Imaginemos una sociedad sin propiedad (en verdad no
sería una sociedad). ¿Por qué voy a sembrar una tierra o construir una casa si
luego cualquiera puede venir a cosechar los frutos o a instalarse en mi casa?
Como no tengo un derecho para excluirlos no podría evitar esas circunstancias,
por lo que mejor desisto de sembrar o construir y veo de consumir lo que otro
haya cosechado o construido. Así, estaríamos de vuelta en un mundo de
cazadores-recolectores o menos aun porque ni siquiera podríamos sostener la
propiedad sobre otros bienes o herramientas necesarias para ello (armas para
cazar, por ejemplo). Ese sería un mundo pobre, que solo podría sostener a un
pequeño número de seres humanos, lejos de los siete mil millones de hoy.
Precisamente porque alguien, gracias al derecho de
propiedad, puede ‘excluir’ a otros de su uso es que se convierte también en un
‘protector’ que buscará cuidar y multiplicar el recurso. Resulta entonces que
pese a que la propiedad ‘excluye’ recursos del acervo global, en verdad los
multiplica y los devuelve con creces.
(Martin Krause)
Existe el Mito de la Edad de Oro, según el cual en tiempos
antiguos no existía la propiedad privada, que todos los bienes se obtenían y
utilizaban en común. No había ricos ni pobres, ni avaricia ni codicia, y los
seres humanos eran pacíficos.
Durante incontables milenios nuestros ancestros se
alimentaban a través de la caza, la pesca y la recolección de frutos. Solo hace
10 milenios la agricultura y el pastoreo se convirtieron en los mecanismos
habituales para obtener alimentos. Desde el punto de vista de la evolución de
nuestra psicología la enorme etapa de cazadores-recolectores aún permanece como
un sustrato de nuestra conducta social. Atiborrarse de comida, por ejemplo, es
una herencia de esta etapa, en la cual la caza era azarosa y cuando aparecía
una fuente de alimentos, animal o vegetal, la gente devoraba esas primicias,
ignorantes de cuándo podría repetir el festín.
Algo de cierto tiene ese Mito. En la época de los recolectores-cazadores
nadie era dueño de las tierras ni de las manadas de animales, nadie sembraba
semillas, nadie preparaba el terreno para la siembra, nadie poseía herramientas
para la cosecha. Solo algunos bienes personales, un abrigo, algún arma- hachas
o lanzas- o algún objeto de adorno eran
propiedad individual.
“El respeto a la
propiedad no dispondría ciertamente de gran arraigo entre las bandas de
cazadores y recolectores en cuyo seno cualquiera que descubriera una nueva
fuente de alimentación o un más seguro refugio quedaba obligado a comunicar su
hallazgo al resto de sus compañeros”(Friedrich Hayek, La fatal arrogancia)
El problema era que en esa “edad”, nada era parecido a la
paz y la armonía del Mito. La gente moría antes de los treinta años y se necesitaban
enormes espacios para sustentar a unos pequeños grupos nómades que recorrían
selvas y bosques en búsqueda de animales y frutos.
Pero, había un serio problema, tal como describe Hoppe:
Sin embargo la vida de
cazadores y recolectores enfrentaba un desafío fundamental. Las sociedades de
cazadores‐recolectores llevaban esencialmente vidas parásitas. Es decir, no
agregaban nada al suministro de productos entregados por la naturaleza. Sólo
agotaban las fuentes de bienes. No producían (fuera de algunas herramientas)
sino que consumían solamente. No cosechaban ni criaban sino que tenían que
esperar a que la naturaleza regenerara y reaprovisionara. Esta forma de
parasitismo implicaba el problema inatajable del crecimiento de la población.
Para mantener una vida cómoda, la densidad demográfica tendría que haber
seguido siendo extremadamente baja. Se ha estimado que una milla cuadrada de
territorio era necesaria para sostener confortablemente una o dos personas, e
inclusive, en regiones menos fértiles eran necesarios terrenos más grandes aún.
El crecimiento de la población puso en crisis el sistema de
cazadores-recolectores.
“ El asentamiento, por
consiguiente, permitía un crecimiento demográfico mucho más rápido, y una
población creciente intensificaba la caza y la recolección locales, lo cual
hacía que los alimentos en estado natural escasearan más y más. Esto
significaba que los grupos sedentarios acabarían encontrándose probablemente
atrapados en un modo de vida cada vez más laborioso, trabajando primero en
pequeños huertos y luego en campos más extensos al disminuir los frutos de la
caza y la recolección a la antigua usanza” (McNeil, Las redes humanas)
Las soluciones fueron dos:
- Apropiarse de terrenos para siembra y pastoreo y de
manadas para criar animales.
“Se puede decir que el primer paso hacia la
solución de la trampa Maltusiana que enfrentaban con su crecimiento las
sociedades de cazadores‐recolectores, fue exactamente el establecimiento de la
propiedad de las tierras. Presionados por el
descenso en el estándar de vida, como resultado de la
superpoblación absoluta, los miembros de la tribu
sucesivamente (por separado o colectivamente) se apropiaron, cada vez más, de
naturaleza (tierra) no‐poseída previamente. Esta apropiación de la tierra tenía
un efecto doble inmediato. Primero, se producían más bienes y por consiguiente
se podían satisfacer más necesidades que antes. De hecho, este fue el motivo
real detrás de la apropiación de las tierras: la idea de que la tierra tenía
una cierta conexión causal con la satisfacción de necesidades humanas y podía
ser controlada. Controlando la tierra, el hombre realmente empezaba a producir bienes en vez de simplemente consumirlos.” (Hope)
“Fue probablemente la
necesidad de disponer de una mínima unidad productiva viable lo que dio lugar a
que la propiedad de la tierra pasara de colectiva a privada”(Hayek, id.)
- Crear unas unidades de producción de seres humanos, las
familias. Hasta ese momento los hijos no tenían padre reconocido, hombres y
mujeres se apareaban indiscriminadamente y nadie “poseía” hijos propios. Los
que nacían eran simplemente, hijos de la tribu. Estos hijos de la tribu
incrementaban la población, con lo cual se ponía en crisis el inestable
equilibrio comida-población.
“Sin embargo, la economía en la tierra era
solamente parte de la solución al problema que se presentó por la presión del
aumento poblacional. Con la apropiación se hizo un uso más eficaz de la tierra,
teniendo en cuenta que sustentaba un tamaño mayor de población. Pero la
institución de la propiedad de la tierra en sí no afectó el otro lado del
problema: la proliferación continuada de descendientes. Este aspecto del
problema requería también una solución. Tenía que encontrarse una institución
social que pusiera esta proliferación bajo control. La institución diseñada
para lograr esta tarea fue la institución de la familia” (Hope)
En efecto, cono señala Harari, existe la presunción de que
en esa etapa no existía la familia.
“Algunos psicólogos evolutivos aducen que las antiguas bandas de
humanos que buscaban comida no estaban compuestas por familias nucleares
centradas en parejas monógamas. Por el contrario, los recolectores vivían en
comunas carentes de propiedad privada, relaciones monógamas e incluso
paternidad. En una banda de ese tipo, una mujer podía tener relaciones sexuales
y formar lazos íntimos con varios hombres (y mujeres) simultáneamente, y todos
los adultos de la banda cooperaban en el cuidado de los hijos. Puesto que
ningún hombre sabía a ciencia cierta cuál de los niños era el suyo, los hombres
demostraban igual preocupación por todos los jóvenes”(Harari)
O, mejor dicho, menor preocupación. De hecho podría
afirmarse que los machos humanos no tenían ninguna preocupación o interés por
sus cachorros: no le enseñaban nada, nada heredarían ellos de él. La idea de la
propiedad privada está fuertemente asociada a la idea de continuidad temporal a través de los hijos.
Solo la familia y los hijos garantizan que el hombre se preocupará por adquirir
y preservar una propiedad que será su legado al futuro.
Con la propiedad de tierras y manadas y la propiedad de
crear hijos propios, reconocibles, termina el comunismo primitivo. Nadie
mejoraría su parcela de tierra para que otro se quedara con sus frutos. Nadie
criaría animales para que los comiera un desconocido. Nadie traería hijos al
mundo, futuros productores y consumidores, si no había certeza de que esos
hijos pertenecían a determinados padres, es decir, trabajarían en la unidad
productiva independiente formada por padres e hijos, con funciones productivas
y de crianza de niños y de soporte a los viejos.
“Mientras los grupos
humanos errantes consumieron los alimentos que encontraban a mano y los
compartieron entre todos sus miembros,
el esfuerzo extra necesario para cultivar huertos careció de atractivo y, sobre
todo, el almacenamiento de semillas para la cosecha del próximo año fue poco
práctico. Sólo cuando las unidades familiares se convirtieron en consumidores
independientes de alimentos se hizo posible el despegue de la agricultura”
(McNeil, Las redes humanas)
O sea, que es evidente la correlación entre la creación de
la institución familiar, la transformación de la familia en unidad de
producción y consumo, y la creación de la agricultura, y por ende el nacimiento
de la propiedad privada.
La agricultura y la ganadería crean entonces la propiedad
privada- de terrenos, de animales, de instalaciones productivas, de
herramientas- como único mecanismo que permite identificar y personalizar el
trabajo productivo. En vez de depredar al bosque, ahora hay que apropiarse de
la tierra fértil, garantizar su uso exclusivo para la agricultura, separado del
uso para la ganadería, preparar la tierra, ararla, sembrar, acopiar semillas
para la próxima cosecha y, por último, intercambiar en el mercado los
excedentes de grano o de carne, por otros bienes comestibles o de uso como
textiles, cacharrería, adornos, herramientas, armas, etc.
“La invención de la
agricultura permanente inyectó tipos nuevos de información a la red humana. Los
aprendices de agricultor intercambiaban permanentemente habilidades,
conocimientos, semillas y ganado de crianza con las comunidades vecinas.”
(McNeil, id.)
Frente al Mito de la Edad de Oro, según la cual la
naturaleza entregaba sus dones sin mayor trabajo humano, la Revolución
Neolítica, o sea, la capacidad humana de organizar la producción de alimentos
vegetales y animales, criando, cultivando obligó a la humanidad a “trabajar con
el sudor de la frente”. Para alimentar a una población creciente, evitar las
hambrunas por malas cosechas o por plagas y enfermedades que aquejaran al
ganado las personas tuvieron que adquirir nuevas habilidades. Las viejas
destrezas de la caza y la pesca (rastrear, acechar, matar) no servían ya para
las complejas tareas del cultivo y la crianza.
Por otra parte, por primera vez, el ser humano alteraba
sustancialmente la Naturaleza. La selección de los mejores granos, los más
resistentes o los más sustanciosos, generó un proceso de “selección artificial”
por el cual, en pocos milenios, se crearon variedades de cereales y leguminosas
nuevas. El trigo, por ejemplo, ya no tenía nada que ver con el antiguo cereal
silvestre.
“Al principio este
trigo silvestre se cosechaba regularmente pero no se sembraba; más tarde empezó
también a sembrarse con regularidad. El trigo en cuestión era escandía,
antepasado del trigo moderno que, junto con el centeno (originariamente una
mala hierba de los trigales), la cebada, la avena, el mijo y la espelta, crecía
en estado silvestre en el Mediterráneo oriental. Allí también se refinó para
adaptarlo al hombre.” (Hugh Thomas, Una historia del mundo)
“Tuvo lugar entonces
un aumento del número de personas y del número de plantas y animales
domésticos, porque la dependencia mutua permitió que unos y otros obtuviesen
mucha más energía de la faz de la tierra de la que ésta les había proporcionado
hasta entonces. Los seres humanos y algunos de sus animales domesticados – no
todos- tuvieron que trabajar con más ahínco y cambiar el entorno de forma más
radical que antes, creando así más riesgos para sí mismos: hambruna,
enfermedades y guerra”(McNeil, id.)
Las tareas agrícolas implicaban eliminar las malas hierbas,
roturar el terreno con azadas, utilizar el fuego para desbrozar el terreno y
mejorar la fertilidad, la utilización de una hoz para cosechar, atar las
gavilla de cereal cosechado, pisar el cereal, machacarlo, etc. Todo esto
significa mucho trabajo y organización del trabajo: nada es dado graciosamente
por la Naturaleza.
Lo mismo, los animales. Los hombres aplicaron la selección
artificial, matando, por ejemplo, a los ejemplares demasiado agresivos de las
manadas de bovinos, creando así variedades sumisas y fácilmente manejables. No
existirían hoy las vacas, ovejas o caballos si no se entendiera este proceso de
selección activa que los humanos operaron sobre el medio natural.
“Encerrar el rebaño
durante la noche y protegerlo de otros predadores cuando pastaba durante el día
era esencial para la nueva relación entre los seres humanos y los animales. Al
igual que en el caso de los cereales el resultado fue una adaptación radical
por ambas partes.(…) Desde el punto de vista de los animales , las armas
humanas ofrecían sin duda mejor protección que los cuernos. Pero los pastores
sólo podían ofrecer un liderazgo real
matando a los animales desafiantes, con lo que, sin darse cuenta, fomentaran de
manera selectiva un comportamiento sumiso” (McNeil,id.)
Cada tipo de agricultura tiene sus condicionamientos
geográficos y sociales. La agricultura tropical es descentralizada: cada aldea
panta y consume sus tubérculos. No hay un tiempo de cosecha, no hay que
almacenar semillas, etc. Por lo tanto, poblaciones aisladas, remotas, han
seguido viviendo en el aislamiento en algunos casos hasta el siglo XX.
Además, como explica Gordon Childe, la agricultura no
significa necesariamente asentamientos permanentes. En especial, la agricultura
de azada, con su gran explotación y agotamiento de los terrenos implica la
necesidad de emigrar cada tanto, con lo cual no tiene sentido la construcción
de viviendas permanentes.
En cambio la agricultura del cereal implica la necesidad de
una gran cantidad de mano de obra trabajando junta tanto en la siembra como en
la cosecha. Exige grandes depósitos centrales. El grano no se pudre, por lo
cual puede ser trasladado sin peligro de pérdida: Todos estos componentes de
los cereales implican que su cultivo es un fenómeno sociopolítico que incluye a
los productores agrarios y a los consumidores urbanos. La ciudad solo se
explica por la existencia de trigo, en Europa, y arroz en Asia oriental. El
cereal crea relaciones complejas de intercambio, dominación, gobiernos,
impuestos, obras públicas, caminos, es
decir todos los componentes que estallarían hace 5 mil años en la creación de
la ciudad.
En este contexto de mayor especialización, enriquecimiento
del lenguaje, mejora en las habilidades intercambio con poblados vecinos, etc.
el trueque se instala como mecanismo de intercambio de excedentes. Eso
significó que comenzara a haber una valoración explícita de los diversos
bienes. Cuanto más escaso y necesario fuera un tipo de bien, más bienes para
intercambiar demandaría. Eso implica un necesario desarrollo del lenguaje, de
las interacciones humanas, de la gestión de acuerdos, de la existencia de un
imprescindible clima de paz, que permita que el trueque reemplace al robo. Y la
existencia de alguna autoridad arbitral que resuelva en los conflictos entre
compradores y vendedores.
El trueque era un avance en relación al robo o la autarquía
y el aislamiento, pero estaba lejos de ser perfecto como mecanismo de
intercambio.
En principio, se necesitaba que el que ofrecía huevos y
pretendía granos encontrara a un excedentario en granos que a su vez
pretendiera huevos. Esta combinación muchas veces no se encontraba, con lo cual
se frustraba el intercambio. Había que encontrar a un excedentario y un
deficitario justamente en los bienes específicos que se demandaban. Y ¿con qué
pagar a unos obreros que ayudan a construir tu casa, con “partes de la casa”?
Como señala Rothbard, los dos problemas básicos del trueque son la
“indivisibilidad” y la “falta de coincidencia en cuanto a necesidades”.
Es por ello que naturalmente se pasó a una nueva creación,
el dinero. El intercambio indirecto.
“Pero el hombre, en su
interminable proceso de ensayos y fracasos, descubrió el camino que posibilita
alcanzar una economía de gran expansión: el intercambio indirecto. Mediante el
intercambio indirecto, uno vende su producto, no a cambio de un bien que se
precisa directamente sino a cambio de otro bien que, a su vez, es vendido a
cambio del bien que uno necesita. “(Rothbard, ídem)
O sea desaparece el problema de la indivisibilidad y el
problema de la no coincidencia de necesidades complementarias que tiene el
truque. Y esos “bienes intermedios” que se compran, son las monedas, el dinero.
Por sus dos gallinas, el granjero obtiene en el mercado 5 rupias (o taleros, o
pesos, o como se llame). Y con esas 5 rupias compra lo que andaba necesitando:
una herramienta para podar sus arbustos.
No deberíamos pensar en dinero como monedas de oro acuñadas por el rey, al menos durante miles de años.
Esa fue solo una de las formas que el
dinero adoptó históricamente. Como se sabe, hubo bienes utilizados como
dinero, tales como tabaco, azúcar, sal, ganado, clavos, cereales, etc. Se han
registrado conchillas como medios de pago en poblaciones del Pacífico, hace
8000 años.
Pero luego de ensayos y errores, en todo el mundo conocido,
el oro y la plata fueron reconocidos como el dinero por excelencia, por lo cual
el “peso” (de oro o de plata) fue la manera de estandarizar su uso: conocido el
“peso” (una libra, una onza, etc.) se podía entonces negociar un precio de
intercambio: cuantos “pesos” te costará mi kilo de pescado.
Con la existencia de dinero, una mercancía que pertenece a
un individuo, no hay “comunismo primitivo” posible. MIS monedas de oro ME
servirán para criar mejor a MI hijo. Tantos pronombres posesivos aun asustan a
ciertos profetas de la igualdad. Pero lo cierto es que la posesión de dinero
independiza al individuo de ciertas servidumbres, es un bien universal que le
permite adquirir cualquier producto o servicio.
Como es obvio, es más fácil robar – o perder- dinero que una
propiedad inmueble. Poseer dinero implica un riesgo, mucho mayor que poseer una
propiedad inmueble. En realidad, toda propiedad mueble (ganado, dinero, granos)
tiene mayor riesgo de robo, pérdida o destrucción que cualquier propiedad territorial.
La ciudad
La ciudad supone una concentración de funciones
simbólicas-religiosas, la instalación de un poder político , la creación de una
clase de funcionarios (recaudadores, contables, escribas, soldados, sacerdotes,
consejeros del Rey, etc.) y artesanos (fundidores, talabarteros, ceramistas,
constructores, etc.) , por lo tanto, la existencia de recursos excedentes, que
son arrancados por la fuerza (impuestos, tributos) a los agricultores. Se
calcula que en una ciudad mesopotámica 7,000 funcionarios y artesanos vivían a
costa de 25,000 agricultores.
La sumisión de esos 25,000 agricultores se basaba en que
el Poder distribuía remedios religiosos-
bendiciones, pasaportes a la inmortalidad-,
regulaba la distribución de agua, el gran recurso escaso, organizaba obras
públicas que requerían miles de trabajadores (canales, presas, desmonte,
etc.) y ofrecía protección frente a las
bandas de pastores-guerreros que, montados en sus caballos o camellos, ejercían
fuerte presión sobre los campesinos , pueblos y ciudades.
Los pastores tenían experiencia en protección de sus
ganados, lo cual se transformó rápidamente en entrenamiento militar: poseían la
capacidad de reunirse rápidamente y asaltar los depósitos de grano de los
campesinos. En este contexto, los campesinos requerían protección de los
soldados profesionales urbanos, a cambio de parte de sus granos.
“Los grupos locales de agricultores no podían igualar la violencia
organizada que normalmente ejercían los soldados profesionales pastoriles y
urbanos. La sumisión era inevitable y preferible a la resistencia, ya que las
rentas e impuestos más o menos previsibles eran más fáciles de soportar que el
pillaje desenfrenado. Por consiguiente este sistema pasó a ser el habitual. En
efecto, los pastores crearon junto a los soldados profesionales y los
gobernantes de los estados agrarios un mercado extraoficial pero eficaz de
costes de protección, y fijaron pagos de rentas e impuestos en un nivel que
garantizaba la supervivencia de los habitantes de los poblados dejándoles un
margen, en los años normales, para protegerse de la posible pérdida de
cosechas. Después del año 2500 AEC este tipo de mercado de protección subordinó
a los campesinos y sostuvo las civilizaciones urbanas durante los milenios
siguientes hasta casi la época presente” (McNeill, Las redes humanas)
La suma del poder religioso, militar y económico se
concentraba, entonces, en la Ciudad. Y
esas tres dimensiones estaban íntimamente relacionadas.
Cada dios tenía su morada
terrenal, el templo en la ciudad, una propiedad territorial, servidores
humanos, y la corporación sacerdotal. Los documentos descifrables más antiguos
de Mesopotamia son, en efecto, las cuentas llevadas por los sacerdotes acerca
de los ingresos de los templos. Por ellas se pone de manifiesto que el templo
no solo era el centro de la vida religiosa de la ciudad, sino también el núcleo
de la acumulación de capital. El templo funcionaba como un gran banco; el dios
era el principal capitalista del
territorio (Gordon Childe, Los orígenes de la Civilización)
El Templo, era ,a la vez, la casa de Dios en la ciudad y el
deposito que concentraba los tributos que las familias debían pagar.
Cada ciudad era sede de un Dios. Pero ¿Cómo se decidía el
sitio de la ciudad? No solo por consideraciones geográficas. Antes de decidirse
por este o aquel lugar existía una creencia, el sentimiento de que ciertos
lugares son sagrados. El espacio no era homogéneo: había lugares en que
habitaba el Cosmos- el orden divino- y lugares aun caóticos- meramente producto
de la naturaleza.
“Como ha demostrado Eliade, se establecían en lugares donde lo sagrado
se había manifestado en una ocasión, rompiendo la barrera que separaba los
dioses de la humanidad (…)
Una vez que se experimentaba un lugar como sagrado, era radicalmente separado de sus alrededores profanos. Como allí se había revelado lo divino, el lugar se convertía en el centro de la Tierra (…) era uno de los lugares donde se podía entrar en contacto con lo divino, lo único que daba realidad y significación a sus vidas” (Karen Armstrong, Historia de Jerusalén)
Una vez que se experimentaba un lugar como sagrado, era radicalmente separado de sus alrededores profanos. Como allí se había revelado lo divino, el lugar se convertía en el centro de la Tierra (…) era uno de los lugares donde se podía entrar en contacto con lo divino, lo único que daba realidad y significación a sus vidas” (Karen Armstrong, Historia de Jerusalén)
El carácter sagrado de las ciudades, como resulta evidente,
es la base de su poder simbólico. Las humildes familias de campesinos llegan,
digamos, a Jerusalén, o Sidón, o
Babilonia. Contemplan sus murallas infranqueables, las torres de vigilancia,
los palacios del rey, el Templo, morada
de Dios. Su sorpresa se transforma rápidamente en veneración y se someten así,
casi sin dudarlo, a la protección de la Ciudad. Como resume Karin Armstrong:
“Después de que Marduk creó el mundo, los dioses y los humanos
trabajaron juntos para edificar la ciudad de Babilonia en el centro de la
tierra. En Bab-ilani (“la puerta de los dioses”) las divinidades se podían
reunir cada año para participar en el consejo de los dioses: era su casa en el
mundo terreno de hombres y mujeres, quienes sabían que podían tener acceso a
ellos. En el centro de la ciudad edificaron también el gran templo de Esagila
dedicado a Marduk, su palacio en la ciudad. Allí vivía e imponía el orden
divino a través de su lugarteniente, el rey. “
El Poder se inviste así, desde el inicio, de un halo de
divinidad que justifica sus decisiones. Nadie puede cuestionar las decisiones
de Dios, transmitidas y ejecutadas por medio del Rey, su representante en el
mundo.
La Ciudad, además, era inestable. Había años buenos y años
de magras cosechas, años de paz y años de invasiones de pueblos extraños. Había
años de tranquilidad y años de rebelión contra los poderosos. Frente a ese
cambio permanente, a esa inestabilidad, se reforzaba la creencia en dioses,
leyes e instituciones permanentes que aportaban cierta idea de continuidad y
estabilidad. El Poder, obviamente, reforzaba ese sentimiento. Fiestas,
celebraciones, homenajes, festivales, días sacros, entierros reales, bodas,
nacimientos reales eran todos instrumentos de diferenciación entre los reyes y
sus vasallos. El lujo, la ostentación de joyas y vestidos, armas y cabalgaduras
eran todos símbolos que se exhibían para ampliar la brecha entre los simples
humanos y los Reyes, representantes de Dios en la Tierra.
El rey debía no solo construir templos para los dioses.
Debía cumplir deberes más cotidianos: fortificar la ciudad, proveerla de acceso
al agua, defenderla de los enemigos,. Y tenía que imponer la Ley, una creación
divina “que los dioses habían revelado al rey”.
El Rey no solo debía construir murallas, debía –aplicando
sabiamente la Ley-mantener el orden social, impedir el descontento dentro de la
ciudad, proteger a los débiles, viudas y huérfanos, el bienestar de sus habitantes.
Controlar así que un campesinado explotado se rebelara contra el poder y
rompiera las murallas de la ciudad.
DE este modo, la complejidad creciente de las primeras
civilizaciones impuso serios límites a la propiedad privada. Si bien , en
algunos casos, los campesinos eran propietarios de sus parcelas debían entregar
buena parte de sus cosechas al Poder, a fin de asegurarse la pertenencia a la
Ciudad, que , como hemos visto, es un requisito para garantizar su protección y
su misma condición humana, como perteneciente a una comunidad de fieles al Dios
de la Ciudad. No se podía sobrevivir en soledad. Solo siendo súbdito del Rey se
tenía acceso a bienes terrenales- riego, protección- y a bienes espirituales
como la protección de los dioses.
Sabemos que el antiguo Egipto la propiedad era del Faraón, y
que éste podía premiar a sus generales o ministros con parcelas propias. Pero
era una “propiedad delegada”, y así como faraón la cedía , podía recuperarla
con un simple decreto real.
Hubo que esperar al naxcimiento de normas de defensa de
lapropiedad privada para que la civilización comenzara su andadura:
Dice F. Hayek:
“… parece razonable también situar el punto de partida del proceso
civilizador en las regiones costeras de Mediterráneo. Las posibilidades
facilitadas por el comercio a larga
distancia otorgaron ventaja relativa a aquellas comunidades que se
avinieron a conceder a sus miembros la libertad de hacer uso de la información
personal sobre aquellas otras en las que era el conocimiento disponible a nivel
colectivo o, a lo sumo, el que se encontraba en poder de su gobernante de turno
el que determinaba las actuaciones de todos. Fue, al parecer, en la región mediterránea donde por primera vez el ser
humano se avino a respetar ciertos dominios privados cuya gestión se dejó a la
responsabilidad del correspondiente propietario, lo que permitió establecer
entre las diferentes comunidades una densa malla de relaciones comerciales.
Surgió la misma al margen de los particulares criterios o veleidades de los
jefes locales, al no resultar posible entonces controlar eficazmente el tráfico
marítimo. Cabe recurrir a la autoridad de un respetado investigador (al que
ciertamente no se puede tildar de proclive al mercado) que se ha expresado en
los siguientes términos: “El mundo greco-romano fue esencial y
característicamente un mundo de propiedad privada, tratárase de unos pocos
acres o de las inmensas posesiones de los emperadores y senadores romanos; era
un mundo dedicado al comercio y a la manufactura privados” (Finley, 1973).
Los redactores de la Constitución de la antigua Creta “daban por
sentado que la libertad es la más importante aportación que el Estado puede
ofrecer; y precisamente por ello, y por ninguna otra razón, establecieron que las cosas perteneciesen indubitablemente a
quienes las adquirieran. Por el contrario, en los regímenes en los que
prevalece la esclavitud todo pertenece a los gobernantes” (Estrabón, 10, 4, 16)
Lo importante es advertir que el desarrollo de la propiedad plural (privada)
ha sido en todo momento condición imprescindible para la aparición del comercio y, por lo tanto, para la formación de
esos más amplios y coherentes esquemas de interrelación humana, así como de las
señales que denominamos precios. El
que fueran los individuos, las “familias” (en el sentido amplio del término), o
los grupos formados voluntariamente quienes detentaran los derechos de
propiedad tiene transcendencia menor que el hecho de que cada actor pudiera en
todo momento identificar a quién correspondía determinar el uso a dar a sus
bienes.
Roma ofreció al mundo lo que ha llegado a ser un modelo de derecho civil basado en lo que puede considerarse la más
desarrollada elaboración de la propiedad plural. La decadencia y colapso
final de este primer orden histórico extenso sólo fue produciéndose a medida
que las decisiones de la administración central romana fueron desplazando a la
libre iniciativa. Históricamente, tal
secuencia de acontecimientos se ha repetido hasta la saciedad: producido un
avance civilizador, éste se ha visto reiteradamente truncado por gobernantes
empecinados en intervenir en el cotidiano quehacer de la ciudadanía. Al
parecer, nunca ha llegado a establecerse una civilización avanzada cuyos
gobernantes —aun cuando comprometidos inicialmente en la defensa de la
propiedad— hayan logrado resistirse a la tentación de utilizar su poder
coercitivo para abortar así potenciales avances hacia nuevos estadios de
civilización. Y, sin embargo, la existencia de un poder de entidad suficiente
como para garantizar la defensa de la propiedad privada contra su violenta
invasión por terceros propicia sin duda la aparición de un cada vez más
sofisticado orden de espontánea y voluntaria cooperación. Desgraciadamente, tarde o temprano, los gobernantes tienden a abusar de
los poderes a ellos confiados para coartar esa libertad que deberían defender y
para imponer su supuestamente más acertada interpretación de los
acontecimientos, no dudando en justificar su comportamiento afirmando que
simplemente tratan de impedir “que las instituciones sociales evolucionen
arbitrariamente”
En suma, la propiedad privada surge en el contexto de
- la aparición de la agricultura y la ganadería
- la institución de la familia como grupo productor y
consumidor organizado
-el desarrollo de
redes de comercio incipientes que significaron normas para realizar y
hacer cumplir contratos entre compradores y vendedores
- El reconocimiento de derechos de propiedad en manos de
individuos, familias o grupos, o sea la facultad de asignar ciertos fines a
determinados bienes
- Un poder político, asentado en las ciudades, que provee-
por vía del monopolio de la coerción- seguridades a la propiedad, asediada por
asaltantes, ejércitos extranjeros, etc.
La dialéctica de conflicto entre el ámbito privado y el
poder político- encargado de su seguridad- terminó, por lo general, con éste
interviniendo y limitando la libertad. Sucedió en Roma y en Egipto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario