jueves, 23 de junio de 2016

Democracia, libertad e igualdad



  Sin duda, la idea de democracia no era ya puesta en duda por nadie, el futuro de la democracia parecía asegurado en el mundo, y el hombre de 1900, por ejemplo, no podía separar la idea de democracia de la de un progreso fatal e indefinido. Se engañaba, sin embargo, grandemente sobre el sentido de la palabra democracia. La democracia significa mucho menos libertad que igualdad, la democracia es infinitamente más igualitaria que libertaria. George Bernanos

Prefacio
Hay palabras gastadas por el mal uso. Democracia es quizás la que más agresiones recibió, la que más malos entendidos produjo, la más lábil y equívoca de todas.
Las peores dictaduras la han utilizado como estandarte: democracia popular, democracia orgánica, democracia social y otras fantasías han adornado los himnos de países como Alemania del Este, Cuba o la España franquista.
La pobre democracia nunca pudo defenderse de esas aberraciones. Un simple método de elección de autoridades, mal diseñado, basado en mitos como “pueblo” o “nación”, un simple llamado a derruir la teoría del origen divino de los reyes, sin más pretensiones que encontrar alguna fórmula que desarrolle la soberanía del pueblo a la hora de elegir sus autoridades se ha convertido en un Relato. “Con la democracia se cura”, decía alguien, inaugurando un equívoco fenomenal sobre las funciones de la democracia. Con la democracia solo se eligen autoridades legítimas. Y estas autoridades pueden aplicar las fórmulas políticas más desastrosas que no curarán ni educarán sino que hundirán aún más en la pobreza al pueblo. Como decía el viajo sabio Popper la democracia es simplemente el método que asegura que los malos gobiernos no serán derrocados con sangre sino eliminados en la próxima elección. Lo que olvidaba Popper es que los elegidos en el poder manipularán la realidad, generarán vínculos enfermos con los votantes basados en el intercambio de favores, lograrán el apoyo financiero de empresarios ávidos de contratos con el Estado y , si pueden, modificarán la Constitución para imponer la reelección permanente, que es el nuevo nombre de la  monarquía. La democracia no asegura la libertad sino que, por lo general, la limita, niega, desprecia. La “libertad de morirse de hambre” le dicen y, en nombre de la igualdad- otra palabra derruida- liquidarán la libertad y uniformarán el pensamiento, transformándolo en un discurso vacío pero lleno de llamados a la solidaridad, fraternidad, igualdad, sacrificio. Mientras la verdadera oligarquía, la que vive del Presupuesto, se sucede a sí misma, el pueblo – otra palabra absurda- vegeta esperando el milagro de que votando a los que lo explotan, mejoren sus condiciones.
El mito democrático se apoya, siempre, en el mito de la Dictadura a la cual vino a reemplazar. Un mes de Terror revolucionario  asesinó más gente que todos los reyes franceses desde Luis X. Un día en la vida del Terror rojo fusiló más gente de la que el zarismo colgó en 300 años. Pol Pot asesinó a dos millones de personas. Mussolini a 1.500. Muñido  del mito del Fascismo como único enemigo de la Humanidad, el comunismo- autor de 100 millones de muertos- es poco menos que un carnet de afiliado al Club de la Bondad. Ser comunista tiene un halo de idealismo y valentía, tal como se lee en incontables novelas y se ve en muchas películas, empezando por Casablanca. El Che- asesino serial que en la Cabaña ejecutó a dos mil cubanos y en la Sierra despachó a varios compañeros- es el personaje hollywoodense que la juventud idolatra. El que persiguió a los homosexuales, prohibió escuchar a los Beatles y destruyó la comunidad judía de Cuba es nuestro referente moral principal.
La democracia es un mal entendido que se basa en varios malos entendidos previos.
El “pueblo” es el principal. El concepto de pueblo es una construcción colectivista que destruye al individuo, máximo valor de la Revolución liberal de los siglos XVIII y XIX. Personas, no pueblos. Individuos, no grupos. Derechos individuales a la libertad y la propiedad, no derechos colectivos a la vivienda, el trabajo, el aire puro, la calidad alimenticia, la igualdad de género, las vacaciones pagas, la jubilación, la ayuda social, la salud pública, la seguridad, y miles más que llenan las páginas de legislación “social”, como si proclamar un derecho indica cómo obtenerlo.
El “pueblo” implica a su contrario “el antipueblo”: los ricos, los unitarios, los gorilas, los contreras, los anticomunistas, los contrarrevolucionarios, los burgueses, los judíos. La escoria de la humanidad es el antipueblo el cual carece, en realidad, de características humanas: son los gusanos cubanos, las ratas, los subhombres de Hitler, los sospechosos de burgueses que Stalin perseguía.
El pueblo  es la coartada para condenar a los opositores al papel de subhombres sin derechos. El “pueblo” es el pretexto del líder democrático para convertirse en tirano.
Siempre hay una conspiración del antipueblo, destinada a destruir las conquistas revolucionarias, asesinar al Líder, boicotear sus órdenes, sembrar el descontento y el rumor contrarrevolucionario. Cuantas más conspiraciones, menos libertades y más poder para el aparato de coerción estatal.
La igualdad significó originariamente, que a diferencia del Viejo Régimen, con castas privilegiadas- que ni impuestos pagaban y que tenían sus propios tribunales-  la plebeya democracia igualaba a todos ante la Ley. No había títulos nobiliarios ni pertenencia a determinadas corporaciones que evitaran que alguien pagara por sus crímenes y que todos sirvieran a la Ley, empezando por los gobernantes.
Esa portentosa significación de la igualdad se rebajó al nivel de la “igualdad material”: todos debemos ser igualmente pobres- menos nuestros líderes-. Los más ricos deberán ser confiscados por vía impositiva, para atender a las necesidades de los pobres: A más derechos de las mayorías, menos derechos para las minorías productoras. A eso se ha degradado el concepto de igualdad. Y, a menos que se decrete el Estado Totalitario, los más productivos dejan de producir o se van a otros lugares, más libres. Esta reacción produce, automáticamente, un tremendo incremento de la pobreza, tal como se observó en Cuba y en estos años, en Venezuela. No es la “conspiración imperialista” la que empobrece a Venezuela sino la aplicación de las nociones de igualdad que el Socialismo del Siglo XXI ha reverdecido: “Exprópiese”, en resumen.
Con la democracia convertida en el mito que cubre las aspiraciones dictatoriales de las oligarquías políticas, el pueblo como categoría mítica que sirve para dividir a la sociedad entre Nosotros los buenos y Ellos los malos,  y la Igualdad rebajada a simple igualitarismo empobrecedor, la libertad huye en retirada.
Cada vez quedan menos lugares en el mundo para que la libertad arraigue y produzca sus maravillosos frutos: paz, progreso, orden, justicia, límites al poder, libre disposición de los bienes, derechos individuales, condiciones todas para que cada uno busque su felicidad.


  
Ciencias sociales: un dominio propio

Para cada problema complejo existe una solución que es simple, elegante y equivocada
Henry L. Mencken
Cada solución da pie a una nueva pregunta...
David Hume
La hegemonía de las ciencias exactas y naturales durante dos siglos implicó que estas aparecieran como los “modelos” a seguir en las nacientes ciencias sociales o del comportamiento. Esta dependencia epistemológica ha sido la causa de innumerables errores conceptuales en las ciencias sociales.
La primera confusión se basa en suponer que el campo de los fenómenos naturales es esencialmente similar al campo de los fenómenos sociales.
Mientras las ciencias físicas tratan de fenómenos “simples” (como la acción del calor sobre el metal- la dilatación- o la caída de los cuerpos a velocidad regularmente creciente por acción de la gravedad) las ciencias sociales tratan con fenómenos “complejos”, aunque solo sea por el hecho de que una persona actúa y, al mismo tiempo, es “consciente” y hace una representación mental de su acción. No hay acciones sociales que sean asimilables al sistema físico que se crea al golpear una bola de billar contra otra.
Las ciencias físicas se concentran en fenómenos simples, con pocas variables, con relaciones inequívocas. Así, el Tiempo en el que recorre un objeto lanzado cierta Distancia es función de la Velocidad de desplazamiento.
T=D/V
En cambio en todo fenómeno social operan decenas o centenares de variables. Es imposible encontrar “leyes” en el sentido que esa palabra tiene en la Física.
J. Von Neumann escribe en The general and logical theory of Automas dice: “Nos estamos ocupando de partes de la lógica de las que prácticamente no tenemos ninguna experiencia. El orden de complejidad supera toda proporción respecto a todo lo conocido”. O sea, la metodología de la ciencia físiconatural es incapaz de adentrarse en la lógica de la complejidad, que es la lógica de los sistemas sociales. Esta lógica es básicamente una lógica de la interacción, de la realimentación, de sistemas autorregulados, de mecanismos de feedback que la extraordinaria expansión de los sistemas de computación ha permitido modelizar.
Más aun, el intento de encontrar “leyes sociales” ha conducido a callejones sin salida, a propuestas utópicas o  a la pretensión de tener la “clave” de la Historia. El intento de trasformar en simple y operable lo que es esencialmente complejo e impredecible  ha generado incontables fracasos en la gestión política.
Al no admitirse ninguna limitación del conocimiento – simplemente porque los datos no están “dados” y es imposible poseer una omnisciencia que permita conocer todos los datos- los planes que se proyectan desde la oficina de gobierno muchas veces son fracasos. La confianza en “la ciencia”, heredada de los fantásticos desarrollos y éxitos de las ciencias exactas y naturales, hace pensar que no hay problemas irresolubles, y que todo podrá ser resuelto. Pero la ciencia no puede prever los hechos particulares. La ciencia no puede anticipar cómo reaccionará Juan ante la subida del precio de sus insumos, o Pedro ante una norma que exige la inhibición de determinado comportamiento.
El modelo de la ciencia física, que con  pocas variables construye hipótesis validas sobre el mundo físico no se puede aplicar a la complejidad de hechos sociales.


Lo espontaneo y lo diseñado

En el mundo social hay dos tipos de órdenes: los órdenes espontáneos, no diseñados por ninguna autoridad y los órdenes construidos: las organizaciones diseñadas explícitamente para obtener determinados fines.
El lenguaje, la moral, los mercados, el dinero son esencialmente “ordenes espontáneos” cuyo origen se desconoce aunque en muchos casos las autoridades hayan intentado –y a veces, logrado- su control.
Las organizaciones, desde las empresas hasta el Estado son, en cambio, diseños conscientes, deliberados, que han sido elaborados por empresarios, legisladores o funcionarios públicos. La organización es un orden “concreto”, diseñado para cumplir ciertos fines, arreglando explícitamente sus componentes de cierta  forma. Toda organización tiene fines conocidos y sus miembros están relacionados a ella por un conjunto de reglas explícitas, diseñadas por la mente que creó la organización
La organización más compleja diseñada, el Estado, es sin embargo, infinitamente menos compleja que la sociedad en la que está inscripto. Un sistema gubernamental se puede diseñar debido que tiene pocos grados de complejidad: las normas definen y acotan las funciones, las competencias y relaciones de los elementos.
Pensemos, en cambio, en el sistema económico de mercado: millones de unidades se ofertan y se demandan por miles de empresas y millones de consumidores, hay precios, tasas de interés, préstamos, compras, ventas, arriendos, hay logística de entrega: hay un orden inimaginable de ser planeado por ninguna mente brillante, simplemente porque es incapaz de acceder y administrar la información necesaria.  O en los lenguajes, cuyas reglas gramaticales son descubiertas por especialistas, mientras un niño de cuatro años las “conoce” aunque nadie se las haya enseñado.


Sistemas abiertos, sistemas cerrados

No hay subsistemas cerrados, aislados del sistema universal. Lo que existen son grados distintos de apertura, lo que significa  grados distintos de complejidad.

Las organizaciones son más o menos “cerradas” cuanto más o menos interacciones tienen con el sistema global. Es el diseño de organizaciones el que debe definir esos “nodos”, los puntos de Entrada/Salida que conectan a la organización con el entorno.
Cuantos menos nodos haya, más controlable es el sistema, pero a su vez menos información entra a éste y por lo tanto, menos posibilidad de cambiar adaptativamente en función de los cambios en el entorno.
Se pueden diseñar organizaciones con escasos nodos de interacción con el ambiente externo para así poder “controlar” con facilidad los flujos, en la esperanza de impedir así el cambio impredecible. Eso se llama burocracia.

La interfaz entre Estado y Sociedad plantea innumerables problemas desde el nacimiento del Estado moderno en el siglo XVIII.
 Entre un sistema espontaneo y complejo y un sistema diseñado y relativamente simple hay incongruencias y desfases que obligan a pensar adecuadamente esta compleja relación.


El recorrido del Poder

Desde la Edad Media el Poder fue mutando, desde la desconcentración y fragmentación feudal hacia formas cada vez más concentradas y monopólicas del Poder.

El poder feudal
Escribe Bertrand de Jouvenel: “Qué es el Poder que recibe Hugo Capeto en el año 987? Algo parecido a la presidencia de una república aristocrática…de una confederación de señores.
La fuerza pública se formaba por adición de fuerzas particulares, de tal modo que nada podía emprenderse a no ser con el concurso de aquellos a quienes pertenecían esas fuerzas. ¿De qué le serviría al rey decidir una guerra, si los barones no estaban dispuestos a aportar sus contingentes?”
En el feudalismo, el poder es una red de negociaciones permanentes entre el titular y los accionistas, los cuales poseeen cuotapartes muy significativas.

El absolutismo
Antes de las revoluciones democráticas es el absolutismo, con la teoría del origen divino del Rey y la suma del poder público, el que da forma a la Europa moderna. El salto no fue del feudalismo a la republica burguesa sino el proceso  de concentración del poder en una mano- el Rey, luego el Parlamento-Presidente.
Este proceso de concentración de poder se basó en homogeneizar la variedad de instituciones espontáneas que la sociedad se había dado, desde cofradías, mutuales, cooperativas, sociedades de beneficencia, etc. para acceder a una única forma organizativa comandada por el Estado.

La soberanía del pueblo da lugar a la soberanía parlamentaria
La culminación de este proceso se verifica en la  Revoluciones francesa, en la cual la soberanía pasa del Rey al “pueblo”, pero donde los mecanismos de centralización se profundizan en el camino del absolutismo.
Jouvenel: “La Asamblea se hace soberana. Pero si su derecho se basa en que expresa la voluntad general ¿deberá permanecer siempre sometida a quienes la eligieron? En modo alguno. Ya desde muy al principio, los constituyentes se liberaron de los mandatos imperativos de los que muchos de ellos estaban investidos.
La sustitución  de la soberanía popular por la soberanía parlamentaria no se debió tanto a los razonamientos de Sieyes como a la voluntad de poder de quienes le escuchaban. El pueblo debe ser soberano absoluto en el momento de nombrar a sus representantes, pues solo así pueden éstos recibir de él unos derechos ilimitados. Pero una vez que el pueblo ha transferido estos derechos, cesa su papel, ya no es nadie, es súbdito y solo la Asamblea es soberana.”
Esta trasposición desde el pueblo -entidad virtual, físicamente indefinible- a los parlamentarios – pocos y reconocidos actores políticos- es lo que la democracia moderna ha protagonizado. De ahí que la crisis de representatividad es la toma de conciencia de que esta ficción democrática que es la república parlamentaria, con un parlamento soberano, independiente de cualquier poder externo e independiente de los mismos electores, no puede cumplir los objetivos para los cuales fue fundada. De una oligarquía monárquica se pasa a una oligarquía republicana y en ambos casos, las decisiones se toman a espaldas del pueblo.
Y este proceso implica la atomización de la sociedad, la liquidación de las entidades intermedias, de las particularidades locales y la atomización final: un Estado omnipotente, frente a individuos impotentes. El Estado de Bienestar.
Dice Benjamin Constant. “Los intereses y recuerdos que surgen de las costumbres locales contienen un germen de resistencia que la autoridad no tolera y que se apresura a erradicar. La autoridad se halla más a gusto con los individuos; hace rodar sobre ellos, sin esfuerzo, su peso enorme, como si rodase sobre arena”

La elección pública
La desmitificación del Estado democrático, o sea, limpiar la retórica del “bien común” y de la “justicia social” y comprender que el Estado es una formidable máquina de reasignación de recursos capturados en forma obligatoria , sea por impuestos o sea por emisión monetaria, fue un primer paso para plantearse una reforma de las funciones y alcance del papel del Estado.
El punto de partida de la teoría de la elección pública es que los políticos y los burócratas deben ser pensados como gente común que busca maximizar su propio interés, y no como altruistas “dioses del Olimpo”  concentrados en el bien común. Los políticos quieren ser elegidos. Frente a los votantes ofrecen bienes y servicios provistos por el estado y constituyen coaliciones con grupos que desean esos bienes y servicios. Por su parte, los burócratas buscan mayores presupuestos para contratar mayor cantidad de empleados e incrementar los niveles salariales.(Martin Simonetta)

.... las organizaciones para la acción colectiva (...) están preponderantemente orientadas a la lucha por la distribución de la renta y la riqueza, y no al aumento de la producción en su conjunto. Se trata de “coaliciones de distribución”  u organizaciones que se dedican a lo que una valiosa tendencia de la bibliografía especializada denomina “búsqueda de renta”.(...) Las organizaciones de intereses especiales reducen la eficiencia.. (Mancur Olson)

El fracaso de la representatividad democrática,  la sustitución de la “soberanía del pueblo” por la “soberanía parlamentaria”, la organización de coaliciones de interés, articuladas en una asociación entre funcionarios-legisladores y corporaciones de poder (empresas, sindicatos, grupos de interés especial),  la instalación de la “justicia social” como cobertura retórica para la organización clientelar del electorado son todos fenómenos que se han puesto de manifiesto en las últimas décadas.
 Ahora ese sistema está en crisis. La crisis se debe al intento de transformar en una Organización diseñada jerárquicamente, a la Sociedad, que es un sistema espontáneo de intercambio de información, bienes y saberes. Se intentó manipular y “organizar” desde el Estado Democrático, la ayuda social, la producción de dinero, el propio lenguaje, las redes sociales espontaneas, las normas de convivencia, los sistemas de creencias, las ideologías y las religiones.
Las crisis de los sistemas de seguridad social y la incapacidad de financiar los innumerables planes sociales, ayudas, subsidios, regulaciones, mercados protegidos, exenciones, protecciones aduaneras, impuestos extraordinarios, fondos de ayuda a determinados sectores productivos, etc. son parte de la agenda ineludible del siglo XXI.
La crisis económica ha dado lugar a la crisis política, con la caída o ruptura de los sistemas tradicionales de partidos y su reemplazo por alternativas populistas, nacionalistas, liderazgos carismáticos, etc. Tanto América Latina como Europa están protagonizando agudas crisis políticas. En Asia, por el contrario, el eje pasa por el desarrollo económico y la  aplicación de políticas de libertad económica, aun en contextos autoritarios, como China, Vietnam o Singapur. La política no es un  tema relevante en Asia, la cual carece de la tradición de la Revolución democrática que fue central en Europa y en ambas Américas durante los siglos XVIII  y XIX.

Un nuevo paradigma

No todo está perdido. Vivimos- como contracara de la crisis permanente- un renacimiento de la sociedad civil. En vez de volver a las viejas instituciones sociales de coordinación, ayuda mutua, seguridad social, etc. el siglo XXI protagoniza una nueva sociabilidad asentada en la presencia de una Red informática y telefónica que cubre el mundo. Miles de millones de personas acceden diariamente a la Red de contactos, noticias, información, educación, expresión artística, lectura, escritura. Se conforman comunidades, redes relacionadas por intereses comunes, desde cocina folclórica a defensa del medio ambiente, desde ámbitos lúdicos a mecanismos colectivos de control de la gestión pública de municipios o estados nacionales. Control presupuestario, discusión de alternativas de inversión pública, colaboración en temas como seguridad pública, gestión de espacios comunes, denuncias por excesos privados o públicos, propuestas, sugerencias, quejas, demandas, encuestas, foros de discusión, blogs, redes sociales, periódicos on line, radios y televisiones gestionadas en la Web, todas esas herramientas funcionando en paralelo e intercomunicándose  generan una trama de poder social aun no debidamente dimensionada.
Lo que está claro es que el Estado moderno, una organización que ha encontrado ya sus límites, tiene la oportunidad histórica de incorporarse a la Red, como un actor más, importante pero jerárquicamente poco diferenciado del resto de los actores. Un Gobierno Abierto es, en este contexto, un gobierno deseoso de aprender, un gobierno que no viene a dar cátedra sino a captar esa fuerza social puesta en marcha, a fin de canalizarla creativamente. Un Gobierno de consulta, de colaboración, de Co-Gobierno, de coordinación.
Salir de un  Gobierno Cerrado y  pasar a un Gobierno Abierto no es un simple problema de “grado” sino un cambio de paradigma. El paradigma clásico es el que Max Weber describió en Economía y Sociedad. El Estado democrático es , según Weber, inseparable de la burocracia, ya que ésta funciona como una máquina imprescindible, previsible, racional, guiada por normas explícitas pero, a su vez “dueña” del territorio de la Administración Pública, una herramienta que exige ser reconocida por los políticos electos como esencial para el cumplimiento de cualquier plan de gobierno. Ese Gobierno Cerrado está diseñado para que la burocracia no sea alterada o  afectada por presiones o demandas de la sociedad, expresadas directamente o canalizadas por los políticos electos.
“ La cuestión es siempre ésta: ¿quién domina el aparato burocrático existente? Y siempre esa dominación tiene ciertas limitaciones para el no profesional: el consejero profesional impone las más de las veces a la larga su voluntad al ministro no profesional. La necesidad de una administración más permanente, rigurosa, intensiva y calculable, tal como la creó -no solamente él, pero ciertamente y de modo innegable, él ante todo- el capitalismo (sin la que no puede subsistir y que todo socialismo racional tendrá que aceptar e incrementar), determina el carácter fatal de la burocracia como médula de toda administración de masas .” (Max Weber, Economia y Sociedad)
Lo que se juega con la apertura del Gobierno es, entonces, la definición de “quien domina el aparato burocrático existente.”
Y la pregunta es si el interés de mantener cerrada la organización estatal- interés compartido en parte por algunos políticos y mayoritariamente por la burocracia estatal-  puede sostenerse ante un contexto de demandas y acciones sociales cada vez más efectivas, en especial mediante el uso de las tecnologías de la comunicación (internet, redes sociales, smartphones, etc.)
La respuesta a esa pregunta quizás reside en otra pregunta: ¿Por qué es necesario mantener este aparato burocrático? ¿Tendrá razón Weber sobre la necesidad de dominar este aparato o quizás la respuesta sea modificar el aparato, transformarlo en otro?
 Un Gobierno Abierto significa un Gobierno que se redefine, se reconstruye, se repiensa, pasando desde la estructura burocrática weberiana -aislada y omnipotente- a ser un actor de la Red.









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