto.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Introducción a mi libro "La Utopía del Socialismo Científico"

De los dos terrores que asolaron el siglo XX- el nazismo y el comunismo- es el comunismo el más misterioso.
Que el nazismo era un sistema de violencia contra las minorías, un programa de exterminio y de predominio racial, nunca hubo dudas. Fue groseramente franco. Ya en el programa del Partido Nacional Socialista  de 1920 se exponía con claridad el plan de excluir a los judíos de la nación alemana y el propósito de obtener “colonias” para dar sustento a la población alemana. Había que tener “mala entraña” para adherir a esas ideas.
Pero el comunismo, el marxismo, fue otra cosa. Un ideario liberador, humanista, la culminación del proceso iniciado por la Ilustración para acabar con los privilegios de las minorías, un programa de liberación, de desaparición de la desigualdad, de desarrollo científico y económico. La promesa del marxismo fue muy atractiva. Pero sus frutos casi iguales- peores en algún sentido- a los del nazismo. El nazismo cumplió su programa a rajatabla, sin contradicciones internas. En cambio el marxismo, el “socialismo real”, ocultó cuidadosamente el crimen: cumplió un plan implícito, secreto de liquidación y asesinato que aun hoy es negado. Así como los negacionistas del Holocausto judío por los nazis son seres moralmente inferiores, los innumerables negacionistas del holocausto comunista no tienen mayor estatura moral. Solo que unos tienen muy mala prensa y los otros, programas de radio y televisión.
El comunismo, ese arco que va desde un iluminado Marx hasta un asesino serial y frío como Stalin, es  incomprensible. La mejor gente, la más inteligente, la más buena adhirió al comunismo. Su claridad, su fuerza expresiva convenció a varias generaciones de la incomparable justeza de sus objetivos. Picasso, Neruda, Sartre, Rolland, Saramago, por nombrar solo algunos, fueron los referentes de cientos de intelectuales, poetas, artistas – la “crème” de la intelectualidad- que adhirieron sin dudarlo al comunismo. Solo algunos, valientes y repudiados, como Guide, Koestler, Camus, Octavio Paz o Vargas Llosa se atrevieron a mirar…y vieron: el Gulag, la persecución a homosexuales, el trabajo esclavo, las deportaciones masivas, las prohibiciones, los Procesos de Moscú, el Gran Salto Adelante de Mao con sus 30 millones de muertos , la Stasi, la Cheka, la KGB, los Servicios Cubanos… Mucho, demasiado para explicar como simples “desviaciones” del programa liberador marxista.
Así como no se entiende el arco que va desde el Jesús del amor hasta un Torquemada de la tortura, la religión civil marxista amparó en su seno a lo mejor y a lo peor, en una mezcla esquizofrénica que aun hoy provoca escozor.
Ya nadie, en su sano juicio, se reivindica nazifascista. En cambio miles de personas, incluyendo intelectuales, artistas, creadores, aun se dicen marxistas. Los cien millones de muertos que los regímenes comunistas produjeron en medio siglo no parecen conmover demasiado a esas conciencias.
En general- además de negarse a creer en los innumerables testimonios que lo prueban- apelan a los “errores” o “deformaciones” del marxismo en manos de gente como Stalin. Marx no se equivocó, se equivocaron los marxistas en el poder, parecen decirnos.
Nuestra pregunta es la siguiente: ¿cómo se explica que sin excepción alguna TODOS los marxistas en el poder construyeron sistemas totalitarios? Desde Lenin hasta Mao Tse Tung, desde Castro a Kim il Sung, desde Pol Pot hasta Ceasescu, desde Stalin hasta Trotsky, ¿TODOS traicionaron a Marx? Qué hubo ¿una conspiración nefasta para traicionar al Viejo Marx?
Difícil de creer.
Mi hipótesis- que no es novedosa- es que el marxismo originario ya tenía en su seno el huevo de la serpiente. Marx no es inocente del Gulag. Marx no puede ser apartado respetuosamente de los campos de concentración que Lenin- mucho antes que Hitler- instaló en la Rusia revolucionaria.
Creemos que Marx y los primeros pensadores marxistas elaboraron una utopía que contenía en germen el desastre. Pero eso, hay que demostrarlo, si puede “demostrarse” algo en el terreno de lo humano.
A eso vamos.